Foto: La Nación

Las aspidistras siguen en las ventanas

Aquí estamos y aquí seguimos con nuestras circunstancias pecuniarias, pero sin una alternativa al capitalismo y afortunadamente sin aspidistra.

Eric Arthur Blair nació el 25 de junio de 1903, en Motihari (norte de la India, cerca de la frontera con Nepal). Era hijo de Richard Walmsley Blair, administrador del negocio del opio del gobierno colonial de la India, y de Ida Mabel Limouzin, mujer de ascendencia francesa e interesada en el arte. A Eric lo terminamos conociendo todos como George Orwell.

Y de Orwell a todos nos suena 1984, Rebelión en la granja u Homenaje a Cataluña. Quedan otras seis obras que firmó este escritor que hacía las veces de periodista, o periodista que hacía las veces de escritor. Aquí me detengo en Que no muera la aspidistra (Keep the Aspidistra Flying), obra publicada en 1936, año del estallido de la guerra (in)civil española y que le auparía como uno de los más comprometidos periodistas con la causa republicana.

Esta novela narra la vida de Gordon Comstock, un poeta frustrado que rechaza un puesto de trabajo como redactor de eslóganes para una agencia de publicidad por sus ideales. ¿Que para qué tener un trabajo muy bien pagado si uno está lleno de ideales que no coinciden precisamente con el capitalismo? ¿Qué profesión hay más capitalista que la de prostituir tu talento literario haciendo eslóganes para vender cafeteras? Todo simbolizado en la flor de la aspidistra, el emblema de las clase media británica, símbolo del desahogo económico, y que al idealista Comstock le traerá más de un quebradero de cabeza. Si buscan la foto en Google les hago spoiler: es fea. Pero son británicos y tienen otros gustos.

Ya han podido pasar 85 años que, obviando unos cuantos detalles, la sociedad actual tiene a muchos Comstock frustrados y atrapados entre el dinero y los ideales. El engranaje, el del capitalismo, sigue siendo el mismo, un poco más actualizado y con tecnología y unas cuantas Apps de por medio. Pero capitalismo al fin y al cabo. La crítica que Orwell plantea al sistema capitalista se podría aplicar perfectamente a nuestro capitalismo contemporáneo. Un sistema que busca lo que considera útil, lo consume y lo despoja sin importar. Un número más en el engranaje. Con más tecnología, un poco más sutil y más hegemónico porque ya no hay modelo alternativo comunista URSS mediante.

La frustración de Gordon Comstock, insisto, es contemporánea. Pero Orwell no cae en el estereotipo del personaje idealista. Lo presenta de una manera neutral. Y se centra en darnos una mirada distanciada del capitalismo, exponiendo los hechos y dejando al lector que saque sus propias conclusiones acerca del personaje antagonista a nuestro desventurado poeta: el dinero. Sí, el dinero, el que marca el devenir de todos. A modo de credo, lo sintetiza así: “Pero, bajo la fina superficie del fraude comercial, se escondía una realidad mucho más profunda: [Comstock] se percató de que el culto al dinero había sido elevado a la categoría de religión. Y esa realidad se le antojó cada vez más evidente. Tal vez sea la única religión real que nos queda, la única que verdaderamente «practicamos». El dinero ocupa el lugar de Dios. El bien y el mal ya no importan, salvo cuando van ligados al éxito y al fracaso. De ahí la profunda conexión entre el bien, la bondad y el éxito. Los diez mandamientos se reducen a dos: `Ganarás dinero´, dirigido a los jefes, que son los elegidos, los sumos del dios del dinero; y `No perderás tu trabajo´, que atañe a los empleados, esa gran masa de esclavos y subordinados”.

¿Cómo no sentirse identificado? Huir del sistema establecido, no querer entrar en esa espiral de trabajos que no te apasionan, que te hastían, a cambio de dinero… “No puedes vivir de ello”, es la frase más repetida. No te da para vivir. Y de allí a la marginalización y a la pobreza. Pero con ideales… Entra en un mundo autodestructivo, una cárcel propia, por marcar sus ideales de manera férrea. Con ideales. ¿Podemos buscar un punto intermedio o incluso podemos llegar a pensar que si nos aferramos tanto a unos ideales que no nos dejan ir más allá? A un paso del nihilismo o relativismo nos quedamos.

En esta vida no hay que parar de reflexionar, estudiar y debatir para poder seguir luchando por los derechos y los principios. Gordon no para de hacerlo. Pero claro, Orwell es Orwell y Gordon no deja de ser su criatura. Así que le suelta dosis suficientes de sátira, muy propias de George. Allí está nuestro Gordon con su actitud frente al dinero. Y le añadimos a su novia Rosemary, coprotagonista, pero poco, afianzando las creencias de Gordon, pero pensando ella otra cosa. Nos daría para un largo ensayo como dibuja Orwell a la Rosemary.

La aspidistra era una planta que los británicos colocaban en los ventanales como señal de prosperidad. Y es fea. Pero allí, te iba bien y colocabas la planta para que la viera todo el mundo… Para aparentar. Que ya podían haber elegido un rosal o un jazmín. Y si todo el mundo la usa, es que es el mejor símbolo del sistema capitalista. Éxito igual a plantita, y si es en flor, pues mejor. A Gordon le suelta Ravelston, su amigo socialista burgués adinerado: “-¿No te das cuenta de que te equivocas al creer que no se puede vivir en una sociedad corrupta sin caer en esa misma corrupción? Después de todo, ¿qué consigues rechazando el dinero? Te comportas como si fuera posible vivir al margen del sistema económico, lo cual es imposible. O cambias todo el sistema o no consigues nada. No puedes ocultarte en las cloacas, tú ya me entiendes”.

“Toda ideología es el reflejo de las circunstancias económicas”, dice Orwell citando a Karl Marx, y que es un resumen redondo de este libro. Aquí estamos y aquí seguimos con nuestras circunstancias pecuniarias, pero sin una alternativa al capitalismo y afortunadamente sin aspidistra.

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