Gradas de cemento

Tercera Regional es puro territorio comanche. Una vez te metes dentro no vuelves a salir. El modo de vida, los personajes que se juntan y el politiqueo de entre vestidores es lo más parecido al jaco.

Por: David Muñoz

“Tengo una pila de buenos momentos, pero mi favorito es cuando le di una patada al hooligan.”

Eric Cantona

En las gradas, hoy se respira un frío tenso. No hay nada como ser hincha del club de tu pueblo. Tercera Regional. El juego aquí, dista mucho de lo que se ve en televisión. Las cosas van realmente en serio. ¿Recordáis aquel altercado que hubo en Madrid, con equipos de Primera División en el que encontraron a un tipo muerto en el río? Pues lo que pasa aquí no aparece en las noticias. No se atreven a entrar con la furgoneta y la cámara. He visto desde escupitajos hasta navajazos, pasando por salvajes rituales sádicos en los que hacían peleas por turnos con patas de gallo con cuchillas de afeitar en vez de uñas. Eso último no es verdad. Tanganas por relevos. Se pasaban el palito ese y todo. Tercera Regional es puro territorio comanche. Una vez te metes dentro no vuelves a salir. El modo de vida, los personajes que se juntan y el politiqueo de entre vestidores es lo más parecido al jaco. Vayas donde vayas, te encontrará, y no será para bien. Una recaída en las cloacas del deporte puede llegar a pegarte muchas mierdas. Todo por las ratas que están ahí debajo, alimentándose día a día a base de politiqueo. Ahí es a dónde voy. Adonde nadie va. Al politiqueo.


Estoy sentado en las butacas centrales. El panóptico deportivo. Me acompaña Rodrigo, el padre del número trece, Uxbal, un chaval bastante malo, la verdad. Lo que pasa es que Rodrigo no sabe verlo: “Mi hijo es un crack, debería jugar los noventa minutos y añadido, sino el equipo pierde rendimiento. Es el eje central del juego del equipo.” Ahora mismo se ha resbalado chutando y está tirado en el suelo sin una de las botas. Es evidente que su falta de coordinación se nota hasta en atarse los cordones. Por culpa de estos putos tarados se pierden los partidos.


—Cabrón de mierda. En cuanto pille a este hijo de puta le voy a cantar las cuarenta —lo que es más evidente aún es que Uxbal no va a salir en todo el partido. Rodrigo quiere partirle la cara al entrenador, un pobre hombre de cincuenta tacos que a lo único que aspiró en su miserable vida es ir cada día al campo y mirar como unos críos en pantalón corto y medias chutan balones. Todo para ganarse el pan. Y después llegar a casa, al hogar. Con su mujer. SU MUJER. Su mujer se ha acostado con todo el mundo en este campo. Desde los entrenadores hasta los árbitros, pasando por hinchas, padres, tíos y una abuela. No hay persona en este mismísimo campo que no conozca a Yolanda, la mujer con las tetas operadas del entrenador.

—Tranquilo, Rodri, espérate a los cambios. Quizás hoy le hace jugar.

—Y un huevo. El cabrón me la tiene jurada —no hay tregua para el viejo entrenador—. Desde aquello con Yolanda. Es que no entiendo qué vi en Yolanda, te lo juro —perdón por la obviedad.

—Tranquilo, esas cosas pasan. Tienes que tranquilizarte. Además tu crío ha mejorado mucho. En cuanto se ate esa bota y caliente un poco está dentro—a lo largo de la vida os dais cuenta de que nada ni nadie os enseña a mentir mejor que un padre con sueños frustrados. En serio. La clave es tragarse las mentiras de uno mismo. Ese hombre está criando una princesa en vez de un jugador de futbol. Solo con pensarlo no basta, capullo. Me pone de los nervios.

—¿Tú crees?

—Tranquilo, hombre, ya… ya verás como a final de temporada estará jugando como Iniesta.

—¡A final de temporada? ¡Me tomas por imbécil? ¡Hijo de puta! ¡Crees que mi hijo es un puto paquete! —aquí es cuando empieza el partido de verdad— ¡Cómo si tu hermano diese algún palo, cabrón de mierda! —mi hermano es el portero suplente. Normalmente a media parte ya saca su cerveza.

Rodrigo se va a la otra punta de la grada, como un niño pequeño que se enfada porque le han rebatido una discusión sobre el existencialismo humano. Los niños quieren saber demasiadas cosas. En unos diez minutos volverá para empezar a calentarle los tímpanos al árbitro. Desde lejos veo al presidente del club. Al Muy Honorable President, Robert L. Piqueras. Nadie sabe qué significa la L del medio. En voz alta pensamos que viene de Lluís, pero en voz baja pensamos que es otra cosa. Lerdo. Ladrón. Lamepollas. Lombriz. Lopetegui. Lo que sea. Hoy ha venido acompañado con su mujer número 3. Muy Honorable President tiene una mujer para cada día laborable de la semana. Los fines de semana, libra de sus obligaciones de patriarca. Vamos, que son putas. Rubias, morenas, negras y chinas, todas pagadas a costa del contribuyente: los socios y afiliados. No sabemos de dónde las saca. Nuestro campo está torcido y con el césped sin cortar pero el prepucio de M.H.P está más liso y recto que Wembley. Liso y erecto. Y ya hace veintitrés años desde el presidente anterior. Yo aún era alevín.

—¡Robert! ¡Robert, del cul obert! ¡Estàs matant el club! —canta Andrés pegado a mi espalda. La letra es pegadiza —¡Honorable President, putero i mala gent! —la segunda estrofa es aún mejor. Ahora la tengo en la cabeza y rebota en mi cráneo como una bala de goma.

Rodrigo mira a nuestra zona con cara de desprecio. Lo más parecido que he visto a esa expresión fue en un accidente de coche, en el que el tío no iba abrochado y salió disparado por el cristal. La cara que puso el policía. Esa jodida cara. La conocéis muy bien. Estoy seguro. Después de ese martillazo que acababa de sufrir en las vértebras no le podría poner la multa.

Jesús se ha quitado la camiseta y está ondeándola en señal de hinchada violenta. Son las once de la mañana y aún va puesto. Ha hecho trampas. Lleva vida y media haciendo trampas. Menudo panorama.

—¿Una rápida? —nos dice a todos como a escondidas mientras saca un pequeño bote y la navaja —¿No? Venga, Monzón, a ti seguro que te apetece —vierte un poco de coca en la punta de la hoja y Monzón acerca la cabeza.

—Venga, va, uno rapidito. Por si tenemos que calentar a esos pijos de Barna —sorbe ese montoncito con el orificio derecho de su nariz. Suena como un helicóptero quedándose sin combustible. Aunque realmente no sé a qué suena un helicóptero cuando se queda sin combustible.

—¿Tito? —me pregunta a mí.

—Hoy paso Chús.

—Venga tío, no ma facis això. Que som culegas —es extraño como Jesús solo habla catalán cuando intenta convencerte de algo. Pronuncia fatal, se le entiende menos que a una sinfonía de gatos callejeros en plena guerra territorial, pero siempre acaba enredándote. Como un don mágico. Putero i mala gent.

—Tío, paso.

—Va, una pequeña, que hoy vengo animado.

—Bueno va —repito el mismo proceso que Monzón pero sin sonar como un helicóptero quedándose sin combustible.

Siento como la piedrecita empieza a subir poco a poco y se deshace en su trayecto. Como hacer un muñeco de nieve pero al revés. Se impregna en mis mucosas. Vuelvo a sorber. Las tuberías han sido desatascadas. La presión sanguínea aumenta. Las neuronas chocan entre sí generando automáticamente una desautorización del control de mando que me mantiene en contacto con lo que pasa ahí dentro. Contacto fallido. Diagnóstico completo: un tío puesto de coca a las once de la mañana en un partido de Tercera Regional. Todo en orden.

El árbitro da el pitido inicial. Rodrigo se acerca a nosotros y se pone a gritar.

—¡Eh! ¡A la derecha! ¡Cuidado con el número once! ¡Eh! ¡Eh! ¡Árbitro! ¡Me cago en tu vida! JODEEERRRR —alarga mucho la rrrr. Llevamos cinco minutos de encuentro y Rodrigo ya está que se sale. Al otro lado del campo hay unos chavales armando bronca contra él.

—¡Venga! ¡Siéntate ya, payaso! —grita un rubio.

—¡Ven a gritar a este lado, imbécil! —un moreno.

—Me los cargo —nos dice Rodrigo con una mueca similar a la de una embolia.

Intentamos tranquilizarlo sin perder de vista a esos capullos. Rodrigo vuelve a animar. El partido sigue con naturalidad. Nada de lo que está pasando hoy supera la naturalidad del encuentro en este mismo momento. Unos sesenta minutos fantásticos. Mierda. Una entrada por detrás. Mierda. ¿Adónde va Uxbal? En serio. ¿Adónde va? Mierda. No le pegues al tío. Mierda. Está pegando al tío. Muy fuerte. Uxbal está en el suelo. Sus fallos de motricidad no tienen precio. Uno del otro equipo ha saltado en plancha y le ha dado de lleno en la espalda. Mierda. No se mueve.

—¡A mi hijo no! —el padre de Rodrigo entra en acción y Monzón le sigue. Dispuestos a todo.

El padre de Rodrigo tropieza con una de las gradas, que le propulsa en un extraño salto paralímpico hasta la barra metálica protectora que separa las gradas del terreno de juego. En toda la cara. Se ha quedado tumbado en el césped como una silla de camping plegable. No sabía que podía llegar a doblar tanto las rodillas. Monzón sortea la barra airosamente y salta al campo. Hoy es el día. Saltamos todos al campo para rompernos las caras. Porque este es el verdadero deporte. La tensión acumulada explota a base de puñetazos, castañazos y patadas en la tibia. El rubio se acerca y le pego un puñetazo limpio. De lejos veo como a Jesús le están dando una paliza tremenda. Acudo en su ayuda. Algunos jugadores rehúyen la pelea. Esto ya no va con vosotros. Yolanda no está. Debería ser la que más reparte. Con toda su experiencia. Uxbal desaparece entre la multitud. Mis dientes han quedado hechos trizas de un botellazo que me ha pillado por sorpresa. Pura adrenalina. Pocos lo entienden. En ese momento, en cuanto te saltan los piños delanteros en medio de una tangana como esta, sin sentido, te das cuenta de que lo tienes todo. Puedes hacer lo que quieras. Nadie te va a quitar quien eres.

Con todo ese ruido de fondo pocos se han percatado de la extravagante imagen que luce Muy Honorable President. Su posado destaca por un espléndido rostro pálido, debido a un vaso cardíaco defectuoso que ha decidido reventar hace unos veinte minutos. Yolanda está gritando y nadie la ha oído hasta ahora. La mujer número tres se ha largado con su cartera hace rato y puede que ese haya sido el detonante. Ahora ya poco importa porque todo ese ruido de fondo se ha visto amortiguado por el llanto de una mujer que se ha visto expuesta a la inminencia de la vejez y la mala vida. Por muchas tetas que te pongas la vejez siempre te alcanza. Siempre. Me viene a la mente algo estupendo para suavizar el ambiente. Estoy seguro que el señor Robert L. Piqueras, Muy Honorable President lo hubiese querido así.

Alzo la voz. A pleno pulmón. Sonoridad de un campanario.

—¡Honorable President, putero i mala gent!

Luego, esa cara. Todos. Ya sabéis que cara. No me pueden poner la multa.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *