Pedro

De nada sirve contar a la gente como números si no vamos a contar y recordar, aunque sean sólo partes, de sus historias

Por: Fernanda Fernández.

Aún había sol, pero en Madrid ya era la hora de cenar. Comencé a comer mis fideos a la par que tomaba el telefonito y abría Facebook. La hermana de mi mamá había comenzado a transmitir en vivo un evento que forma también parte de ella; es el único fin que tenemos seguro, aún sin saber sus formas y detalles. Un video vertical a siete husos horarios me hizo a mí y al resto de la familia fuera de México poder asistir al funeral de mi bisabuela Guadalupe Reyes. En verano de 2017 entendí que esto pasaría más seguido, lo de la muerte, lo de sólo poder verla como vemos ahora casi todo, a través de pantallas. Lo que en ese momento parecía una falta de respeto, es ahora –cuando puede suceder- un último medio para ver a nuestros seres amados. Me comí el susto entre la sopa.

Mi tío Pedro murió ayer. Y aunque tengo un último recuerdo de él en un hospital en un video tan borroso como las lágrimas que a todos los que lo queremos nos están doblegando la vista, me puede mucho más una imagen que no quiero que se vuelva borrosa aún pasen los años; nosotros, Pedro, mi tía Rosy, mi primo Juan, mi hermano Jero y yo, corriendo en Paseo de la Reforma porque íbamos a empaparnos con la lluvia tras salir del cine por primera vez con él, riéndonos mucho de que todos logramos correr lo suficientemente rápido para no mojarnos mucho y no enfermarnos. Reírnos porque por los pelos -los de él mezclando el gel que siempre peinaba su cabello negro profundo con agua del cielo de la ciudad- todos juntos nos salvamos del diluvio.

Pedro y mi tía Rosy tenían vidas antes de tenerse, pero cuando él se quedó en la de ella, pasó también a embonar en nuestros corazones. Mi tío Pedro siempre que veía algo de los Beatles me lo decía, y me ponía muy feliz saber que es la única persona que conozco que hizo su tour cuando fue a Londres en 2012 por su trabajo en el Comité Olímpico. Mi tío Pedro se hizo nuestro tío porque se volvió papá de Juan, siendo siempre también papá de Thalia, Elizabeth, Fernando, Miguel; abuelo antes y también por venir. Seno de familia.

Mi tío era contador y cuando la cosa no salía, taxista como muchos otros profesionales. Esta pandemia en la que todo mundo se preocupa porque las cifras mienten, me hace pensar que el dolor causado por la alegría precedente a esta enfermedad es de las pocas cosas verdaderas, no cuantificables, que no lo hacen. El dolor no engaña.

Aunque a mi tío Pedro le vaya a tocar como a mi bisabuela, como a muchas personas en todo el mundo en estos últimos meses, ser despedido sin poder abrazarnos, vernos, tocarnos y dejar que nuestros hombros absorban nuestras lágrimas, ni a él ni a nadie se les debe dejar ir de este plano sin llevar el corazón inundado en añoranza de un día más. De nada sirve contar a la gente como números si no vamos a contar y recordar, aunque sean sólo partes, de sus historias. Mi parte favorita de la de Pedro es su amor con todos los que quiso y lo queremos. No recuerdo otras. 

Gracias por cubrirnos de la lluvia, tío. 

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