La montaña del alma de Gao Xingjian: una simplicidad que conmueve

Una pintura china tradicional (llamada 国画, guó huà). Un viaje por China. Una reconciliación de los valores occidentales y orientales. Una nivola a la china. Una nivola impresionista. Unamuno si hubiera profesado el confucianismo, el budismo y/o el taoísmo. Colocarle una etiqueta es darle una limitante e inherentemente es ponerle una correa a esta obra, obstinada en salirse de cualquier ismo que el mundo de la literatura intenta imponer a cada obra que ve la luz. Tal remisión le ha valido con toda justicia en 2000 el Premio Nobel de la Literatura a Gao Xingjian (高行健, 1940). En palabras de la Academia Sueca, «es una obra de validez universal, percepciones amargas e ingenuidad lingüística».

Todo comienza por el azar. Estás en un tren que te lleva lo más lejos de Pekín, compartes viaje con un desconocido. El tintineo que se desprende lleva a que las dos tazas de té entrechoquen. Ahí se detona el encuentro que es el pistoletazo de salida de este gran viaje. En la mitad de los capítulos veremos la historia del «yo» (ojo, no hay nombres), un académico al que le habían detectado por error cáncer de pulmón y quiere empezar de nuevo en la región de Sichuan; en la otra mitad, se asoma el «tú», un turista abrumado por tantos años en la ciudad y que quiere regresar al pasado rural. Ahí se encuentra a «ella», la seduce y comienza otro viaje. En todo el viaje estará presente la búsqueda por la Montaña del Alma (灵山), localizada en un paraje que es desconocido para alguien que conoce la geografía china de pe a pa.

La he leído a ratos, sorteando intervalos de hasta dos meses sin poder coger el libro. He tenido que volver a empezar cuando había llegado a la mitad, no podía continuar sin poder capturar citas que me maravillaron. El uso natural del lenguaje y el amor que le profesa Gao traspasa incluso el inevitable pero indeseado tamiz de la traducción indirecta (los traductores Liao Yanping y José Ramón Monreal nos han hecho el favor de gozar esta obra a partir de la traducción del chino al francés). No era miedo, tampoco era un respeto sobrenatural, era una fascinación por conocer un poco más la cultura china. 651 páginas que pueden transcurrir cansinas o ligeras, donde aprendí también vocabulario de mi propio idioma. 81 capítulos que dejan un resabio y un enigma tan propio de las pinturas chinas en biombos.

El conocimiento previo de la cultura china no es la llave necesaria para comprender el libro, aunque sí es deseable para no vacilar en su lectura y no terminar desmotivado por la accesibilidad. Si te das la oportunidad de seguir adelante a pesar de ello, podrás encontrar una recopilación de temas de diversa índole – botánica, geología, zoología, filosofía, religión, historia, política, canciones populares, descripciones de paisajes de fuerte intensidad simbólica, mitos… Fiel reflejo de lo que es Gao Xingjian, polímata: poeta, dramaturgo, director de teatro y uno de los mejores traductores del mundo sobre Samuel Beckett y Eugène Ionesco.

En siete años (1982-1989) Gao logró maridar valores occidentales y orientales, todo eso mientras era presa de la Campaña de la Contaminación Intelectual y la insidiosa censura por parte del gobierno chino. Harto, se marchó a París en 1987 para seguir escribiendo en paz, finalmente poniendo en práctica sus conocimientos de francés adquiridos en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín (conocida como Beida, primera opción de los extranjeros que desean aprender chino mandarín en China). Ahí llegó el desquite de manera deliciosa: en un capítulo sí, y en otro también, aparecen críticas hacia la Revolución Cultural, aparecen retratadas las consecuencias del funesto Gran Salto Adelante. Por supuesto, cuando ganó el Premio Nobel, las autoridades chinas se encolerizaron. No solamente no mencionaron en las noticias el hecho de que un chino por primera vez era condecorado con Premio Nobel de Literatura, sino que su obra está prohibida en su país natal. Después de todo, nadie es profeta en su tierra.

Hay dos capítulos en los que debes prestar atención. El primero es el 52, donde aparece la nivola china. Vemos que los pronombres «yo», «tú», «él», «ella», son simples acepciones de un relato que el autor se está narrando a sí mismo. Esto es como un caleidoscopio, o como los filtros de Instagram: el solo hecho de escoger uno u otro, o de dar la vuelta a la izquierda o derecha cambia la perspectiva y la gama de colores. Así pasa con el capítulo 52, un peaje que debemos pagar para proseguir con la lectura. Finalmente, el capítulo 72 nos adentra hacia una confesión cándida sobre las intenciones del autor con esta obra, justamente cuando nos falta una novena parte para concluir la lectura. No solamente no sirve de nada reclamar, no te dan ganas de. Podría parecer algo inaudito, ¿pero acaso toda obra no es sino la visión del autor, por muchos personajes que pueda atiborrar en su obra?

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Alguna vez en mis clases de chino, un profesor me dijo que traducir de español hacia ese idioma es muy complicado porque el mandarín es muy sencillo. No sea esto un oxímoron. Gao Xingjian relata las cosas con una simplicidad que conmueve, transparenta la pureza y nos introduce la cultura de su país natal. No puedo menos que estar de acuerdo: la obra es sencilla, y por ello se nos presenta compleja. Y por eso me permito transcribir las oraciones finales del libro:

«Lo mejor es aparentar que se comprende. Aparentar que se comprende, pero de hecho no comprender nada. En realidad, no comprendo nada, pura y simplemente nada. Así es».

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