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Lecturas de septiembre (III)

El desembarco de Elisa Díaz Castelo en el cuento, un mapa para entender las motivaciones literarias de Lucia Berlin, las voces soviéticas de la guerra de Afganistán que recupera Svetlana Alexiévich, el enésimo perfil de culto de Leila Guerriero y más en las lecturas del mes propuestas por la redacción purgante.

El libro de las costumbres rojas; Elisa Díaz Castelo

Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) se viste el traje de narradora sobre la piel de poeta en El libro de las costumbres rojas (Elefanta, 2023) y, a partir de una visión fraguada por lo cósmico y los giros extraordinarios, (d)escribiendo la cotidianeidad inexorable y sencilla de cualquier (ser) humano con obsesiones no lineales, hila las verdades [ocultamente visibles] de la no-identidad, el des-conocimiento del yo, la efervescencia de la irrealidad y otra suerte de calcomanías que desnudan la duda humana hasta conducir a una transformación que aspire ser algo parecido a la pertenencia. Un tipo de metamorfosis del ser a partir de lo siniestro, como confeccionado para una cena de gala y, en esta, servidas unas gotas de veneno para aderezar las costumbres que han de servirse en los tres tiempos. Mirarse a través del espejo sin reconocerse, o reconocerse, por el contrario, en todos por una obsesión recalcitrante; disponer del poder propio del deseo para desaparecer al otro o desaparecerse; prenderse al deseo que corrompe las paredes propias; el desconcierto provocado por el olvido y la costumbre de recordar lo que en el fondo desea ser olvidado; las costumbres de las placentofagas: un festín de proteína materna; el retorno al núcleo del sueño para suspender la realidad inhabitable de allá afuera; el ciclo de un duelo interminable que deviene en desnaturalización proporcionada y escalofriantes apariciones; incluso la pérdida gradual del diccionario propio, que nos atará a la postre al silencio y la incomunicación. Es decir, a partir de la iluminación de lo que se asoma en las hendiduras, Elisa enturbia las visiones, reconfigura un camino hacia el lado más oculto de las cosas y, así, abrirse un lugar para sí en la gran grieta que es el mundo.

La única historia; Julian Barnes

Nos sumergimos en una cautivadora exploración de las complejidades de las relaciones humanas y su evolución en el tiempo. La trama gira en torno al romance entre Paul, un joven de diecinueve años, y Susan, una mujer casada de cuarenta y ocho. Este amor se convierte en el hilo conductor, desafiando la convención y demostrando que la edad es irrelevante y no dicta la experiencia. Al inicio, el autor nos revela el destino de la historia, agregando una capa de melancolía. La novela se compone de tres partes, cada una desvelando una dimensión distinta del viaje emocional y psicológico de Paul, que se convierte en el corazón palpitante de la narración. Uno de los aspectos más conmovedores de la novela es la representación magistral del amor puro e infantil que madura a lo largo de los años. Barnes, con una gran profundidad emocional, nos invita a reflexionar sobre el placer, el dolor y las heridas que llevamos a cuestas, aquellas que nos transforman y nos marcan para siempre.

Bienvenida a casa; Lucia Berlin

Durante su etapa formativa, Lucia Berlin, que en aquel entonces era Lucia Brown, eligió la especialidad de periodismo, aunque en realidad quería ser escritora. Ganó algo de dinero como correctora de estilo de un periódico, donde se enamoró de un cronista deportivo mexico-estadounidense. Pensando en lo bien que envejeció el mito de Lucia y en lo mal que ha madurado el periodismo deportivo, esa debió ser la última gran conquista de un oficio en perpetua degradación. Tres matrimonios, cuatro hijos y una destructiva adicción al bourbon más tarde, Berlin encadenó empleos tan diversos como el de mujer de limpieza, operadora telefónica y recepcionista de un hospital, no tanto para sobrevivir, que también, sino como fuente de inspiración para nuevos relatos. Lo suyo era escribir cuentos desvergonzadamente autobiográficos. Bienvenida a casa es un mapa sobre las ciudades que perdió en Estados Unidos, Chile y México, así como la trastienda de la escritora de ficción. Esta serie de textos, cartas y fotografías nos descubren la intimidad de la cuentista que hizo de la marginalidad y la cotidianidad sus herramientas esenciales para salir en combate. Cuenta su hijo Jeff Berlin en el prólogo que Lucia solía garabatear a mano, con un bolígrafo y un cuaderno en espiral, aunque en ocasiones aporreaba su máquina de escribir a medianoche, sembrando el caos en la casa. La única manera de ahogar el tecleo era con el sonido del estéreo. Quizá por eso la seguimos leyendo con tanta veneración: para ahogar el vacío que dejó al marcharse.

Opus Gelber; Leila Guerriero

Quincy (Quincy M.E.) fue una serie que se transmitió por Canal 5 (creo que era a las 21 horas) a finales de los años 70 y principio de la siguiente década. El argumento del guion giraba en torno a las actividades del médico forense R. Quincy, interpretado por Jack Klugman (Filadelfia, 1922-Northridge, 2012), y fue la primera ocasión que escuché no solo la existencia de esa rama de la medicina, sino también el significado de la palabra (y el acto) “autopsia”. Opus Gelber, más que un retrato escrito, es una auténtica autopsia no solicitada (y carente de muerte) donde Leila Guerriero diseca minuto a minuto, cada centímetro cuadrado de la vida del talentoso y controvertido pianista argentino, Bruno Leonardo Gelber (Buenos Aires, 1941). El texto comprende el trabajo de un año a través de conversaciones con terceros, preguntas, cuestionamientos directos, pero, sobre todo, la mirada detallada de la periodista argentina al buscar introducirse en la intimidad que rodea al artista. Para preparar el proyecto, Guerriero leyó mucha información que no necesariamente se ve reflejada en el libro, puesto que “meterte en el mundo de trabajos específicos sobre música clásica sin ser especialista en eso es como meterte en manuales de física cuántica, de matemáticas…”. A pesar de ello, el resultado es una radiografía clara de un ser lleno de matices desbordados por un talento no pedido pero cuidadosamente desarrollado, que podría ser considerada como un trabajo de no-ficción que borra ese borde entre el periodismo y la literatura, por el despliegue tan generoso de recursos que nos presenta.

León de Lidia; Myriam Moscona

La escritura es memoria, memoria de una lengua y una vida. Por eso León de Lidia de Myriam Moscona funciona tan bien. Quizá porque sabe que los recuerdos existen como un collage donde habita todo aquello que nos configura. Desde las historias familiares, pasando por las citas de autores como Pavese y Canetti, hasta la textura del “djudezmo”, cuyas palabras son pedazos de ternura y dureza (parafraseando a Avner Perez) que le permiten pintar a Moscona la intimidad de su propia historia. Espacio elemental, a partir del cual se desprenderá la geografía del judeoespañol, encarnada en la Tante Blanche, cuya presencia unifica el territorio de la rebeldía y la nostalgia, que viaja desde Bulgaria hasta México. Demostrando que “el tyempo del ladino es agora” , tal y como alguna vez escribió Eliezer Papo.

Memorias de una mujer sin piano; Jeanne Rucar de Buñuel

Con ocho años de noviazgo y cincuenta de matrimonio, la pareja formada por Jeanne Rucar y Luis Buñuel lleva hilvanada en sus bordes la palabra cariño. Un amor a primera vista y la vida de una esposa que transitó entre la incondicionalidad y la abnegación. Solo la muerte fue capaz de separarlos, cuando se llevó a Buñuel en 1983; para contrarrestar el dolor y la soledad, Rucar decidió recopilar sus memorias en un libro que tomó su tiempo completar, tras la paulatina pérdida de la vista de la viuda.  Memorias de una mujer sin piano (1990) es un documento invaluable, que por un lado permite acercarse a momentos poco conocidos en la vida del cineasta, y por otro es una confesión sincera de una mujer que se lamenta el no haber ido más allá en su pasión por la pintura, la música o la medicina. Estamos ante una de esas muchas historias donde se aplica preciso aquel dicho que reza “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”: Buñuel fue quien fue en gran medida gracias al apoyo, el amor y la disciplina de su paciente compañera, con quien procreó dos hijos. A lo largo de 240 páginas divididas en 11 capítulos y un prólogo, Jeanne Rucar mira en retrospectiva su vida y recuerda momentos importantes: los años duros de la guerra; las olimpiadas y la gimnasia en 1924; sus lecciones de piano en la infancia; el encuentro con Buñuel en 1925 y la boda en París para 1934; partir de Francia y viajar a Estados Unidos y México; el éxito y la gloria de su esposo como uno de los grandes directores de la historia del cine; también hay tiempo para los conflictos y las tribulaciones del extraño hombre que era Buñuel, con una subsistencia ligada al surrealismo. Presentado con bellas fotografías de momentos familiares, Memorias de una mujer sin piano funciona también como el manifiesto de una mujer que se arrepiente de haber permanecido en la penumbra, preguntándose qué hubiera sucedido de haber confrontado en algún momento al impositivo director español. En noviembre de 1994, Jeanne Rucar falleció en la Ciudad de México. Sus memorias, resurgen en un momento donde la fuerza del feminismo ya es imparable, exhortando a las mujeres a luchar siempre por sus sueños y no permitirse caer en las sombras. 

Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán; Svetlana Alexiévich

Los conceptos de patria y de verdad en una guerra se tornan confusos, no se puede dilucidar qué ocurre para no medrar el sentimiento colectivo. Sin embargo, la realidad para los familiares de los soldados caídos y los excombatientes es solamente una: el dolor que atraviesa el ideal hollado del día de ayer. En Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán, Svetlana Alexiévich se hace una pregunta: « ¿Quiénes somos?». Una cuestión que queda relativizada en los testimonios más ensordecedores que jamás nadie querría escuchar, pero esa es la realidad de un conflicto armado. En este ensayo, la periodista bielorrusa reclama aquellas voces olvidadas e incide en «lo diminuto, lo personal y lo aislado» para entender la verdad de la guerra que se forma a través de las muertes, las bajas, el mercadeo y la humillación de un Estado que no reconocía el conflicto. La obra tuvo un impacto muy significativo en estos últimos años de la URSS, fue duramente represaliada, ya que no existe en ninguna frase rastro alguno de esas mejoras que el Gobierno promulgaba en sus informes. Como detalla en una de sus últimas páginas: «No analizamos nuestro pasado, siempre somos las víctimas. ¿Tal vez sea por eso que todo se repite?».

Cómo maté a mi padre; Sara Jaramillo Klinkert

En una novela de carácter intimista por lo autobiográfico, sin llegar a lo melodramático, Sara Jaramillo Klinkert nos desnuda, desde lo cotidiano hasta lo más vivencial y magnífico, su infancia y afectación tras el asesinato de su padre a manos de sicarios en Medellín, Colombia. «Cuando intenté moverme, sentí pinchazos en el cuello y en la espalda. La tarde anterior, mi madre me había pedido que señalara con el dedo el punto exacto que me dolía, pero no pude encontrar ese lugar impreciso, donde habitan las cosas que no pueden señalarse.» En ese lugar impreciso se sitúa la novela, más allá de la geografia real por donde viaja la autora: afueras de Medellín, Londres, un pueblo tarraconense en España, Medellín ciudad. Pareciera que huye del dolor causado por la ausencia de su padre y lo que esta ocasiona en ella y su familia: incomunicación, confusión entre estoicismo y sufrimiento extremo, adicción a drogas y a la autodestrucción por parte de uno de sus hermanos, madurez a destiempo… ninguno de esos viajes consigue su huida, mas parece que ahondan en esas heridas, que es el único paso para sentirlas y curarlas. Lejos del reproche o del rencor, esta es una novela de una resiliencia reencontrada casi por casualidad. Especial interés tiene el estilo decorativo de la autora y su énfasis en la botánica y la geografía de los parajes, especialmente aquellos en los que se detiene su estoica madre, amante de la naturaleza y de todo lo concerniente a las plantas. Las plantas como metáfora de dedicación, cuidado, florecimiento y finitud. Un canto a la vida y al amor (en todas sus formas, humanas o no) que no olvida el sufrimiento y las graves injusticias que tambalean nuestro lugar en el mundo.

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