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Mujer de fuego

Sucede que es luz pura, el calor más auténtico.

Aunque no lo crea, yo la miro todos los días. De hecho, lo hago bastante a menudo. Son varias veces dentro de un tiempo cortito, en realidad. Como ninguna es suficiente, me acerco aun más en la siguiente. Sigo, sigo y sigo. Siempre ha sido así.

Lo cierto es que de su brillo naranja ya no puedo escapar. Es usted, por su tramposa cabellera de fuego, que me declaro incapaz de hacerlo. Es su entropía constante que me arrastra sin control hacia su remolino de alegría. No puedo, no quiero. Quizá lo sabe, quizá lo ignora. Se lo recuerdo ahora.

Créalo, porque esto es genuino. Míreme, que estoy rendido ante su risa traviesa y las blusas naranjas sin tirantes que le fascinan. Adviértalo, que empiezo a percibir que duda de mis certezas. Es verdad que le fallé, que me escondí en el ayer para no ceder al mañana. Razones de sobra le he dado ya para que desconfíe, para no mirarme como antes. Pero, mujer, yo apuesto por usted pase lo que pase.

Y allí viene a insinuarlo, tan fina y danzante como las hojas de maple. Ahí está, tan radiante como para alegrarle el día al mundo entero sin esperarlo. Sucede que es luz pura, el calor más auténtico, como vivir siempre de día con un abrazo permanente en el otoño decembrino.

Me atrapó así, sin más, con la erupción volcánica de su ser más transparente. Mientras le miro sus ojos chocolate, noto que no hay marcha atrás. Sé tan poco de usted, pero deseo conocerle de memoria hasta el último lunar. Porque así me reta, porque así me hace quererla. Porque, para que lo sepa, es el fuego que necesito.

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