Por: César Arístides
A la pintora Xanthe Holloway
Se cumplió el 31 de marzo de este año un aniversario más del nacimiento del poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998), sin duda el escritor más importante de México del siglo XX y uno de los poetas esenciales de la lengua española de todos los tiempos. Su legado literario integrado por 15 volúmenes de sus obras completas dan fe de su empeño vital por comprender al ser humano y sus expresiones artísticas, incluso políticas, porque además de gran poeta fue un polemista consumado, un lector ávido y cuestionó con gran lucidez el rumbo del hombre social y sensible, así como los movimientos artísticos y las revoluciones sociales de su tiempo.
Poeta contemplativo, fervoroso ante lo clásico (Sor Juana Inés de la Cruz, Góngora, Quevedo, Lope de Vega), audaz frente a su tiempo convulso (Joan Miró, Rauschenberg, Breton, Pessoa…) supo equilibrar legados y potencias creativas para labrar su destino poético, su voz en la niebla o el páramo, en la penumbra o la luz, su voz de piedra o de pájaro que encanta al mundo.
La poesía de Octavio Paz es un espacio perfecto para reconocer los anhelos, las angustias, las pasiones y las inquietudes del hombre de todos las épocas y destinos gracias a su búsqueda por saber cuál es el propósito de la existencia, qué es la vida, por qué estamos en esta tierra, en este espacio; qué nos dicen los paisajes y los cielos, la noche y la oscuridad, la claridad matutina y el amor erótico, la mirada en el cielo y los pasos de la muerte.
Gracias a sus versos se expresan los territorios del deseo sexual y se despiertan las heridas de nuestra historia; por sus versos la belleza de una mujer es sagrada, es un templo o los árboles presumen sus esencias de cristal y encanto. Paz habla de la ciudad, su terrible Ciudad de México y el vértigo de su poema transmite la esencia de las grandes ciudades tocadas por el movimiento tecnológico, las dentelladas de las fábricas y las industrias, los hombres y mujeres, amantes y parias, errabundos e iluminados que se mezclan al ardor de las calles, a los enigmas subterráneos, al avance demencial, eléctrico, explosivo del progreso que también confirma la soledad del hombre.
Octavio Paz es, como se dijo, su ciudad por la que tanto sufrió pero honró con su poesía, también es Nueva York, París, Tokio, Delhi, Roma… el poeta, hombre comprometido con los avatares del arte y la cultura pasados y presentes, es a la vez hombre que denuncia las injusticias sociales y advierte la furia de los totalitarismos, su palabra asume el desafío y la caída, sus párrafos rondan los senderos surrealistas y beben en la experimentación literaria.
Ensayista, crítico literario, poeta, el autor de libros célebres como La estación violenta, Salamandra, Blanco, Árbol adentro, recorre lo individual para llegar a lo universal, así lo confirman sus versos que van del encuentro de dos amantes a la noche que se abre ante ellos; de lo universal a lo particular, queda demostrado cuando el poeta, hundido en una crisis de identidad, se detiene en una rama, una flor, una sombra…
En estos días de encierro y reflexión sirve la poesía de Octavio Paz, y de manera grandiosa, para entender la libertad de palabra, la sensibilidad de los hombres y atrapar en sus imágenes y metáforas un ave, un libro, una nube, una ventana, un cielo purísimo y bello.
Cae la noche y en los pensamientos de las mujeres y los hombres las vivencias se acomodan para dormir con nosotros, tímidas, enfrentan el recelo huraño de otros pensamientos que aguardan la hora de dormir para avivar la angustia por estos tiempos extraños donde un fantasma disfrazado de epidemia y muerte sacude la realidad del mundo. ¿Cómo enfrentar lo que no se ve y nos asusta, lo que mata y se pierde en la indolencia o la zozobra existencial? Sí. Tal vez con la poesía, con los versos desatados que siempre dibujarán un sol distinto, un follaje duradero, una casa fresca, una lluvia de recuerdos, ¿cómo entender lo invisible? Quizá con la poesía de Octavio Paz, incluso con sus preguntas y revelaciones, con su fuente de color, sonido y paisajes del cuerpo y del alma.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa, diría Paz; hoy recuerdo y leo sus poemas, digo con humildad y devoción, porque en estos tiempos de sombra y paradojas negras, leer a nuestro gran Octavio Paz es ver en la noche más oscura del alma no sólo su morada caligrafía pasional, también vemos una luz suave, sutil, potente; un destello llamado ilusión, fervor, esperanza.