Hacer el amor

Dormir
tranquilo,
pensante,
sin punto cardinal
Verte desnuda sin abrir los ojos
acariciarte,
palparte,
respirar tu aire,
las curvaturas de tus piernas
atravesar tu sexo,
la humedad de tus labios
al límite del placer,
lamiendo tus pechos
corriendo entre valles y montañas
y tus piernas acorraladas,
fingiendo tempestades
donde antes vivía la calma

Y yo
soplando tu cabello,
tu cuerpo blanco
tamizado con tatuajes
de las personas que amaste
Arropado por esta soledad
que une a los perdidos

Entonces,
acostado en la mitad de la tarde
me pregunto
si debo dejar de escribirte poemas,
de amarte y abrazarte
tirando las colillas de los cigarros por las calles
buscando aquel verbo
que no existe para llamarnos
cariño, amor, o lo que sea
porque estamos destinados
a no ser.
Las palabras suenan a nada,
a hueco, a vacío,
y a ti no te importan

Me digo
a partir de hoy,
no es necesario recordarte
y en sucesivas ocasiones te pienso
vuelvo al laberinto de mi memoria
para verte caminar
sin saber dónde estás
y debo intentar borrarte
dejar de hablarle a mi piel,
a mi corazón y a mi sexo de ti
¿por qué te vas?
¿a qué le temes?

Y al final,
la misma pretérita ceremonia de buscarte
y terminar sentado en la silla de un bar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *