El más reciente libro de Andrés Neuman, el canto feminista de Rebecca Solnit y los destrozos del siempre inquietante Bret Easton Ellis capitanean esta colección de lecturas propuestas por la redacción purgante.
Pequeño Hablante; Andrés Neuman
El escritor hispanoargentino Andrés Neuman nos lleva de la mano –letra por letra– al universo que representa la paternidad a través de las palabras. El texto recorre el camino con un relato lírico que nos describe, por observación y amor a partes iguales, el punto de partida del encuentro (Big Bang) de su hijo con la lengua y sus intrincados caminos. De forma casi poética se nos revela lo que ante sus sentidos se va desarrollando durante la primera infancia: ese devenir de sonidos, letras, palabras, frases y tiempos verbales; todo ese descubrimiento de un mundo en nuestro propio mundo. La literatura amorosa, un género poco explorado, es hilo conductor de una serie de emociones, anécdotas casi biográficas de lo que el mismo lenguaje nos marca como un universo en expansión, el día a día de una vida que recién comienza.
Los hombres me explican cosas; Rebecca Solnit
Era difícil pensar que de una fiesta celebrada en un chalet al estilo Ralph Lauren, en una pista forestal en la cima de Aspen, surgiera uno de los libros más importantes del feminismo contemporáneo: Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit. La anécdota fundacional es la siguiente: la escritora y activista fue abordada por el anfitrión de la fiesta, un millonario de físico imponente, en torno a su obra publicada. Solnit habló, fundamentalmente, de River of Shadows: Edward Muybridge and the Technological Wild West, un libro sobre la industrialización de la vida cotidiana. Cuando escuchó la palabra Muybridge, su interlocutor la interrumpió para hablarle sobre un libro realmente importante sobre Muybridge que había salido ese mismo año. Soltó una perorata interminable sobre un libro que ni siquiera había leído y que, curiosamente, era el mismo que había escrito la propia Solnit. Por mucho que la acompañante de Solnit intentó detener el sangrado, argumentando que se trataba del libro que había publicado la ya célebre autora, el distinguido anfitrión siguió pontificando sobre un ensayo que solo conocía por una reseña del New York Times Book Review. El mansplaining de manual del que fue víctima Solnit sirvió de detonador para publicar un libro con nueve ensayos mordaces sobre la violencia de género a todos niveles: la desigualdad social, el condescendiente paternalismo masculino, el lenguaje misógino, la cultura de la violación y el feminicidio como una deriva autoritaria extrema de hombres que creen que tiene derecho de controlar y castigar a una mujer. Tal como lo demuestra en el ensayo “La oscuridad de Woolf”, la escritora estadounidense ha demostrado ser una continuadora legítima de la cadena compuesta por Virginia Woolf y Susan Sontag —a quien visitó en su mítico ático en el barrio de Chelsea—, con quienes conversa de distintas maneras sobre el valor de la oscuridad, por mucho que los hombres con chalets tengan mejores ideas al respecto.
El Dios delirante; Esther M. García
En los estudios esotéricos/espirituales se dice frecuentemente que la intuición que posee todo Ser Humano no es otra cosa que la voz de Dios. Algunos estudiosos en temas religiosos, ya sea desde el tema artístico o filosófico, han insistido que los ángeles son seres andróginos (ni hombres ni mujeres, sin sexo). Esther M. García es una poeta que se ha caracterizado por crear un mundo muy particular, donde la violencia de género ha sido, casi siempre, el tema común. La poesía, su poesía, se ha convertido en una suerte de confrontación/curación de las heridas íntimas. Su poesía es un descenso a los infiernos personales, para emerger “victoriosa” como el Arcano XXI del Tarot (El Mundo). En El Dios delirante, Esther M. García recurre al “yo poético”para explorar otro tipo de violencia: la de la identidad y la existencia sexual. El poemario recurre al teatro para poner en práctica un juego propio del actor: la deconstrucción del personaje y del actor. Un actor necesita desprenderse de sí para entrar en personaje y, al mismo tiempo, necesita mezclarlo con su propio ser para lograr una actuación verosímil. En este caso, el “yo poético” está en un proceso de búsqueda de su identidad. El “yo poético” es un ser androcéntrico que ha descendido en su infierno personal, esperando saber quién es, para qué y por qué existe. El resultado es tan bello como espeluznante: la poesía es el lazo que nos permite conectar con Dios, la poesía por ende no puede tener sexualidad es andrógina como todo lo divino. El/la poeta es tan sólo un vehículo para que la poesía exista. Probablemente de todo el universo poético de Esther M. García, El Dios delirante sea su poesía más esotérica, como la que practicaron Leopoldo María Panero o William Blake, y de la que difícilmente sale uno ileso.Un deleite sonoro y un auténtico monumento a la poesía.
Los destrozos; Bret Easton Ellis
El escritor norteamericano Bret Easton Ellis cuenta que, mientras hablaba con Quentin Tarantino sobre su reciente novela Los destrozos, el director le dijo: “Hiciste lo mismo que yo hice con Érase una vez en Hollywood (2019). No es que sea tu infancia, pero son tus recuerdos”. Ambos describen una California atosigada por asesinos seriales que ponen la mirada en las clases privilegiadas, las de enormes mansiones y hedonismo desbordante. No obstante, Bret Easton Ellis se vale de un narrador omnisciente para desplegar un engranaje metaliterario donde ficción y realidad se funden; un libro que el autor intentó escribir en 1982, 1999, 2006 y 2013, salidas en falso en las que Ellis confiesa no haber estado preparado para desnudarse emocionalmente. Casi 40 años después y en un hecho sin precedentes, Los destrozos vería la luz primero serializado en un podcast presentado entre 2020 y 2021, durante el confinamiento por la pandemia covid-19. La trama sigue a un joven Bret de 17 años, quien atraviesa el verano junto a sus amigos y su novia Debbie, viviendo entre fiestas, sexo y drogas; un asesino serial acecha en las sombras de un Los Ángeles bañado en esquizofrenia, al tiempo que Bret debe lidiar contra sus emociones eróticas y la llegada de un enigmático personaje: Robert Mallory. En Los destrozos hay terror y mucho sexo, personajes sofisticados de los que se vale el autor para contar ante todo, una historia sobre la pérdida de la inocencia y los miedos que atormentan igual a los 17 que a los 57 años, edad en que Ellis escribió el libro. Hay, además, vasta nostalgia por una época que se evaporó para siempre, como lo es la década de los 80; las descripciones que Bret hace de entornos y situaciones, posicionan la novela como uno de los trabajos más ambiciosos del escritor, otrora enfant terrible de la literatura norteamericana y más tarde, blasón de la generación X. Aquella idea que reza sobre el primer libro de un escritor, como detonante de todo el universo literario que vendrá en obras posteriores, no aplica en Bret Easton Ellis: Menos que cero queda lejos de ser ese cúmulo de ideas, Los destrozos, en cambio, condensa fragmentos precisos de la vida del novelista, quien afirma que cada obra resulta una reflexión sobre el contexto existencial al momento de escribir. Así, su libro debut, describía los años de universidad; Las reglas de la atracción y American Psycho, trataban sobre la vida en Nueva York y Glamourama, se enfocaba en la fama y sus estragos. Los destrozos, en cambio, funciona como un inquietante y lujurioso viaje a través de las siempre complejas marañas de volverse adulto y el desgaste de la inocencia.
La guerra terminó; David Almond
El escritor Adolfo Córdova escribió, en el prólogo de La guerra terminó (Loqueleo) de David Almond, que «por cada acto violento a nuestro alrededor, hay muchos actos de amor». Es probable que ese breve enunciado materialice, en cierta forma, la esperanza que buscaba transmitir el escritor inglés en esta novela. Así también lo hace cada acto de John, el jovencísimo protagonista de esta historia, quien busca, a través de los cuestionamientos y un profundo sentir, comprender cómo es posible que esté en guerra, si él es solo un niño que no sólo desea la paz, sino que sueña con ella irremediablemente, aunque en el fondo no sepa de qué se trata, pues desde que guarda recuerdos todo son proyectiles que se estrellan en contra del pueblo alemán. Además de insistir en la esperanza que busca convertirse en paz, La guerra terminó parece pedir, encarecidamente, en enseñar que, las más de las veces, sembrar semillas puede permitirnos imaginar otro mundo. Aunque busca este título hacer mella en las mentes de jóvenes lectores, en los tiempos que estamos viviendo parece exhortar a una lectura universal. Porque no se trata de esconder la guerra ni tampoco de no nombrarla, sino de pensarla y entenderla desde otro sitio. Acaso a través de la honestidad y la sensibilidad, sin la audacia de la condescendencia. Es una novela que, tal parece decirnos David Almond, trata no de una sino de todas las guerras. Pero, también, y más importante, que la paz no tiene que ser sólo un sueño.
Todo el oro de Lisboa; Juan Patricio Riveroll
La tercera novela del escritor mexicano Juan Patricio Riveroll es una peculiar mezcla entre thriller histórico y ejercicio de reencuentro autobiográfico. La muerte de un hombre en Lisboa en misteriosas circunstancias activa una maquinaria compleja y de estructuras elongadas entre distintos tiempos y latitudes. De ahí parte, por un lado, la policiaca trama que desempolva un turbio pasado que involucra el tráfico de arte durante la Segunda Guerra Mundial perpetuado por los nazis, mientras que, por el otro, surge la idea de retrospección del personaje principal —alter ego del autor— que queda obsesionado con la intriga del caso y que como caja de Pandora se ha abierto con una importante elipsis de tiempo a cuestas. Las capas de la novela se funden entre las distancias geográficas que el peso del pasado no entiende, y cuya carga corrosiva persigue a sus personajes inexorablemente, quizá como metáfora de pandemia, cuya versión contemporánea del 2019 forma parte de los acontecimientos de la novela. Se forma entonces una especie de espejo, que contrapone las manchas del pasado con su eco en el presente. La extraña carga con la que los crímenes de otros tiempos condenan al aquí y ahora. Punto central de la historia resulta su cualidad metaliteraria, a pesar de que del personaje principal no se sepa su nombre, las similitudes con el autor no se esconden ni se disimulan. Basta con compaginar los títulos de sus dos anteriores novelas para descubrir que son las mismas que el protagonista ha publicado. Sin que tenga relevancia alguna en su forma literaria (o quizá en ninguna de sus formas), el retrato de ficción con tintes biográficos acaso revela las obsesiones del autor por las huellas del pasado y por los rompecabezas históricos. Aunque una lectura más profunda también recubriría ideas de opresión en la creación artística y los verdaderos significados de una reclusión forzada durante el confinamiento pandémico. Además de los ya mencionados hilos que se encargan de mantenernos unidos a lo que parecía olvidado, Todo el oro de Lisboa retrata todo aquello que une a las personas; lazos familiares y de amistad, cuyas fuerzas mantienen vivas a todas las historias del mundo.
El color del tiempo; Clarisse Nicoïdski
Desde que descubrí la poesía de Clarisse Nicoïdski mi vida no ha sido la misma. Y es que El color del tiempo o La culor dil tiempu, tal y como se escribe en ladino, es un cosmos contenido en un libro. Allí, a través de los primeros poemas que aparecen en “Los ojus Las Manus La boca”, nos encontramos con todo el fulgor del judeoespañol balcánico, lengua donde brilla la tradición de un mundo perdido, el cual Nicoïdski rescata gracias al núcleo familiar y a la complicidad que tenía con su madre. Es así que a través de las palabras vive el contexto sefardí de Sarajevo y Trieste, de Bosnia e Italia. No por nada, tanto en las imágenes contenidas en ese inmenso poema que le dedica a Lorca, como en “Caminus di palavras”, encontramos una búsqueda por la naturaleza concreta de las cosas. Casi como si la nostalgia y la tristeza reconstruyeran nuestra intimidad. Sin duda, esta edición a cargo de Sexto Piso y bajo la traducción de Ernesto Kavi es una obra imperdible de la memoria.
La herida imaginaria; Berta Dávila
Esta narración sobre el duelo y sobre cómo encontrar nuestro lugar en el mundo tras él nace de la pérdida de un padre en una aldea gallega imaginaria, situada cerca de Viveiro. Por un lado tenemos una hermana que vive una profunda desconexión, tanto con ella misma como con su familia, su arte (es escultora) y la gente que le rodea. Por otro, tenemos otra que, tras esta pérdida, temerosa de la tormentosa tristeza, elige ignorarlo todo e instalar un acuario, hacer de este una total pasión y afición por los peces, para después pasar a las series y a las películas (todo lo necesario con tal de no dejar pasar el duelo que acecha). La herida imaginaria es una novela que gira en torno a la reflexión de cómo se dan los lazos familiares, el destino y los miedos que a todos nos paralizan. Dávila retrata la vulnerabilidad más humana para dar cabida a la sintonía sentimental y a la más profunda ternura.