El escritorio no era de caoba

Pero ella nunca estuvo allí, el escritorio no era de caoba, y la muerte no pudo remediarlo.

Al fin y al cabo
No hace tanto tiempo que el “tiempo”
Comenzó a extenderse por todas partes…
La vida humana no se ha regido
En su ya abundante historia
Por la imposición de un meridiano de referencia
(Que pasa por la ciudad inglesa de Greenwich)
Como por las condiciones atmosféricas
Es decir, por una magnitud no cuantificable
Que no conoce la regularidad lineal
No progresa constantemente
Está determinada por estancamientos e irrupciones
Se mueve en remolinos helicoidales
Que ascienden o descienden
Y cambian continuamente de dirección…

Estar “fuera del tiempo”
Era posible hasta hace poco
Y es posible todavía hoy
Los moribundos, los enfermos, y los muertos
Están fuera del tiempo
Un infortunio personal de una cierta gravedad
Puede extirparnos
(Como una especie de costra o de excrecencia)
De cualquier pasado
Y de todo atisbo de futuro…

Federica como una accidentada gravemente
(O un insecto más)
Se autoexcluía de la llamada “actualidad”
Como si el tiempo no pasara para ella
(No hubiese pasado jamás)
De manera que podía correr tras él
Como se corre con una pequeña red
Tras de una serpenteante mariposa
O como si todos los momentos del tiempo
Pudieran coexistir en ella simultáneamente
(Y lo sucedido ayer no hubiese sucedido aún)

Una fina llovizna surgía en el aire
Aparentemente sin precipitarse
Cuando ella vino hacia mí
Envuelta en una prenda de lana
En cuyo borde finamente rizado
Se formaban millones de diminutas gotas de agua
Provocando en su rostro
Una especie de plateado resplandor

Llevaba un gran ramo de hortensias en un brazo
Cuando llegó al umbral 
Levantó su mano libre
Y apartó el cabello de mi frente
Parecía plenamente consciente de que
Con aquel gesto
Habría adquirido el Don
De ser recordada para siempre

Sigo viendo a Federica tan bella como era entonces
Inalterada
Como cuando alguna vez
Entre veloces esbozos
De bosques doblegados por el viento
Arrecifes, atolones, y humo a la deriva
Me preguntara, inclinándose hacia mí:
¿Ves las copas de las palmeras en la casona de Témperley?
¿La gran cama de cedro americano con el respaldar tallado con motivos vegetales?
¿Y tu escritorio de caoba con la carabina Rémington
Siempre cargada, y dispuesta a un lado sobre un tapete azul?
¿El gran retrato de Zapata y la biblioteca con listones verdes?
¿Me ves aún desde aquella enorme ventana ornada por vidrios de colores
Cuando voy y vengo desde la cocina atravesando el patio
(Más de una vez desnuda, para tu escándalo)
Intentando arrancarte de la tristeza y del total ensimismamiento?
¿Y haciéndote el amor?
¿O fastidiada e impotente porque nada ni nadie podía con tu sueño?
¿Me ves viéndote llorar, y pensar, y dormir, y escribir…
Y luego confesar un amor, al que solo la muerte
Podría poner fin?

Pero ella nunca estuvo allí
El escritorio no era de caoba
Y la muerte no pudo remediarlo

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