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Lecturas de junio (II)

Hacía bien en advertir Milena Busquets que la escritura no es ningún bote salvavidas, puesto que en realidad lo que nos salva, lo que nos cura, a veces incluso de lo incurable, es leer. Para seguir en pie de guerra, proponemos este compendio de reflexiones en nuestras tradicionales lecturas de mes.

Gente normal; Sally Rooney

Si construir una relación es construir un lenguaje (cierto modo de hablar, un puñado de neologismos, algún apodo), entonces ese lenguaje incluye también una zona de silencios. Una frontera tácita que casi siempre es infranqueable, porque aun cuando las parejas construyen un territorio en común, nunca dejarán de ser individuos con sus propias motivaciones. La historia de Connell y Marianne, los protagonistas de Gente normal, es el reflejo de cuánto pueden llegar a conocerse dos personas, cuán sencillo es saber qué es lo que el otro desea y, sin embargo, no tener idea de cómo decirlo, de cómo superar la zona de silencios. Ese es el núcleo de la segunda novela de la escritora irlandesa Sally Rooney: dialogar sobre la distancia que se tiende entre dos seres humanos a causa del dilema de la comunicación. Han pasado miles de años desde que se dijo el primer saludo y quizá un poco más desde que se lanzó la primera ofensa, y no obstante el lenguaje sigue siendo el origen de la confusión en todo vínculo humano. Esto ocurre sencillamente porque ninguno es igual al otro: Connell es un chico popular y pobre; Marianne, una chica marginal y rica. Pero ni siquiera eso los hace dos personas completamente distintas, sólo son gente normal enfrentándose a los problemas de la gente normal: la diferencia de clases, la búsqueda de la identidad, el sexo, el futuro. Es sencillo suponer por qué la novela es una de las más populares en la actualidad: todos pensamos en las cosas que no hemos podido decirle al otro.

Las gratitudes; Delphine de Vigan

La gratitud no es un gesto menor. Es algo parecido a manifestar la necesidad que se tiene hacia otro, un pequeño símil de la vulnerabilidad que proporciona un acercamiento estrecho en que dejamos constancia de nuestra empatía, gracia, cariño y quizás un tanto más. Delphine de Vigan ha escrito en Las gratitudes una pequeña muestra de la distancia que existe entre decir gracias y ser realmente agradecidos con quienes han hecho algo realmente significativo por nosotros, algo como una muestra certera y nostálgica sobre el agradecimiento a la memoria, al cuidado, el respeto y la empatía. Una especie de tratado del buen ser, del buen o buena compañera. Como si eso fuera todo en la vida porque, al final, es lo único que nos queda cuando todo está por terminarse o cuando no tenemos nada más por delante. Acaso reflexionar sobre si fue suficiente o no lo que se dijo, si las palabras fueron suficientes o hicieron falta más gestos, caricias, más muestras de cariño. Aquí cabe decir que la sencillez no es lo mismo que la simpleza, y que si algo cabe para describir lo que ha escrito de Vigan es la sobriedad, un hecho contenido, lo valioso e inolvidable de una vida de resguardo, intimidad, humanidad y, claro, gratitud. Simplemente necesitamos sentirnos todavía un poco libres, si no, ¿qué sentido tendría todo esto?

El lugar sin límites; José Donoso

En 1964, el escritor, periodista y profesor chileno José Donoso, llegó a México como invitado al Tercer Simposio de la Fundación Interamericana para las Artes. Fascinado con la cultura del país, decidió quedarse un tiempo, viviendo incluso en la casa de Carlos Fuentes. Dos años más tarde, publicaría la que sigue siendo su obra más celebrada, el libro que lo colocaría como uno de los principales exponentes del boom latinoamericano: El lugar sin límites (1966). Ambientada en un pequeño y olvidado pueblo de la zona central de Chile de nombre Estación El Olivo, la trama sigue a La Manuela, un homosexual/travesti que administra un burdel junto a su hija La japonesita; ambas, esperan que la modernidad se presente en el lugar por medio de luz eléctrica, alegoría de una esperanza que nunca llegará. En esta novela corta, sin embargo, la tensión constante que se presenta desde el inicio es por un motivo mucho más oscuro: la llegada al pueblo de Pancho Vega, el sórdido macho que gusta de ir al prostíbulo para perturbar la paz física y emocional de La Manuela. Las largas descripciones del entorno que hace Donoso (un polvoso infierno con olor a licor), junto con los cargados diálogos de las prostitutas que transmiten su hastío y rencor hacia los hombres, engullen a un lector que descubre una pasión encerrada entre Pancho y La Manuela; un deseo que, al no encontrar posibilidad de existir ante la desaprobación y burla de la sociedad, detonará en una violencia descomunal con la negra noche como testigo. El lugar sin límites es una bellísima tragedia rural, un homenaje a todos los parajes y personajes olvidados decualquier rincón de Latinoamérica; seres que viven con caretas, deseando que el siguiente día, sea menos duro que el anterior. A pesar de la decadencia humana que brota de sus páginas, cualquier persona que se acerque al libro deseará sentarse un momento en el tugurio, y observar a detalle las acciones de los personajes descritos; gente que aun y con todo, ama y vive, sueña y respira, mientras se pasea entre botellas vacías, pisos mugrientos y música deprimente.

Suite italiana; Javier Reverte

Javier Reverte, el gran exponente de la literatura de viajes en España durante el último medio siglo, dejó un testamento narrativo inabarcable, epilogado por Suite italiana, una suerte de hoja de ruta propuesta y publicada poco tiempo antes de su muerte para seguir los pasos de James Joyce en Trieste, Rainer Maria Rilke en Duino, Thomas Mann en Venecia y Giuseppe Tomasi di Lampedusa en Sicilia. Desde sus primeros libros, el también novelista y poeta ha defendido a ultranza la teoría del cronista de viajes como un epígono más o menos aventajado de los viajeros antiguos. La evidencia sugiere que Reverte pertenece a la tradición de escritores nómadas que enarbolan la idea de que el viaje siempre parte de una emoción, misma que puede ser detonada por un libro, un poema, una canción, una pintura o una película. Por todo esto, el viaje literario de Reverte se sitúa a medio camino entre el escritor de cultura popular y el cronista histórico en toda la regla. En Suite italiana, como en toda su obra de viaje, se pueden seguir las huellas no sólo de los personajes que ayudaron a definir las ciudades en términos narrativos, sino sobre cómo se vincula los lugares con sus propias glorias y cicatrices. Siempre me ha gustado pensar que la elegante prosa de Reverte es, sin más, la reivindicación de lo leído y andado. Es verdad que el testigo de su amplísima obra narrativa ahí queda, pero qué insoportable se antoja un mundo sin las reflexiones del gran escritor de viajes de nuestra generación. 

A mí no me iba a pasar; Laura Freixas

Editada por Ediciones B, A mí no me iba a pasar es una autobiografía muy lúcida sobre las contradicciones en las que a menudo caemos las mujeres en cuanto a elecciones vitales. Es un grito de libertad, un llanto y un tierno abrazo a su “yo” adolescente y joven, aquella voz que menoscaba las enseñanzas supuestamente más conservadoras de su madre, un minuto de ternura y comprensión a la imagen de madre abnegada y maruja que la joven Freixas despreciaba. A menudo se dice que se desprecia una cosa por el miedo oculto a realizarla, a ser quien de ninguna manera queremos ser. No es ningún secreto que la escritura de Freixas es una delicia en cuanto a estilo, pero es que además es imposible no conectar con las vivencias, el humor, la ironía y las contradicciones que se plasman en el libro. Añadiría que no hace falta llegar a la edad de Freixas o a cualquier edad adulta para terminar la obra concluyendo: yo también. Yo también dije que, de ninguna manera: a mí no me iba a pasar.

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