Foto: Getty Images

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La melancolía del quinto partido

Esta historia puede tener muchas entradas; todas ciertas, todas frustrantes.

Se pueden elegir, al azar, los años: 1973, 1982, 1990. Incluso, los menos dolorosos: 1986 o 2006 o 2014.

Lo que acompaña a este rosario de fragmentos es lo que Mauricio Magdaleno llamaría el oropel ruidoso del fracaso. La Historia no es lineal, pero va dejando sus caprichos para que alguien llegue a juntar los hilos del tejido.

Calentamiento y primer tiempo: 1973.

México había faltado en dos ediciones a la Copa del Mundo de Futbol: 1934 -cuando fue eliminado por Estados Unidos (4-1) en Roma, en una especie de preliminar, ideada por Benito Mussolini- y en 1938, cuando eligió jugar los Juegos Centroamericanos y evitar el viaje a Francia. En 1930, justo ante los franceses, el cuadro mexicano sufrió la primera de sus muchas derrotas mundialistas. Fue el 13 de julio, en el Estadio Pocitos, casa del Peñarol. Antes de que se terminara el primer tiempo del partido, Francia ganaba 3-0. Terminó ganando 4-1. Se sumaron los tropiezos ante Chile (1-3) y Argentina (3-6). Bolivia -que jugó dos partidos (y los dos los perdió sin anotar) – y Perú -que perdió sus dos, con un gol- salvó al equipo verde de ocupar el último lugar, por diferencia de goles. En Brasil, 1950, México volvió a perder todos sus partidos. Y lo mismo pasó en Suiza 1954. En Suecia, cuatro años más tarde, lograría su primer empate ante País de Gales. Ganó su primer partido en Chile 62, ante Checoslovaquia, en el Sausalito, con goles de El Chololo Díaz, Alfredo del Águila y Héctor Hernández. En el 66, volvió a las andadas: un empate y dos derrotas. La primera vez que pasó a la segunda ronda fue en 1970, cuando fue sede. Y perdió, en Toluca, ante Italia, a pesar de ir ganando el partido 1-0. Resumen antes de llegar a la fecha del inicio de este relato: 21 partidos, en siete Mundiales: 15 derrotas, tres empates y tres victorias. Lo que vino después fue peor. Y lo de después de después tampoco fue meritorio.

Manuel Seyde, del Excélsior, había puesto un mote a aquel equipo que coleccionaba desilusiones: Ratones Verdes. El resto de la prensa lo acusó de malinchista, amargado y malintencionado. Pero Seyde llevaba razón: la algarabía terminaba siempre entre el tequila y la lágrima del coraje: como letra de José Alfredo en altas horas de la noche.

Para las eliminatorias del Mundial de Alemania 74, la Concacaf acordó que la competencia se llevaría a cabo en seis grupos, cuyos primeros lugares jugarían una segunda ronda en Haití. Absurdamente, le llamaron Magno. La FIFA tenía reservado un boleto para la zona. México jugó aquella primera serie ante Canadá y Estados Unidos. El ingeniero de Javier de la Torre, técnico de la selección mexicana, convocó a un equipo en el que figuraban, entre otros, Rafael Puente, Javier Sánchez Galindo, Héctor Pulido, Octavio Muciño, Horacio López Salgado y Fernando Bustos. “Los mejores hombres del momento”, dijo. La escuadra de De la Torre ganó todos partidos, incluidos los de visita en Toronto y Los Ángeles. Pero aquella supremacía fue el preludio del desmoronamiento.

Para el viaje a Haití se sumaron a la convocatoria Héctor Brambila, Juan Manuel Álvarez, Arturo Vázquez Ayala, Manuel Lapuente y Leonardo Cuéllar.

Los 22 ratonautas partieron a Puerto Príncipe, en donde el viernes 30 de noviembre (noviembre, como ahora que salen con rumbo a Qatar) empataron a cero ante Guatemala. Tres días después, volvieron a empatar ante Honduras, uno a uno. La selección mexicana recordó un poco de su superioridad con su zona de competencia ante la débil Antillas Holandesas, a la que venció 8-0. Pero llegó la Paloma Negra. La cabeza de la Sección D del Excélsior del 15 de diciembre de 1973 fue contundente: “Ratones Verdes, eliminados: Trinidad los goleó 4 a 0; Haití al Mundial”. Desde luego, fue un regocijo para Seyde, a quien los hechos daban -por fin- razón. A pesar del triunfo ante México, Trinidad quedó eliminada al perder ante Haití, que en el Mundial alemán perdió todos sus partidos; entrega de estafeta. Polonia, que ya contaba con el astro Lato, la venció 7-0; Italia 3-1 y Argentina 4-1. Por primera vez en eliminatoria, México perdió la oportunidad de jugar una fase final de la Copa del Mundo. El país abucheó al equipo y no faltaron las protestas en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez: los jugadores salieron protegidos por la policía.

Segundo tiempo, luego de 1973.

Fue una época oscura para el equipo verde.

Para empezar, México estrenó uniforme (marca Levis) para participar en el Mundial de Argentina, al que llegó, en gran parte, porque la segunda eliminatoria se llevó a cabo en Ciudad de México y Monterrey. Antes, en la fase de grupos, había clasificado por tener mejor diferencia de goles en la serie ante Canadá y Estados Unidos; los tres equipos terminaron con un triunfo, dos empates y una derrota. Al final, el triunfo ante Estados Unidos (3-0) en Puebla dio el pasaporte a los mexicanos al certamen argentino. Vino el ridículo. México jugó, como sede, la “liguita” y ganó, aquí, todos los partidos. Regresó a la fase final de la Copa del Mundo. Para hacer un papelón.

En 1978 – ya con la Junta Militar en el poder, desde el 24 de marzo de 1976- México, que no se opuso al autoritarismo y a la muerte o desaparición de mas de 30 mil argentinos, llegó a Buenos Aires con la promesa presidencial de un triunfo, un empate y una derrota: datos suficientes para “pasar” a la segunda ronda. El Grupo 2 permitía cierta razón al discurso de José López Portillo, el más retórico de la era moderna del país. En el programa estaban Alemania, Polonia y Túnez. Veía superior a Alemania, igual a Polonia (que ahora ha sido atacada por Rusia y cuyo ataque alemán, en 1939, comenzó la Segunda Guerra Mundial) e inferior a Túnez; clasismo, en todo el sentido de la palabra. Pero el futbol no sabe, o sabe mucho de política internacional. Todo sería distinto.

En su primer duelo (duelo invoca a dolor), México, que ganaba 1-0, con penalti tirado por Vázquez Ayala, en el primer tiempo, terminó perdiendo 3-1 en la cancha de Rosario Central. La prensa mexicana -con Seyde a la cabeza- se burló de la derrota. Pero la burla, sin defensa, llegó en Córdoba. Alemania, con dos goles de Rummenigge, aplastó a México 6-0. Ángel Fernández en la narración del partido llamó a la madre de Víctor Rangel, delantero nacional, de manera melodramática: si alguien sabe del paradero de Rangel que llame a Locatel; no se le ve en la cancha.

El 10 de junio, ya con el maestro Boniek en la delantera, Polonia -a la que enfrentará en Qatar- le venció con contundencia 3-1. México terminaría, por fin, en el último lugar.

Luego vino la eliminación para el Mundial de España y gracias a una falla de penalti de Hugo Sánchez, quien nunca triunfó con su selección, México volvió a quedar fuera del Mundial, a pesar de la percha. Honduras y El Salvador fueron al mundial (ya con 24 selecciones) como estandarte de la Concacaf: hicieron el ridículo: sello de la casa. Los salvadoreños perdieron 10-1 ante Hungría, en Barcelona. Honduras logró dos empates, ante España e Irlanda del Norte, y una derrota (0-1) ante Yugoslavia. México estaba por debajo de aquel resultado.

En 1986, gracias a ser sede, regresó a la fase final ante la renuncia de Colombia como anfitriona.

Y aquí, en el Azteca, logró su único pase a la tercera fase. Venció a Bulgaria (2-1), con un extraordinario gol de Manuel Negrete. Y luego, en Monterrey, fue derrotado por los alemanes en tanda de penaltis. Hasta cuando gana, México pierde. Fue una tarde atroz. En su territorio, estaba eliminado del Mundial, ante el futuro subcampeón. Todos los que fallaron en los penaltis descifraron la cara del fracaso. La única vez que México jugó cinco partidos en un mundial terminó en la ruleta rusa. El único que pudo anotar en la tanda de penales fue Manuel Negrete, de los Pumas.

Vino el asco. La trampa.

El escándalo de los Cachirules, control de actas de nacimiento adulteradas, fue el colmo. La selección mexicana juvenil para los Juegos Olímpicos de 1988 desató -gracias a la prensa mexicana- un desabasto de credibilidad. Ali Fernández, hijo del gran cronista del 78, el que buscaba a Snoopy Pérez, y González Chaires, habían manipulado sus registros. Y el costo fue mayor de lo esperado. México se perdería su tercer mundial en 20 años. La trampa costaría la ausencia del Mundial de Italia 90. Vergüenza, como quiera verse. El mundo se enteró de la costumbre mexicana: la adulteración de datos. En julio de 1988, la selección nacional quedó fuera de Italia 90, por tramposa. En el último partido de eliminación, México venció 3-0 a Guatemala, con goles de Luis Flores, Benjamín Galindo y Javier Aguirre. Para la FIFA la sanción incluía dos años. Italia, en la que México jugó un papel de desempate ante Estados Unidos en 1934, era ajena por transas de la Federación Mexicana de Futbol.

México volvió, entre las cenizas, en 1994. Clasificó a la fase final por primera vez desde 1986. En Estados Unidos empató ante Italia en fase de grupos, y en octavos de final perdió ante Bulgaria, de nueva cuenta en penaltis. En 1998, tras un gran empate con Holanda, cayó ante Alemania en el cuarto partido, con errores en la defensiva y en la delantera; en 2002, Estados Unidos la acribilló en Corea del Sur; en 2006, Argentina le propinó una daga en Leipzig; en 2010 sucedió lo mismo en la segunda ronda en Sudáfrica. En 2014, recibió una espada de último minuto ante Holanda, en Recife (Brasil). Y en 2018 -con su mejor resultado mundialista -venció a Alemania en su primer partido en Rusia- perdió el cuarto partido ante Brasil, en Rostov.

La selección mexicana, como dijo el inglés The Guardian en 2006, es una zapatilla que si está en los Mundiales no se extraña, ni se nota. Está, pero nunca ha estado.

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