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Historia de un recuerdo

Mi vida me refería a un solo momento de existencia.

Recordar. Del latín, recordare, que se compone del prefijo re- (‘de nuevo’) y un elemento cordare formado sobre el nombre cor, cordis (‘corazón’). Volver a pasar por el corazón.

Crecí de repente, sin dar avisos ni señales, en medio de un fin de primavera lluviosa (como cualquier mes de mayo en esta ciudad). La primera noche de la cual tengo registro fue larga. Cada vez que trataba de regresar a soñar (o eso pensaba) recibía un llamado a dar parte de mi descripción, cédula y detalles de mi origen, a nombrar un pasado inexistente, un presente eterno y un futuro lleno de sonrisas, porque mi vida me refería a un solo momento de existencia, en un tiempo que vivía permanentemente de la misma manera (feliz), no importando dónde estuviera, ni la hora en la que se desarrollara mi comparecencia.

Seguí las instrucciones de los que sabían, me fui a la zona de la corteza. Ignoro el porqué de ese nombre, solo supe que era la primera parada. Ahí fui donde me reuní con los demás, llegué a trabar amistad con más de uno. Me divertían y sobre todo provocaban algo en el ambiente. Me sentía de alguna forma identificado.

En un principio encontré a los viejos, los reconocí por su andar, era distinto, llevaban tiempo habitando ahí, se conocían y se reconocían entre ellos; sin embargo, cada uno se definía de manera diferente y conforme transcurrían los días podían llegar a abarcar dimensiones inesperadas para ellos mismos, tamaños que nunca pensaron poseer o que, muy al contrario, por la distancia y la perspectiva se iban desvaneciendo. 

Hubo quienes llegaron antes que la conciencia, cuando las frases y las caricias eran destinadas a un ser cuyo futuro era incierto aún. Esperaron cerca de diez meses para poder encontrar alojamiento real fuera de un medio acuoso. Ellos reaccionaban de diferente forma ante una voz grave, siempre amable, que ya no suele escucharse, pero que fue guardada en el lugar especial para poder encontrarla eternamente.

Conocí a aquellos quienes viajaba a través de las palabras (siempre en las palabras): eran los ajenos, llamados cada cierto tiempo para ser reconocidos y adoptados como propios. Con el transcurrir de los años se convirtieron en parte de la decoración del lugar, llegando a confundirse con quienes, como yo, nacimos aquí. Sin embargo, su presencia no molestaba, nos hacía (me hacía) vernos de diferente forma a la que usualmente nos miramos. Como verse a través de un vidrio, desde de los ojos de alguien más. Y eso es positivo. Siempre. Los necesitábamos para conversar y engrandecer el lugar. Para llenar los espacios que iban dejando algunos de nosotros que se desaparecían por desuso o por negligencia. 

Una tarde, entre mis caminatas, me acerqué a un lugar lúgubre, frío. Una sensación de tormento rodeaba el sitio. Salían y regresaban momentos que uno suponía extintos o enterrados. El dolor los rodeaba, se les veía agotados, el proceso de aceptación los extenuaba. Perdían el rumbo o llegaban con otra apariencia. La puerta estaba abierta y a la vez sellada; es decir, algunos de los que veía abandonar el lugar no regresaban nunca. Juraría que vi a uno de ellos, después de un tiempo, vestido con un atuendo diferente. Me saludó de manera amable, y aunque, creo, no podrá deshacerse de esa mueca triste con la que va por la vida, su actitud dejó de ser lastimosa para convertirse en algo que lleva a lo que denominan aprendizaje.

Después de unos años, al recorrer el lugar por completo, fui llevado junto con muchos otros, a un lugar más cálido. Donde te puedes mirar siempre, donde no cambias de apariencia. La verdad, vivo bien aquí. A veces (muchas veces), me llaman a comparecer, a dar mis credenciales nuevamente, o a viajar a través de palabras y ser yo parte de los ajenos de alguien más, pero al final siempre regreso, y lo hago de la misma forma, a través de centro, rojo, el cual bombea cada segundo con la misma sensación cada vez que lo atravesamos. No es un estado permanente, pero es un momento inequívoco, que dibuja -invariablemente- una expresión a la cual denominan sonrisa, pero que entre nosotros lo conocemos como lugar donde vive la felicidad.

Por Juan Pablo Martínez Cajiga

Nací un lunes.

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