Reflexiones tardías sobre el Festival de Cine de San Sebastián 2021

Debido a que perdí el tren que debía llevarme de vuelta a mis responsabilidades, me he demorado. Lo siento. Pero, creo que en el fondo, ha sido para bien. Después de las noches de insomnio hace dos semanas, necesitaba aclararme las ideas. Dormir. Comer. Pensar. Cosas típicas de persona responsable. Ahora, desde la comodidad de mi piso —aunque la caldera está estropeada y no tengo agua caliente desde hace dos semanas—, resulta más sencillo llegar a las respuestas. Sé que puede sonar algo críptico, pero es que había muchas preguntas. Muchísimas. 

Resulta difícil estar al tanto de lo que pasa a tu alrededor cuando llevas más de una semana durmiendo una media de cuatro horas —dos menos de las que te pasas sentado en la butaca de un cine—, buscando enchufes en los bares porque, de lo contrario, no podrías escribir. Como un colocón de speed, aunque ligeramente distinto. Te ahorras el engorro de que, a la larga, después de varios días de consumo, te sangre la nariz, por ejemplo. Pero por nada del mundo evitarás que te aparezcan unas ojeras del tamaño de la cabeza de un bebé —se te nota la ansiedad, tío—. En ambos casos los ojos estarán extremadamente abiertos, como atentos a cualquier cambio en la disposición geográfica de tu metro cuadrado de seguridad. También en ambos casos, los parpados estarán extremadamente caídos, carcomidos por la sequedad y el cansancio. En ninguno de los casos parecerá que estés pasando un buen rato. La gente no apostará por tu buena salud mental y se cambiarán de acera cuando te vean llegar. Das el cante. Desde hace semanas. Está claro: mientras esto dure, te vas a sentir bien. Así es como funciona la espada de Damocles, cuando menos te lo esperas, te ensarta como a un pincho moruno. Te da la bajona. El ciclo infinito de la exasperación.    

Ponte. Ya. Las. Pilas. Joder.  

Te fuiste, dejando trabajo a medias, facturas impagadas, la nevera abierta y la tele a todo trapo. Una gestión de la disposición geográfica de tu metro cuadrado de seguridad del carajo. En serio, tío, nefasta

Tienes que poner las cosas en orden, y la primera es saber qué has visto. Así que, para qué alargarlo más, esto es lo mejor que he visto. Eso sí, no esperéis entender nada, yo aún sigo intentándolo.  

Titane; Julia Ducornau.

Ganó la Palma de Oro en Cannes, lo cual dice poco. O mucho, según cómo se mire. Los franceses han apostado fuerte por el cine de autor, y pasa que hay autores muy jodidos. Sobre todo en Francia. 

Lo que antaño fue la nouvelle vague, comandada por Godard y Truffault, se ha convertido en un tsunami de violencia, colores saturados y anfetaminas visuales que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Y no es para menos, la ya galardonada Crudo, alcanzó unas cotas de rebeldía dignas de un futuro movimiento de culto. Pero esto de Titane… esto ya no sé qué es. Un paso de gigante, quizás la mayor osadía desde que la Libertad se sacó un pezón en el óleo de Delacroix —¿debo entender que las políticas de Instagram aún no han llegado al siglo XIX?—, una declaración de intenciones que hizo que gran parte de la sala se fuera a los diez minutos de empezar. Un enfoque de lo más darwiniano: «el que no se adapte, a la puta calle». Incluso rima y todo. 

Para mí, no hay color, Julia Ducornau es una fuera de serie. El fetiche por el metal y la sangre de Cronenberg combinado con la obsesión enfermiza de Christine, de John Carpenter. Y luego más cosas. Muchas más cosas.  

Espero haber convencido a los que tocan.        

Red Rocket; Sean Baker.

¿El nombre de Simon Rex os dice algo? Porque a mí no mucho. Cuando le busqué en Google vi que era conocido por participar de la saga Scary Movie. Sale en la tercera y la cuarta, creo. Ni siquiera forma parte del elenco original. Su mayor hito hasta la fecha había sido parodiar a Eminem en 8 millas, y ni siquiera es que lo clavara mucho. 

El tema es este: llega un tío que se llama Sean Baker, que al parecer se la suda bastante esto de trabajar con actores conocidos —quitando a Willem Dafoe en The Florida Project—, le planta un guión en los morros y le dice: «quiero que hagas de actor porno en bajas horas, y quiero que lo claves». Y Simon Rex va y lo hace. Con el rabo fuera, el muy cabrón. Y eso que su papel no va mucho más allá de ir en bicicleta y poner cara de haberse pasado con el chile.   

Por algún motivo, todas las películas de Sean Baker hasta la fecha han sabido mostrarnos la realidad de un modo crudo e íntimo, sin caer en la tentación de mostrar más de la cuenta. Miseria, elegante miseria humana. Siempre consigue quedarse al borde de la delgada línea roja. La que separa la maestría del pastiche. No sé. No todos saben cómo mantener el equilibrio. La mayoría —el 80% de los dramas con aspiraciones a llevarse un Oscar a la mejor película— fallan en el intento. Pero Sean Baker, al igual que un gato callejero, siempre cae de pie.  

Fue la mano de Dios; Paolo Sorrentino.

Allá vamos, otra película nitidísima sobre lo que sea que pase en Italia. Al leer el título parece que se trate de un biopic sobre el Pelusa, pero de un modo magistral, consigue transportar la atmósfera de lo que significó el fichaje de Maradona por el Nápoles y cómo afecto a la vida cotidiana de los napolitanos. 

Teniendo en cuenta su último trabajo, Loro, sobre Berlusconi y los otros, me esperaba otra cosa. Y gracias a Dios, no fue aquella cosa. El guión, ágil y ácido, consigue encandilarte des del minuto uno. Te transporta a la Nápoles natal del director, que aprovecha para espolvorear un poco de nostalgia en la historia de una familia de clase media, que vive en el barrio, con aspiraciones dignas de los personajes de Fellini. Un retrato intimista sobre la sociedad napolitana de a mediados de los años ochenta, repleta de mujeres que gritan por la ventana, hombres peludos en camisa de tirantes y contrabandistas en sus lanchas. 

La combinación perfecta entre fútbol y cine. Así que señores, si van a hacer más películas sobre futbolistas muertos, tomen nota.

Earwig; Lucile Hadzihalilovic.

Vale, esta es complicada. Sigo intentando comprender qué vi. El aura lynchiana que desprende es magnética, solo que está mezclada con un sueño de Edgar Allan Poe. Los sueños y la histeria se cruzan en este relato aterrador sobre la obsesión y ¿la llegada a la pubertad? Esto último lo digo porque la protagonista —una niña de nueve años que actúa del carajo— tiene los dientes de cristal y hay que hacérselos casi a diario. La niña no puede salir de casa y está a cargo del Dr. Problemas-mentales-muy-chungos-derivados-de-la-guerra, un señor bastante callado y con la mirada ligeramente desviada hacia la oscuridad de las tinieblas. No sé, no me quedó claro que hablara de la pubertad, pero podría ser. Se trata de aquellas películas que hablan de un poquito de todo. Hay que saber buscarle el significado. De las que te obligan a esforzarte. La mayoría de espectadores se fueron a la mitad de la sesión. Tener que pensar tanto rato seguido puede llegar a ser un verdadero fastidio si lo que querías era echarte una siesta. La película es lenta, sí, pero es tan jodidamente tensa que si se te ocurre cerrar los ojos, instantáneamente entras en estado de delirium tremens —una risa, vamos—.

Ah, bueno, sí, luego está el tema de que Lucile Hadzihalilovic es la mujer de Gaspar Noé. Pero eso mejor se lo dejamos a los de la prensa rosa. 

One Second; Zhang Yimou.

La primera sesión. La he puesto la última porque las expectativas quedaron altas. Y también porque es la más académicamente correcta —ya nos entendemos con la cursiva—. Critica pero habla de historia. Los protagonistas tienen un trauma secreto que se descubre al final (o al medio, dependiendo de las horas que hayas dormido). Planos largos de desierto, zonas rocosas y cielos azules. Una trama muy parecida a la de Cinema Paradiso, la película académica por excelencia. 

No tengo mucho más que añadir, aparte de que me gusta el cine chino. Saben lo que se hacen y se nota. Trabajan la imagen y el sonido de manera muy eficiente y tienen buenos actores.

Que plagien todo lo que quieran, si al fin y al cabo siempre acaban por hacerlo mejor. 

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