Hay dos formas de empezar a leer un libro: por placer o por compromiso. Leí Los mejores años de manera audible; quiero decir: con frases sueltas de su autor entre cafés, borrachos, en librerías e incluso mirando el mar con los últimos rayos de sol. En definitiva, con largas tertulias sobre literatura o filosofía. Creo que una vez incluso vi llorar a su autor: un acontecimiento inaudito. Te la vas imaginando, la vas soñando, te haces una idea, una conclusión, en definitiva, a tu manera. Luego llega a tus manos y te encuentras con una gran sorpresa: es maravillosa.
En mi opinión, hablamos de una novela de carácter existencialista. La búsqueda de su protagonista por encontrar algo que le haga sentir vivo. Situaciones que se le presentan con la cotidianidad del día a día de una manera vulgar, pero que las ve como algo capaz de atormentar en su mayoría de veces. Aunque hay también espacios donde el protagonista fluye, por muy menores que éstos sean. Por ejemplo: en recuerdos de años pasados que son buenos. Aquí entra en juego el plano de la subjetividad, dado que uno puede establecer un paisaje anterior, que el lector no conoce, pero que identifica como algo donde el narrador se siente cómodo. Esto es, obviamente, una imagen más. Una idea que se mueve entre planos de ideales de una vida soñada, de un mundo donde pueda ser y sentir mejor. Adrián M. del Pino mueve la narración en torno a la nostalgia. Todos nos sentimos identificados con aquellos momentos en los que fuimos felices, los que se presentan de manera negativa se desvanecen con el paso del tiempo.
Es conveniente señalar que Adrián es autor de una importante producción poética, así como de múltiples relatos publicados estos últimos años. En más de una ocasión he podido decir que me considero orgulloso de ser paisano de los dos mejores poetas vivos que conozco: Christian Viñolo y Adrián M. del Pino.
Acá un fragmento de una carta escrita al autor, del 9 de mayo de 2019, y que envié por correo postal ordinario a su domicilio.
…pero volviendo a la realidad estaba ante una gran novela que me ha conmocionado, quiero señalar, en mi opinión (espero que tengamos ocasión de poder discutirlo de tú a tú), que resalta el paso del tiempo, el paso de los días, los va y viene de las amistades, la descomposición del propio ser, la ilusión de un porvenir que nunca llegará, ¿se le espera?, nunca se sabe, es ese extranjero tan perdido en un mundo que parece que no es el suyo, y ni siquiera parece dar señales de querer alguno algo mejor, tan solitario, tan lobo estepario, que, a veces, incluso echa de menos tomar unas cervezas o dar una vuelta, donde no importa con quién ni el cuándo.
En definitiva, es una obra impecablemente construida. Lo que realmente investiga M. del Pino es la naturaleza humana. Está lleno de ideas, de momentos felices e inquietantes, y tiene un gran peso filosófico. Una lectura absorbente.