¡Fou-Rou!

Un buen libro, una historia bien contada, siempre serán un buen lugar a dónde regresar.

Pasé de largo muchos años por el Anhelo de vivir. Estaba en uno de los libreros de la casa de mis papás, entre Rayuela y La Hojarasca; desdeñado sutilmente por dos de mis novelas preferidas, permaneció un largo tiempo acompañado del realismo mágico de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Hasta que un día desapareció del librero y me percaté de su ausencia.

Lo busqué hasta que una noche lo encontré entre las manos de mi mamá. Me detuve un momento a observarla, ella estaba imperturbable, leyéndolo, pero con un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas. Supuse que se trataba de una novela y que se había encontrado con algún fantasma de esos que los libros reviven. Sin embargo, varias noches la vi llorar mientras lo leía, así que me inquietó y le pregunté por el libro cuando lo terminó. Me lo dio y sólo me dijo:

-¡Léelo, te hará llorar!

Ansiosa y hambrienta  de drama, me obsesioné con leerlo, pero jamás imaginé que se trataría de una biografía que me cambiaría la vida.

La primera vez que leí la obra de Irving Stone, tenía 17 años y tuve un flechazo zagal con el libro. Desde las primeras hojas me incitó a consumirlo. Me sentí seducida por su prosa y por la forma tan delicada en la que lograba escudriñar el carácter temperamental de uno de los pintores más vehementes de la historia. Stone, poco a poco, me dosificó de la ira sofocada de Vincent Van Gogh y me hizo parte de sus anhelos, amores y pasiones; pero sobre todo de sus temores y decepciones.

Tras varios años de aquel romántico encuentro literario, volví a leerlo cuando comencé a estudiar fotografía y aprendí a valorar el arte desde otras perspectivas. Desde entonces, vuelvo a él cada que necesito una dosis cruda de realidad o estoy en mi búsqueda constante de querer expresarme.

Descubro en él una gran conexión con mi hipersensibilidad hacia la vida y a la naturaleza, como Van Gogh en sus pinturas; con esa gran explosión de color que lo caracteriza, utilizándolo arbitrariamente para expresarse con más fuerza, plasmando el sol en su máxima potencia; exagerando lo esencial hasta las últimas consecuencias; dándole luz a todas las sombras.

Vincent creía que ser artista significaba ser alguien que siempre busca sin encontrar; también creía que la poesía estaba en todas partes, pero que llevarla al papel, por desgracia, era más complicado que apreciarla.

Irving Stone, a través de sus letras, le hace honor a su vida, logrando capturar en su biografía la gran belleza que Van Gogh buscó constantemente y terminó creando, después de una década de precariedad, consagrando sus cuadros como un trabajo excepcional.

En el mundo de la literatura siempre existirán grandes libros, grandes escritores, grandes personajes y grandes historias, pero pocas tan conmovedoras y desoladoras como la vida de Vincent.

La magia de este libro es descubrir que Van Gogh es mucho más que La noche estrellada, la casa amarilla de Arlés, la pérdida de su oreja izquierda, sus trastornos y alucinaciones, y su discutible suicidio… Es la suma de más de 700 cartas enviadas a su hermano Theo y otros amigos, en las que esboza trozos de su vida; pequeñas pinceladas que, en conjunto, cuentan una historia, forman una vida, una pieza; una obra de arte.  

Al final, los libros son eso: obras de arte atemporales, ambivalentes, perdidas entre la realidad y la ficción.

Por eso hoy, en el Día Mundial del Libro, destaco Anhelo de Vivir como un parteaguas retórico en mi forma de interpretar la vida. Cada que vuelvo a leerlo, o cada que lo hojeo en busca de alguna respuesta, de algún consuelo, me detengo entre sus hojas dobladas y amarillas, víctimas del tiempo y de mis dedos. Me pierdo entre frases y palabras subrayadas, y pienso: “Ahí fui feliz“.

Después de todo, un buen libro, una historia bien contada, siempre serán un buen a lugar a dónde regresar.

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