Paseando con el diablo

Esta pequeña ficción es para ti, gracias compañero de aventuras.

Las brisas de las tardes veraniegas en agosto empiezan a oler a otoño. Sensación de despedida emana una ciudad candente, llena de viveza. Arte, color e imaginación en cada rincón. La vanguardia en cada una de sus calles, fachadas históricas de distintas épocas y estilos, que se retan en una predominancia hegemónica.

Salir, entrar, enseñar el boleto de entrada, volver a hacer una nueva cola o comprar una botella de agua, es el día a día para un turista en la ciudad. Querer perderse en esta urbe es una tarea bastante difícil, porque terminas en una especie de círculo vicioso donde al final vuelves a la realidad tras un flash o un paraguas en alto.

No obstante, entre tanto bullicio, en un momento de agitación debido a un problema entre masificación del turismo y los vecinos y las vecinas hartos de sortear a personas paradas admirando tanta atracción, nos encontrábamos mi pareja y yo decidiendo si entrar o no a la Basílica de Santa María del Mar. En ese momento se nos acerca un hombre bajo y encorvado hacia delante con sus manos detrás y nos pregunta: ¿Pensáis entrar? Nosotros nos miramos, mientras le pido que me repita la pregunta porque no sabía si iba dirigida a nosotros dicha cuestión. Nos afirma y añade: «A partir de las seis es gratis, pero si no pagáis iréis al infierno», suelta una carcajada.

Atónitos, mi pareja y yo, no dábamos crédito y decidimos seguirle el juego, supongo que fue por nuestra curiosidad periodística o porque a ambos nos encantan estos tipos de enigmas. En definitiva, nos encanta nuestra profesión.

El hombre, llamado Joan, nos empieza a contar múltiples formas para pasar el tiempo hasta que sea gratis la basílica. En su barrio, El Born, al final de la calle está el Centro Cultural, un antiguo mercado donde se ubican unas ruinas. Nos avisa que mirarlas por encima es, también, gratis. «Yo propongo siempre cosas gratis», afirma en un tono jocoso. Le digo que vamos con él por su barrio y nos adentra al carrer de Montcada.

Llegamos al nuevo museo Moco. Nos avisa de su precio: «Yo paseo mucho por el barrio, porque no puedo estar en casa, entonces me recorro todos los museos de la zona. La verdad es que este nuevo museo moderno y contemporáneo, de ahí el Moco, no el que pensamos, –ríe y pone cara de asco a la vez–, es una forma de pasar el tiempo». Mi pareja y yo nos miramos y nos preguntamos a nosotros mismos si se trata de una ironía.

Entre museos, debido a su visita exprés para indicarnos las mejores visitas, nos cuenta acerca de su familia. Ellos siempre han sido de Barcelona, por eso puede vivir en El Born como propietario porque asegura que ahora es imposible con los alquileres y es de los que se mantiene firme en su postura de quedarse, de crear barrio y que no termine engullendo «la esencia», aunque ya perdida de un barrio gentrificado. Sin embargo, nos dice que su sueño es estar al sur, en la playa.

Entramos en Casa Maurí, donde había una exposición de una joven parisina con elementos de line art surrealista, si se pueden configurar en una misma síntesis. Joan nos lleva hasta esa exposición. No enseñamos entrada ni nada. Nosotros aceleramos el paso, nos miramos y la señal es clara: síguelo. Entramos en ese habitáculo con cuatro grandes pinturas de ese estilo tan característico. Recuerdo el fondo amarillo: era un elemento común entre las obras de aquella pintora, cuyo nombre no recuerdo.

Joan se nos acerca y nos dice: «Leí que esta pintora dijo que Picasso no sabía lo que hacía y creo que nadie sabe bien lo que hace». Me quedé con ganas de repreguntarle: «¿Sobre qué hablamos?», pero estaba hipnotizada ante esa algarabía que eran sus pinturas y todo lo que Joan en ese paso tan ligero nos condujo ante exposiciones que jamás hubiéramos entrado.

Le digo a Joan que ya es hora de volver. Nos conduce de nuevo hasta La Basílica, nuestra lugar de despedida: «Yo tampoco voy a pagar y voy a entrar ahora, así que nos veremos en el infierno».

Mi pareja y yo nos miramos, no damos crédito a todo lo que hemos vivido en menos de 40 minutos. Algunas cosas me las guardo para nosotros, otras las plasmo en esta ficción real.

Gracias a mi compañero por estas aventuras donde conocemos, gracias a nuestro amor por el periodismo, historias y vivencias para seguir creando las nuestras. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *