La magia de Conan Doyle

Una cuestión interesante de plantearnos sería por qué nos gusta tanto Sherlock Holmes.

Por cruel que pueda sonar, la “muerte” de Sherlock Holmes apenó a muchos de nosotros más que la muerte de personas reales. El carisma del detective más célebre de la historia consumió a su autor, a pesar de haberle dado fama mundial; Conan Doyle se lamentaba que de su extensa bibliografía, a lo largo de la cual tocó diversos géneros, las obras de Holmes eclipsaban al resto.

Una cuestión interesante de plantearnos sería por qué nos gusta tanto Sherlock Holmes (como personaje) si, en realidad, tiene una personalidad que seguramente no nos gustaría al conocerlo en la vida real: es frío, de pocos amigos, misógino y un adicto a las drogas. Por supuesto, aún resultaría un hombre interesante por su agudez mental, pero seguramente a muchos no nos caería bien. Sin embargo, puede que una cosa vaya ligada a la otra: que su aguda observación del mundo se deba precisamente a la distancia emocional que pone con este. Y en este sentido, Holmes nos gusta porque se parece a un mago: su percepción nos parece tan brillante porque el resto de nosotros no dedicamos tiempo a prestar atención a los detalles que activan su mente detectivesca.

Pero es un personaje que a veces nos sorprende. Su relación con Watson, el único amigo que tiene aparte de su hermano Mycroft, le aporta una dimensión humana que en pocas veces demuestra. A pesar de su frialdad y su reconocida incapacidad para entender a las mujeres, en una ocasión Holmes hace una observación inesperada en él: “He visto demasiado como para no saber que la intuición de una mujer puede resultar más útil que las conclusiones de un razonador analítico”. Y, por supuesto, su capacidad de sacrificio al arriesgar su vida para acabar con el profesor Moriarty, al juzgar que supone una amenaza para tantas personas que en comparación su vida es una apuesta que vale la pena hacer. Tal vez fuera precisamente este sacrificio, la desaparición del personaje en el apogeo de su humanidad, lo que la hizo especialmente inaceptable para sus seguidores.

La última referencia a Sherlock Holmes ocurre en 1917, cuando se encuentra ya retirado en una granja, dedicándose a la apicultura. Su muerte definitiva (si bien literaria) coincide con la Primera Guerra Mundial, un episodio que mina la confianza de la gente en que el futuro sería mejor. Pocos años después, en 1930, muere también Conan Doyle. Además de las historias de Holmes había escrito muchos otros libros. Uno que recuerdo con especial cariño es El mundo perdido, la historia de unos aventureros que se adentran en una meseta venezolana poblada por dinosaurios: otro tipo de magia, más fantasiosa incluso que la de Holmes.

En 1930, la Gran Recesión apenas había empezado. Ya no era el tiempo de los magos, aunque quizás nunca fueron más necesarios.

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