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Sofia Coppola: vírgenes suicidas, susurros, seducciones y abrazos

A modo de homenaje, abordamos con sigilo el hipnótico universo cinematográfico de una de nuestras directoras de culto.

La mítica Lost in translation se estrenó en México un 23 de enero, hace 17 años. Días después, la cinta quedó ¿in?justamente eclipsada por el Sean Penn de Mystic River y la mastodóntica y taquillera producción de Peter Jackson en la ceremonia de los Oscar. De alguna manera, el hecho de no haber ganado ningún premio grande salvo el mejor guion original, dotó a la película de un aroma de cine independiente muy reconfortante. Por ello, a propósito del aniversario de LIT, decidimos rendirle homenaje a la carrera de una de nuestras directores de cine favoritas: la melómana Sofia Coppola.

Las vírgenes suicidas (1999)
Por Elena Hita Piera

Un suburbio de Michigan en 1975, una madre católica y cinco hijas adolescentes en búsqueda de sus propios procesos identitarios constituyen, principalmente, los elementos que forman el debut fílmico de Sofia Coppola, Las vírgenes suicidas (1999), basado en la novela homónima del Premio Pulitzer Jeffrey Eugenides (1993). Narrada 25 años después por cuatro adolescentes fascinados por las hermanas Lisbon, cuenta las causas y consecuencias del misterioso suicido de estas bucólicas y enigmáticas chicas. Coppola consigue dibujarnos una frontera entre el “afuera” y el “dentro” en un trabajo que, 22 años después, sigue siendo una oda a la belleza. Plasmando la estética de la muerte, la película se mueve en una geografía de miedo, opresión y en una cartografía del deseo al que las protagonistas nunca podrán acceder. Ese interior, físico y psicológico que nos muestra, nos retiene en un espacio confinado y decadente, haciéndonos ver la fragilidad del sueño americano y su planteamiento del sentido trágico de la vida. En la que en su momento fue una nueva y atractiva manera de abordar la feminidad adolescente, el espacio imaginario consiguió alcanzar una nueva dimensión, haciéndonos ver que, como los chicos narradores, somos testigos mudos de la decadencia de la sociedad, demasiado compleja como para tratar de descifrarla. Las vírgenes suicidas, con la fotografía de Ed Lachman, han conseguido grabarse en nuestra retina como un halo angelical de luz, para no hacernos olvidar la mirada triste e inteligente de Kirsten Dunst. Obviamente, doctor, usted nunca fue una niña de 13 años.

Lost in translation (2003)
Por Ricardo López Si

No vengo a descubrir nada. Se sabe que Lost in translation es una película de silencios, que se interpreta mejor a partir de lo que no se dice. Tampoco me interesa abonar sobre alguna teoría absurda sobre el susurro ininteligible de Bill Murray a Scarlett Johansson. ¿Fue un gesto paternal o un gesto romántico? A quién diablos le importa. Como dijo Serrat en uno de sus tropecientos conciertos a dúo con Joaquín Sabina: La leyenda no se cuenta, se intuye. Ahora bien, soy de los que sostiene que Lost in translation y Her son películas interconectadas, como personalísimas cartas de ruptura de Sofia Coppola y Spike Jonze. Sí, Coppola ha dicho en repetidas ocasiones que el personaje de Charlotte tiene menos tintes autobiográficos de lo que mucha gente piensa. Pero igual Samuel Beckett decía que su Godot, el que nunca llega, no era una alegoría de Dios. En fin, a Lost in translation siempre es bueno volver, ya sea sólo para descubrir qué tanto tiene de Spike Jonze el fotógrafo narcisista interpretado por Giovanni Ribisi. O por los largos planos contemplativos. O por esa estética indie-pop tan evocadora. O por la banda sonora escrupulosamente confeccionada por una melómana que hace cine como pasatiempo. Luego, si se sienten capaces de domar la melancolía, prueben con Her. Como nota adicional, que quede asentado que me siento orgulloso de haber renunciado con entusiasmo a recurrir al padre de Sofia para congraciarme con el conservadurismo cinéfilo. 

The Beguiled (2017)
Por David Muñoz

Hace tiempo que la vi y recuerdo que me gustó. Me gustó más que el resto, sobre todo, me gustó más que The Bling Ring. Esa fue un poco rara. Pero lo bueno que tiene Sofia es su sello de autor. Al igual que toda su familia (su padre, Francis Ford Coppola; su primo, Nicolas Cage), tiene un poder para transmitir su personalidad en cada una de sus películas. Ya sea para bien o para mal, siempre encontramos destellos de genialidad (y, a veces, locura). Sí, La seducción fue un remake de El seductor, de Don Siegel, de acuerdo, está bien, no es original. ¿Y qué? Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning se comen la pantalla. El guión, trabajado, y más si lo recita Colin Farrell, que cambió el cine cutre de acción por la oportunidad de encandilar a los espectadores con sus hipnóticas cejas pobladas. La seducción, qué gran película. Sencilla, ritmo lento y preciso y una fotografía de aúpa. Igual que un plato de Ferrán Adrià, se cocinó con amor y se trabajaron los detalles. El vestuario es importante, pero después de ver Marie Antoniette, no dudábamos de su capacidad para vestir a sus personajes de época. La única duda que había era si Nicole Kidman podría mover los músculos de su frente. No pudo. Todo estaba perfectamente calculado. La tensión se palpa en el ambiente desde el minuto uno y a los espectadores, morbosos por naturaleza, nos encanta que dicha tensión tome un rumbo oscuro. Oscuro y a la vez sutil, misterioso. Se acaba como una película tiene que acabar: unos créditos finales sobre un fondo negro.

On The Rocks (2019)
Por Andrés Araujo

On The Rocks, el último proyecto de Sofía Coppola, es una película bastante oscura en el sentido más literal y menos metafórico del término. El argumento es simple: un matrimonio que parece resquebrajarse, aunque finalmente todo ocurre en la cabeza de un miembro de la pareja -en este caso Rashida Jones, azuzada también por el tiernísimo Bill Murray. En Cómo ser Bill Murray, una suerte de biografía escrita por Gavin Edwards, se cuenta que cuando Coppola ideó Lost in Translation no se propuso jamás que la película estuviese protagonizada por otra persona que no fuese Bill Murray -con todas las ventajas y desventajas que esto puede generar. Queda clarísimo que Sofia sigue creando personajes hechos a la medida para Murray, el cual continúa siendo hombre de confianza tanto de ella como de Wes Anderson. Coppola hace una película que no se pretende más de lo que es: un abrazo, quizá. Un abrazo de alguien a quien no ves hace mucho tiempo, lo cual en tiempos de pandemia resulta reconfortante. Murray actúa, podría decirse, de sí mismo -la escena donde consigue librarse de la policía casa con veintemil anécdotas billmurrayescas que pululan en el internet. Es bueno saber que aún existen proyectos que no planean cambiar el mundo, y no por ello guardan menos calidad que un lanzamiento pretencioso y malogrado. Rashida Jones está tal y como en el personaje de Ann Perkins, en Parks & Recreation, lo cual no es queja. De vez en cuando sirven este tipo de películas para ser medianamente feliz durante hora y media; después, a lo que sigue.

 

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