Lo atractivo

Nunca me he sentido cómoda, ni he querido encajar, en un sistema de extrema competitividad, donde los trabajos sufren comparaciones sistémicas y corruptas y se exponen como trofeos en vitrinas narcisistas.

Palabras. Siempre me ha gustado pensar en su forma. En la manera en la que su unión genera una curiosa construcción repleta de significados, imaginaciones e interpretaciones. Sin embargo, creo que en estos meses mi relación con ellas ha cambiado significativamente. Hace tiempo que no escribo, pero he pensado mucho en ello, y sobre todo, en el porqué. Durante este tiempo he intentado convencerme de que sería una etapa pasajera, acentuada por una fatiga pandémica que me está llevando por caminos escasos de inspiración. Pero creo que no. Probablemente este pensamiento forme solo parte de una de las tantas piezas que están empezando a perder forma.  

Solía creer, ingenuamente, que el querer dedicarme al periodismo, suponía un ejercicio de curiosidad y de apertura social y cultural derivado de una pasión o una voluntad por un afán de descubrir, de ir más allá. También lo pensaba de la escritura,  a la que concebía como una actividad íntima, repleta de diferentes rituales y apreciaciones personales. Lo cierto es que cada vez me siento más alejada del ámbito periodístico y la verdad es que nunca me he sentido cómoda, ni he querido encajar, en un sistema de extrema competitividad, donde los trabajos sufren comparaciones sistémicas y corruptas y se exponen como trofeos en vitrinas narcisistas. Paradójicamente, y no voy a engañar a nadie, todos estos pensamientos surgen de una clara frustración de no conseguir entrar en la rueda que mueve el sistema. Quizás me sienta superflua. Sin “función útil”. A las puertas de la fábrica, algo que por mucho que sea éticamente cuestionable, forma parte de la generación a la que pertenezco. La de las promesas y las expectativas frustradas.

Esta falta de inspiración, acentuada por la pérdida del “falso” control que siempre hemos percibido tener sobre el tiempo y el espacio, me ha hecho pensar también en el concepto de “transmitir” y en su vital importancia. En si básicamente nos podríamos definir con él. En su esencia. En la escasa atención que le prestamos y en el momento que ha dejado de tener significado para mí. Para todos. No quiero que apariencia y superficialidad puedan llegar a escribirse en la misma línea. Porque estoy intentando aferrarme a la parte de mí que aún cree en la propia semántica, en el poder de las palabras. Esas palabras parecen volar y escribirse en un muro formado por continuas preguntas sobre qué es aquello que quiero. Sobre la importancia de que me transmita lo que me rodea. Sobre si sigue habiendo hueco para esa palabra en mi ciudad, en su gente. En la rutina que desearía tener. Porque transmitir habla de pensamientos y sensaciones. De ideas. De representación. 

El cómo de los verbos pensar, actuar y ser viene condicionado por aquello que transmites y sobre todo por lo que te transmiten. Por ello creo que en estos días no he parado de preguntarme si quizás haya estado perdiendo la voluntad de querer ponerlo en práctica. Porque parece que es en la dificultad donde se ha escondido este concepto. Transmitir es sinónimo de atractivo.  Y yo anhelo seguir queriendo descubrir la belleza de lo atractivo.

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