La opinología

Existe un sesgo cognitivo en el que las personas creen que son más inteligentes y más competentes de lo que realmente son.

Empieza el día. No sé si es lunes, miércoles o domingo. Poco me importa siendo sincera. Son las 9 a.m. No me gusta madrugar demasiado. Mientras me preparo el desayuno me gusta abrir mis redes sociales. Primero la red visual: Instagram, donde veo fotografías y algún que otro vídeo. De momento no me llevo muy allá con eso de los reels. Después de un café, o dos, es el turno de Twitter. Hay que estar preparada. Mucha información, bastantes temas diferentes cada día y demasiada opinión. Aún recuerdo cuando se empezaba a hablar de periodismo ciudadano, sobre todo en esta red. 

El pajarito azul es el espacio donde aparecen muchos “opinólogos” y “opinólogas”, una palabra que, por cierto, ni siquiera existe. De hecho, cuando uno navega buscando la palabra junto al término RAE (Real Academia de la Lengua Española) aparece el término periodista. Me lo quiero tomar como una cruel ironía. Volviendo al tema en cuestión, la acepción de gente “opinóloga” o que se enmarcan dentro de la “opinología” se refiere a las personas que consideran su opinión igual de válida que la de cualquier otra. Con eso no me pienso meter; todos y todas tenemos el derecho legítimo de debatir u opinar. Sin embargo, una cosa es expresar tus pensamientos y otra cosa creerte superiormente moral e intelectual que el resto.

Un ejemplo claro lo hemos visto durante esta pandemia, donde todo el mundo ha sacado a relucir su diploma en epidemiología, sin haber escuchado este término anteriormente y diciendo que lo hubieran hecho mucho mejor (capitanes y capitanas a posteriori). Lo más curioso es que al principio de este confinamiento decían que era una simple gripe. En estos días, haciendo uso de mí título en periodismo y mi amor por la antropología y psicología, decidí investigar si existía algún tipo de efecto o síndrome que haga que la gente crea que tiene la verdad absoluta sobre todo. Indagando, investigando y, quizás con un golpe de suerte, me encontré con el efecto Dunning-Kruger.

Este efecto tiene un nombre muy característico: es la combinación de los apellidos de los dos psicólogos sociales, David Dunning y Justin Kruger, investigadores del efecto. Este fenómeno es un tipo de sesgo cognitivo en el que las personas creen que son más inteligentes y más competentes de lo que realmente son. Especialmente, las personas de baja capacidad no poseen las habilidades necesarias para reconocer su propia impericia. La composición de una pobre conciencia sobre uno mismo y la baja capacidad cognitiva los lleva a sobreestimar sus capacidades.

No obstante, lo cierto es que nadie puede estar a salvo de este síndrome, ya que todos y todas somos susceptibles. De hecho, la mayoría de personas probablemente lo estarán experimentando. Nadie puede saber todo en todas las áreas del conocimiento, pero tampoco se puede cerrar la mente a comprender diferentes posturas de compresión. Por esta razón, es conveniente recordar que, si de un tema en particular no entiendes, aunque no esté bajo tu criterio de pensamiento, debes escuchar e intentar comprender, teniendo muy presente una frase del filósofo alemán Karl Popper: “La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino la negativa a adquirirlo”.

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