La mujer de mi entierro

Después de Silvia, el escritor y arquitecto José Memun vuelve, de la mano de Textofilia, con su segunda novela, La mujer de mi entierro. Pese a que el asomo del amor y sus vericuetos acompañen las dos novelas del escritor, hay un espacio claro que les distingue para con este segundo título: ¿desde dónde se ve el amor y esas relaciones distintivas y que marcan cierto provenir?, ¿cómo podemos verlas, cómo las recordamos ahora estando a punto de ser enterrados, en apenas unos momentos en que, al caer la tierra sobre la caja, se nos puede apagar lo que nos queda?

En La mujer de mi entierro, observamos, a través de Daniel, desde ese momento final en que, según ciertas visiones particulares (metafísicas y/o espirituales), su pasado, su vida hasta ese momento en que su cuerpo está a punto de ser enterrado. Daniel se asoma a quienes están en su entierro, pero, de entre todos los asistentes, distingue a una mujer que está como escondida detrás de un árbol, observando y siendo parte, aunque “lejos”, de ese momento culminante en que, quizás, todo termina. Desde ese momento, comenzamos un recorrido hacia el pasado donde podemos observar, más allá de una crítica, una exploración momentánea entre las distintas clases sociales que pueden entreverse en la clase media. El conservadurismo y la libertad. Esa dicotomía eterna.

A través de un ambiente a ratos enteramente onírico y a otros tantos más bien reflexivo como un soliloquio, José Memun explora, siempre dependiente de cierta melancolía arraigada a través de (y por) Alina, la finitud, el amor, las convenciones sociales, cierto dejo que aspira a ver desde otra perspectiva la libertad, el arrepentimiento. Quién ha de pensar en nosotros cuando estemos muertos. Acaso alguien tiene que pensarnos o es sólo que no queremos sentirnos completamente olvidados. Recurrir al arraigo como sentencia de un olvido que no queremos que exista.

La obstinación, el silencio. Algo que se abandona aunque siempre haya algo que nos quede por tomar. Siempre hay algo que consuela aunque tarde o temprano, o cerca de quedar enterrado para siempre, nos demos cuenta de que, quizás, cometimos un error. Luego resta la contención, cierto delirio breve. Resignarse. Resignificarse. Poder tomar una decisión para continuar. Continuar pese a cualquier cosa. Sólo continuar para llegar de pronto a algún lado, o para postrarse por fin a pensar en todo lo que ha pasado. Un ciclo que no se quiebra con facilidad sino tal vez hasta la muerte. Y a partir de eso, entonces, vivir de nuevo. O, al menos, morir en paz. O tan sólo morir porque es lo único que queda.

La segunda novela de José Memun se siente distinta, distante a otras contemplaciones y observaciones acerca de las (grandes) historias de amor. No hay quien salga ileso, y quizá ni siquiera vivo. Presenciamos el último paseo por su vida. Estamos a punto de sentir cómo hay piezas que necesitaban calzarse para entender, y, al mismo tiempo, saber que a piezas que se han perdido para siempre y en ello también hay una respuesta vacía. Un contrasentido. Sí. Es inexorable no pensarlo, y sobre todo disfrutarlo, si al final estamos atados a una historia que inicia en la visión transparente de un amor imposible que grita desde el fondo de un lugar donde se está siendo enterrado. La mujer de mi entierro es una novela a la que, pese a correr el riesgo de salir agotado, es recomendable asistir.

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