Adoro el arte. Creo que es un maravilloso transmisor de mensajes, un canal de expresión que crea en quien lo contempla, estudia o admira un efecto liberador, de desarrollo personal y curativo. Uno de los artistas que me calma y que parece restaurar esa conexión perdida con las emociones más escondidas es Marc Chagall. De carácter alegre, religioso, nostálgico y optimista posee un estilo pictórico entre onírico y folklórico.
En el Museu Diocesà de Barcelona tuve la oportunidad de ver algunas de sus obras en la exposición “Chagall: Els estats de l’anima” (Los estados del alma), una recopilación de 39 trabajos del pintor ruso articulada sobre dos ejes: una serie sobre la Biblia, con el protagonismo de la mujer, y Los siete pecados capitales, una de las primeras series de grabados de este artista (1926).
Marc Chagall (Vítebsk 1887, Saint Paul de Vence-1985) fue un pintor ruso y francés de origen judío, considerado como uno de los más importantes artistas del vanguardismo. Nacido en una pequeña aldea rusa, sus inquietudes artísticas lo llevaron a París en 1910, donde desarrolló su madurez artística. En 1914 volvió a Rusia y en 1917 participó activamente en la Revolución Rusa, pero sus disputas con el pintor Kazimir Malevich le llevaron a volver a París en 1923, ciudad que se vio obligado a abandonar, por su condición de judío, tras la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941 se instaló con su familia en Estados Unidos. Adaptó las dos corrientes de vanguardia de la época, el fauvismo de Matisse y el cubismo de Picasso, con quien mantuvo una particular relación de admiración y odio. Algunas de sus obras más reconocidas son La Aldea y yo (1911), El violinista verde (1923-1924) o Soledad (1933). También es el autor del techo de la Ópera de París (1964), por encargo de Charles de Gaulle.
La apuesta permanente por el amor y el mensaje espiritual subyace desde los inicios en toda la obra de Chagall. Según la comisaria de la exposición, Helena Alonso, Chagall quería transmitir con sus obras “la alegría de vivir, que está presente en la tradición del judaísmo y difundir un mensaje universal de amor, que para él era el motor de su vida, en el que confiaba a pesar de todas las vicisitudes que pareció”. Como se desprende de esta exposición, una parte muy relevante de su obra la dedicó a la representación de los temas bíblicos, en los que actualizó los valores femeninos universales. Aquí se explica que la representación de mujeres que aparecen en relatos milenarios que realizó a finales de los años cincuenta tenía el objetivo de “exaltar la fortaleza, la lealtad, la amistad o la alegría de ser madre, unos valores universales que existen en todos los tiempos”.
“¿Quién no ama a Marc Chagall en este mundo? Francia lo reclama, como hace con Picasso: pero él es tan ruso como Nabokov y aún más: no tuvo que cambiar de idioma para acceder al espacio universal”. Así lo ensalza el artista Andrés Gabriel Saborío, de quien dice que “sus cuadros están llenos de amantes apasionados, animales y símbolos cristianos y judíos, frecuentemente elevándose por el aire como desafío a la gravedad y a la perspectiva. Los pintaba con azules, verdes y rojos vivos que hicieron que Picasso lo describiera como el último pintor que entiende lo que realmente es el color”.
“El arte, a mi juicio, es sobre todo un estado del alma”
“Todas mis tristezas y todas mis alegrías…todo lo que en el curso de
los años ha cruzado por mi vida: el recién nacido muerto, el compromiso, el matrimonio, las flores, los animales-el asno, la vaca lechera, el gallo, los pájaros-los obreros pobres, los campesinos, los padres, los violinistas, los enamorados en la noche, los profetas de la Biblia, los saltimbanquis y las caballistas del circo, los prestidigitadores; los ángeles en la calle, en la casa, en el templo y en el cielo; Vitebsk y París, Palestina y Saint Paul de Vence. Y, con la edad, la tragedia de la vida dentro de nosotros y en nuestro derredor”
Como destaca el escritor Mauro Armiño, los temas campesinos son una constante en su pintura: “Chagall ve el mundo aldeano, con sus animales y sus bodas de lugareños, la presencia de elementos judaicos, de crucifixiones de Cristo, de ángeles, madonas o ni vírgenes… Todo ello, sumado incluso en un mismo cuadro, hace pensar al espectador que ha entrado en otro mundo donde el menor detalle remite al sueño, al símbolo. La virulencia del colorido impresiona los ojos y fija con mayor fuerza en la memoria la imagen. Mundos aldeanos, pero también otros, como el del circo, campo abonado para un pintor que amaba el colorido vibrante y la irrealidad”.
Admirar las obras de Chagall lleva a uno a cuestionarse una pregunta clave: ¿sin sentimiento, el arte pierde sentido? ‘Los estados del alma’, después del éxito en Barcelona, se encuentra ahora en el Centro Cultural Olimpo de Mérida, siendo la primera ciudad mexicana que rinde homenaje a este gran artista.