Había una vez un girasol

Con sol o sin él, con agua o sequía. Aunque te echen mierda que ni de abono sirve, sigues siendo fuente de oxígeno para muchos, aunque nadie te sepan ni cantar.

Por: An Loah

Estuve en un pasillo podrido como la misma putrefacción, lleno de desaliento, olor a orina, miradas vacías, carnes en descomposición, gente en bata y el culo de fuera. Uno que otro quejido, uno que otro tecleo de alguna máquina de escribir con ese timbre que quizás esté avisando el límite del margen de la hoja o el final del reporte o de una persona.

Ahí me tenían sentado viendo a las personas en su estado más desagradable, percatándome que los humanos con batas sin el culo de fuera carecían de empatía por lo repulsivo que pueden llegar a verse. Quería vomitar, quería salir de ahí, quitarme todo aquello visceral y ponerme circuitos, químicos industriales y echarme a andar con un tanto de petróleo. Cambiarme esta carne putrefacta por acero inoxidable.

No podía ni quería volver a verme en el espejo y ver cómo me iba convirtiendo en todo eso que más repudio. Empecé a tener escalofríos y un fuego interno, creo que empecé a delirar.

Apareciste en mis pensamientos como una vomitada después de una cruda de vino tinto; ahí estabas tú. Un girasol seco de algunos pétalos por tus años cansados y con una belleza como tu propia inflorescencia, tu tallo rasgado por las mismas experiencias, pero con un tono de sabiduría. Te encontrabas un poco encorvada y lo entendía, este mundo te dolía.

Hasta ese momento comprendí en mi delirio, que tú, siendo un girasol en este jardín lleno de mierda, ahí sigues. Con sol o sin él, con agua o sequía. Aunque te echen mierda que ni de abono sirve, sigues siendo fuente de oxígeno para muchos, aunque nadie te sepan ni cantar.

Pensé “tengo la oportunidad de cuidar de esta plantita, esta semillita que nació con sueños y anhelos.” Me decía en mi verborrea.

-Tenla aquí con nosotros y su oxígeno.

-Estamos más podridos que los mismos desechos orgánicos. A ella, a diferencia de nosotros, le gustan las manos de un viejo, le gusta la dulzura de una sonrisa, le satisface la felicidad de los otros y le destruye el abandono, un viejo sin sonrisa, una niña sin su mariposa. Llora el dolor de la humanidad y es pura a pesar de los daños que le causa ésta misma.

“Soy un horror”, pensaba mientras se me bajaba la fiebre.

Salí de aquel lugar y una vieja me regaló un vaso de café y una galleta, supongo que asumió que no había comido en bastante tiempo. Me limité a mirarle y sonreírle con indiferencia, me sonrío con brillo en los ojos y me dijo.

-Había una vez un girasol…

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