Hoy,
he venido a tu reino,
Padre celestial,
a exigirte una respuesta
para aquella pregunta
que abandonaste a su merced;
acudió a mí uno de tus enviados,
aquel del que hablaba Ezequiel,
mientras dormía;
entre sus anillos de providencia,
escuchó mi súplica,
mas no hizo nada,
sus cuatro rostros
me miraban con desdén;
me quebré ante tu enviado,
padre nuestro;
en cada uno de sus rostros
me veía a mí,
tendido en lamento en alguno,
en otro aparecía ya envejecido;
sin embargo
no encontré nada
en su levitación;
me arrodillé ante él,
esperando la luz
que se supone ilumina a tus hijos;
me mostró las siete plagas
en mis cuatro rostros,
previo a disolverse en la quimera;
hace ya, algunos trayectos,
desde aquel encuentro;
hoy, terminada mi andanza,
te exijo me respondas:
¿Qué me querías decir?
Pues ese día,
fui Génesis
y
fui Apocalipsis.