Hombre en su siglo

Como epígrafe a su libro Hombres en su siglo —en el que reunió ensayos de su autoría acerca de la obra de escritores, filósofos, pintores, hasta un médico— Octavio Paz escogió unas palabras de Baltasar Gracián, escritor y clérigo español del Siglo de Oro, que en su Oráculo manual y arte de prudencia, publicado en 1647, escribió:

«Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque lo tuviesen, no acertaron a lograrle».

Uno de los más eminentes y con seguridad el más raro de los sujetos que ha dado el futbol, Diego Armando Maradona, lo es precisamente porque su periplo vital en mucho dependió del tiempo que le tocó vivir, pero también lo es porque él terminó por marcar, primero con su genio y luego con su figura, ese tiempo: el último tercio del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI.

A la vez artificio y artífice de su tiempo, Maradona tuvo que morirse para hacernos mensurar en qué medida nuestro tiempo no sería el que ha sido sin su referencialidad deslumbrante ni su personalidad explosiva, siempre contradictoria, a veces incongruente, casi siempre provocativa.

A raíz de la muerte de Maradona el 25 de noviembre de 2020, el periodista y escritor argentino Alejandro Duchini se dio a la tarea de escribir con apuro, que no a las apuradas, un libro que, como bien lo describe su propio subtítulo, es una crónica sentimental, una peculiar narración del drama maradoniano que nos lleva por la historia de más de una generación. No es un libro asimilable a una biografía tradicional, y por eso no lleva por título Maradona sino Mi Diego, donde el uso del adjetivo posesivo puede entenderse tanto como forma de apropiación a la que el autor se siente autorizado por el cariño, también como sinónimo de perspectiva, de ángulo de observación, y por último a modo de fórmula de trato respetuoso, cuasi reverencial.

Publicado por Malpaso, Mi Diego no recurre al morbo que explota los escándalos de la vida privada y en cambio nos muestra a ese Maradona total para el que no encuentro una mejor caracterización que en unas palabras de Roland Barthes, quien seguro no lo conoció —el semiólogo murió en 1980, cuando Maradona todavía no era lo que fue— pero que tenía en mente a un “contra-héroe”, un “individuo que aboliría en sí mismo las barreras, las clases, las exclusiones, no por sincretismo sino por simple desembarazo de ese viejo espectro: la contradicción lógica”. Barthes se preguntaba en 1973 —cuando el mundo aún no sabía de Maradona, que tenía apenas 13 años— “¿quién sería capaz de soportar la contradicción sin vergüenza?”. Respuesta: Maradona, el habitante de los extremos: tumultuario pero solo, humilde y suntuoso, tierno e insoportable, genial y autodestructivo.

Para escribir Mi Diego, Duchini se encargó de conseguir testimonios que alumbran una vida vivida a demasiadas revoluciones. Ahí aparece el Duchini entrevistador para extraer de cada testimonio la pulpa necesaria para construir un auténtico retrato de época, de una época que no se ha ido del todo. Duchini reunió voces del entorno inmediato de Maradona pero también, y sobre todo, de quienes desde la querencia le guardan un lugar especial tanto en su memoria como en su corazón: el entrenador que lo debutó, el preparador físico que más lo cuidó, el dueño actual de la primera casa que tuvo gracias al futbol y que hoy es un museo, el jugador que salió de cambio para que jugara su primer partido en Primera, el responsable de que recibiera un reconocimiento de la Universidad de Oxford, el hijo del jugador que es recordado por ser la “víctima” del primer caño de Maradona como profesional, ese que hizo con el primer balón que tocó…

“Cada uno de nosotros podría escribir su propia historia maradoniana”, escribe Duchini. Que todos podríamos intentar escribirla, seguro, pero hacerlo con tino, sensibilidad, belleza y rigurosidad, sólo los que, como Duchini, tienen muy desarrollado el sentido periodístico y consolidan cada vez más su estilo literario.

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