Foto: Tátylla Mendes

La metamorfosis de Cardona

Para mí, lo primero fueron las mariposas. Eran muchas, pequeñas, ligeras, revoloteando por todos lados, posando en las flores, cruzando el camino delante de nosotros, amarillas, verdes y blancas como la sal.

La celebración de mi envejecimiento fue la excusa perfecta para la escapada. Cuando llegamos a Cardona, aquel domingo de julio, yo recién había cumplido 36 años, y todo lo que quería era meterme en una cueva. Ahora bien, no lo digo en sentido figurado (aunque pudiera), sino literalmente.

“Mariposas me invitaron a ellas
El placer insectal de ser mariposa me atrajo
Por supuesto yo iba a tener una visión distinta
de los hombres y de las cosas”

Manoel de Barros

Sin embargo, como mi novio no conocía –hasta aquel entonces– nada de espeleología, decidimos hacer un paseo un poco más sencillo, no en una cueva de verdad, sino dentro de una mina, pero con paisajes igual de fascinantes.

La idea era explorar la Montaña de Sal de Cardona. Aunque, antes de  bajar del autobús que nos traía desde Barcelona, cuando ya nos acercábamos a esta pequeña ciudad catalana, lo primero que nos llamó la atención fue su castillo. «¡Oh, Jesús! Las cosas que hemos visto, eh, sir Jonh», dice Robert Shallow (Allan Webb) en la peli Campanadas a Medianoche, de Orson Welles, que tuvo escenas rodadas en esa misma fortaleza en 1964. Antes de ello, entre los siglos XI y XV, esta construcción medieval de estilo románico y gótico ya había acogido a los reyes sin corona de Cardona –duques que controlaban el oro blanco de la región (la sal) y poseían extensos dominios territoriales en Cataluña, Aragón y Valencia–. Este castillo fue también el escenario de muchas batallas, aunque nunca fue conquistado por las armas. Por cierto, en la Guerra de Suceción española, Cardona fue el último reducto de resistencia contra la ocupación de Cataluña. Con el fin de conservar toda esa historia, en 2010, el castillo –que ya se había convertido en parador turístico desde 1976– fue transformado en el primer parador-museo de esta comunidad autónoma.

El castillo de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

No obstante, en aquella mañana de verano, al pasear alrededor de esta imponente construcción, para mí, lo primero fueron las mariposas. Eran muchas, pequeñas, ligeras, revoloteando por todos lados, posando en las flores, cruzando el camino delante de nosotros, amarillas, verdes y blancas como la sal.

Descíframe o te devoro,
dijo la mariposa esfinge.
¿Qué va a ser de mi futuro
tras todo lo que ya he pasado?

Desde la colina donde se ubica el castillo, al mirar al sur, la Montaña de Sal queda casi toda escondida detrás de la blanca, recta e inmensa escombrera salina. Desde ahí, solo se ve su cumbre de formas sinuosas y color gris. Y es que Cardona se distribuye básicamente en tres o cuatro niveles. Arriba de todo, a 585 msnm, el castillo domina el paisaje. En el nivel intermedio está la ciudad, con sus casi 5000 habitantes, sus calles empedradas, sus rutas saludables, su gran zona deportiva municipal (incluyendo tres piscinas y un campo de fútbol), su centro histórico –declarado Bien de Interés Nacional–, sus mercados dominicales, su Feria Medieval y su Fiesta de la Sal, sus fiestas religiosas, sus reclamos en favor del independentismo catalán, sus parques y plazas, sus pinos y robles… Abajo todo eso, al pie de la Sierra de Las Garrigues, es donde se encuentra el Valle Salino, depresión natural en medio a la cual se yergue la Montaña de Sal, hasta tan sólo unos 120 m de altura. Aunque esa es solamente la parte visible de este impresionante diapiro que sigue creciendo cada año.

Cardona vista desde el camino alrededor del castillo,
con escombrera salina y cumbre de la montaña al fondo. / Foto: Tátylla Mendes

Entre la oruga y la mariposa
hay el huevo y la crisálida.
De ahí que romper cáscaras
es igual de importante que saber crearlas.

Hace decenas de millones de años, la Cataluña central estaba cubierta por el mar. El tiempo pasó, la ligación con el mar se cerró y el agua se evaporó. Pero los sedimentos quedaron y las placas tectónicas siguieron desplazándose y llegaron a presionar tanto que los estratos salinos ascendieron hasta formar un cerro: la Montaña de Sal. Quien nos lo explica es Mireia Boixadé Pedrosa, la joven y simpática guía cardonina que nos lleva a conocer por dentro esa impresionante estructura geológica.

Porción frontal de la Montaña de Sal de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

Somos unas diez o quince personas los que formamos el grupo de visitantes en turno. Todos llevamos cascos y se nos solicitó guardar los móviles, ya que los equipos electrónicos pueden dañarse con las precipitaciones de agua salobre que siguen infiltrándose dentro de la montaña. De hecho, son exactamente esas precipitaciones las responsables por la formación de las estalactitas y estalagmitas de sal –las estructuras que dan a ese lugar un aspecto único de acaparadora belleza–.

Dentro de la Montaña de Sal de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

Por otra parte, Mireia también nos dice que solo es posible admirar todo eso hoy en día porque, antes, –por intereses económicos– fueron abiertas todas esas galerías por donde ahora pasamos.

Para tejer su crisálida
con tranquilidad,
la oruga de la esfinge
busca en el suelo una cavidad.
Y lo mismo pasó con Cardona
que antes de salir a volar,
tuvo una fase textil e industrial.

Desde el Neolítico, los íberos y romanos ya exploraban –a cielo abierto– la sal de Cardona, la sal gema, de cocina o halita. Este mineral fue tan apreciado que hasta llegaron a pagar los sueldos de los trabajadores con sal, y de ahí vino la palabra ‘salario’. Fue solamente a principios del siglo XX que se descubrió que en la Montaña de Sal de Cardona había también otros dos tipos de sal –la silvina y la carnalita– que contienen potasio en su formación, y por ello son muy útiles para la fabricación de medicamentos, pilas, baterías… aunque las destinaban, sobre todo, para la producción de fertilizantes y explosivos como la pólvora. Ese descubrimiento acabó transformando una población agrícola y textil en un enclave minero. Fue la segunda industrialización de Cardona.

Muestras de las sales extraídas de la mina de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

Según Mireia, el tramo de la mina por donde ahora pasamos los turistas no se parece en nada con la gran explotación que había en el subsuelo, donde llegaron a ser abiertos unos 300 km de galerías en diferentes niveles, a una profundidad máxima de 1308 metros bajo tierra.

–Se instaló taller mecánico, enfermería, comedor e incluso (entre comillas) una gasolinera (un camión de gasoil), ya que ahí circulaban camiones, excavadoras y otras grandes máquinas que dependían de combustible. Imaginad la contaminación ambiental –dice Mireia, quien nos hace reflexionar además sobre las condiciones en que trabajaban los mineros, con las altas temperaturas que tenían que enfrentar cuanto más bajaban– a 1308 metros bajo tierra, se encontraban a más de 50 grados centígrados y con mucha humedad, y los graves riesgos de desprendimientos –completa la guía–.

Así que, no fue casualidad que hasta los años 90 la mina cerró definitivamente sus puertas, aunque el mineral todavía no se ha agotado. De hecho, la sal sigue siendo fuente de riqueza para Cardona, pero ahora de otra manera: a través del turismo.

La reconversión turística de la antigua mina empezó en el 97. En los años 2000, el espacio pasó a llamarse Parque Cultural de la Montaña de Sal y desde el 2005 pasó a ser gestionado por la fundación Cardona Histórica, que trata de promocionar no solamente el recinto minero sino más bien la ciudad en su totalidad. No se puede obviar, además, que se trata de un espacio natural protegido, incorporado al Plan de Espacios de Interés Natural desde 1992 e incluido en la Red Natura 2000 desde el 2006 como Zona de Especial Protección.

Vista de la Montaña y la escombrera con el castillo al fondo, desde la Bófia de la Sal Roja / Foto: Tátylla Mendes

Al fin y al cabo, más allá de su relevancia geológica, paisajística, histórica y cultural, la Montaña de Sal de Cardona es de constitución extremadamente frágil y susceptible de ser modificada por cualquier acción humana. Asimismo, la Montaña y sus alrededores sirven de hábitat para diversas especies vegetales y animales, como es el caso de la Proserpinus proserpina, una mariposa esfinge de alto valor de conservación, incluida en la Lista Roja de la UICN.

Tras pasear por el castillo,
ella vuela por el casco histórico
hasta el viñedo más cercano.
Posa en una parra, en dos, en diez,
y se pone rumbo hacia el olivar
haciendo suspirar a un artesano.

Brintesia circe posada cerca del castillo de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

–Lo que más me encanta –me contará después Mireia– es que la Montaña sigue cambiando, ya que las estalactitas y estalagmitas de sal crecen tres o cuatro centímetros cada cinco o seis meses, dependiendo de cuánto llueva. En el 2020, por ejemplo, estuvo cerrada por lo de la pandemia, y cuando volvimos a entrar en ella, estaba ya muy distinta de lo que era antes.

Para nosotros, sin embargo, el cambio de perspectiva se dio ese mismo día, al fin de un sendero que hicimos por nuestra propia cuenta, al llegar hasta la Bòfia de la Sal Roja –depresión natural al suroeste de la Montaña de Sal, desde dónde esta formación geológica protagoniza el paisaje, en primer plano, tiñendo de blanco las faldas de Las Garrigues.

Desde este punto de vista, es la ciudad que queda casi toda oculta tras la Montaña, con el castillo al fondo, coronando todavía el paisaje, y la blanca, recta e inmensa escombrera salina en el centro, en medio de todo.

Desde ahí, al mirar la aspereza de la superficie escarpada de tintes blancos y rojizos, me acordé de una cita de Ruth Miguel Franco mencionada por Elena Hita Piera en esta preciosa reseña de “La Pureza“. En realidad, la autora se refiere a Innsbruck (Austria), aunque sus palabras me parecieron perfectas para describir Cardona.

“En las ciudades que han sido gloriosas
todo lo tiñe el pasado, y el lamento por el pasado
toma formas puntiagudas y brillantes”

Ruth Miguel Franco
Detalles de la Montaña de Sal de Cardona / Foto: Tátylla Mendes

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