Foto: Janiela Cid.

Lo estoy haciendo bien

Hoy desperté bien temprano e hice pilates y me puse mi mejor cara para continuar buscando trabajo.

Sé que en un año todo estará bien. Esa es la ventaja de los que, como yo, escriben diarios y dejan huellas y marcas y heridas y lágrimas en las libretas apiladas. Como dice Jose Ignacio Carnero en Hombres que caminan solos: “Los que escribimos buscamos esos momentos de belleza en los que las palabras traducen el mundo justo de la manera en la que queremos verlo. Es como hacer trampas a la vida”. Guardamos palabras para ser usadas luego, para sentirnos mejor o simplemente sentir. Hace un par de días revisé una notificación de un recuerdo de Facebook, hace exactamente un año: “J se mudó a Jávea-España”. Lo adornan 58 me gustas y 25 comentarios. Estoy mucho mejor que hace un año y sé que el próximo todo estará bien, o eso es lo que interpreto en las palabras dejadas en papeles viejos en ese tiempo en que creía que nada tendría solución, al final todo termina bien, todo se soluciona, todo se calma, y vuelvo a sonreír, como un ciclo que inicia y termina cada cierto tiempo. Si intento compararme con mi “yo” del pasado, estoy bien. Mucho mejor que hace seis meses en que aún dormía en un sofá cama rojo con líneas en relieve blancas, aún puedo sentir las líneas en las yemas de mis dedos, mis mejillas recuerdan la sensación, algunas noches, justo las noches en que recuerdo que no tengo trabajo, y que tal vez esas líneas, ese rojo, esa textura, vuelvan pronto a mi piel. Puede ser que no consiga trabajo, puede ser que tenga que regresar a ese lugar que me dio la bienvenida hace exactamente un año y del que prácticamente salí huyendo. No tengo miedo, es una sensación extraña, de confianza, de ciega confianza, creo que soy optimista o creo que no tengo otra opción. En este tiempo a solas he tenido varias citas románticas, mi madre me recuerda lo de “un día a la vez”, le digo que sí, que al final todos se desaparecen o tal vez soy yo, la que no los busca más. Sin ilusiones, ni sueños, ni esperanza, ni miedos, solo confianza, ciega confianza. Estoy terminando la poca comida que queda en la nevera, en la despensa, me alimento de lo que dejó mi anterior compañera de piso. Pasta a diario y café, mucho café. En el fondo, como una música imperceptible y repetitiva, un Tic Tac de que el tiempo se está terminando, que el tiempo es una medida que se consume con el poco dinero que tengo en mis manos. Cuatro meses es la fecha tope, una fecha tope, mi fecha tope. Debo mudarme, trabajar, ahorrar, empezar proyectos y mantener una buena dosis de felicidad, sí, felicidad, eso no puede faltar. Este mes mi padre me prestará el dinero del alquiler, hace más de 10 años que mi padre no me daba dinero. Este mes empieza con Tic Tac más un ruido de coches acercándose, el mes pasado el ruido era apenas perceptible pero, a medida que corre el tiempo voy escuchando con mayor claridad ese sonido. No sé si sentiré el impacto, no sé si se me moverá el mundo, o solo debo regresar al sofá y dejar mi cama y dejar mi espacio. Solo confío que en un año me volveré a leer y todo estará bien. Mi hermana me recomienda un podcast para los desempleados, lo acompaña con un mensaje: “lo estás haciendo bien”. Entre las cosas que explican es que debo seguir una rutina para no deprimirme, hacer ejercicio, salir de casa, resaltan que buscar trabajo ya es un trabajo, que no debo sentirme menospreciada por cada rechazo, por los cientos y cientos de “han descartado su currículo” que recibo a diario en mi bandeja de entrada de mi correo electrónico, acompañado siempre de un suspiro de desolación. Sí, lo estoy haciendo bien, me digo. Pero en silencio confieso que a veces quiero dejar todo, como cuando sostengo las bolsas pesadas repletas de comida del supermercado y se van resbalando y mis dedos se calientan y duelen, y quiero soltarlas pero me digo que falta un poco más, sólo un poco más porque puedo ver la puerta de mi edificio y ya, me siento segura y a salvo, sin ningún frasco roto.  Pero ahora no, buscar trabajo es cargar esas bolsas con mucho peso y que te muevan la puerta del edificio más y más y más lejos, como una clase de broma de mal gusto. Esta mañana recibí una llamada de un chico, tomó mi número el lunes pasado en una entrevista de trabajo cuando se lo repetí al coordinador de reclutación, sin mi permiso. Ese chico estaba con su novia, la mañana de la entrevista, lo recuerdo porque la presentó como “su pareja”, palabra que me pone nerviosa. Antes de entrar me preguntó un par de cosas, la típica conversación para rellenar espacios e inseguridades antes de las entrevistas laborales. Recibí la llamada y entre las cosas que me dijo resaltó que como soy Ingeniera, seguro me iría bien, me preguntó si había homologado y le dije que no, y me dijo que entonces debía buscar trabajo de lavar platos. Me dijo que le caí mal a su amiga, “las mujeres sienten cuando otras mujeres son una amenaza ¿verdad?”, no volvió a mencionar la palabra “pareja” como esa mañana de la entrevista. Hice silencio y escuché por más de 40 minutos idioteces de un desconocido. Me dijo también que le comentó a su “amiga” que llegó a España a trabajar; el chico era de Venezuela, como yo. Él, con la poca humildad que su voz no puede ocultar, me dijo que él estaba seguro que ella estaba enamorada, aunque él le resaltó varias veces que no se enamorara y que si quería casarse con él, le diera cinco mil euros. Ese monto era suficiente para que él aceptara casarse con ella, con su pareja que ya no es pareja, con su amiga, a la que yo le caí mal porque soy una amenaza. Al terminar su alharaca sin sentido me dijo que me iba a dar un consejo, le respondí que no necesitaba ningún consejo. Que soy preciosa con mis 23 años; 31, le refuté. Debes buscarte un hombre que te dé dinero; yo me lo puedo dar sola, le contesté. Pero recordé que tuve que pedirle a mi padre dinero, después de 11 años, así que fallé en honor y mentí, porque le pedí a un hombre dinero, a ese hombre. Y hoy desperté bien temprano e hice pilates y me puse mi mejor cara para continuar buscando trabajo, para entregar currículos porque lo estoy haciendo bien o eso creo y por eso hoy, al despertar escribí en mi libreta: “Lo estas haciendo bien, sonríe”.

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