Tomar el pulso del mundo que habitamos

El Mundial de fútbol puede ser la mejor manera de tomarle el puso al mundo y entender ciertas dinámicas sociales que, de otro modo, podrían ser imposibles de controlar. Mientras el boxeador Saúl Canelo Álvarez amenaza con vengarse de Lionel Messi por haber pisado la camiseta de la Selección Mexicana y varios panelistas sugieren que Gerardo Martino es el mayor traidor desde la Malinche y una suerte de caballo de Troya contemporáneo, el torneo de selecciones más importantes del mapa nos está diciendo cosas; empezando por la sede: una monarquía ultraconservadora que promueve el semiesclavismo y la persecución a mujeres y homosexuales, que ha buscado, sin éxito, lavar su imagen ante el mundo. 

La agitación social que provocaron los disturbios en Bruselas tras la victoria de Marruecos frente a Bélgica son otro gran ejemplo. Bruselas no sólo es la capital de Europa —ahí descansa la sede del parlamento europeo—, también es la capital de los inmigrantes magrebíes hacinados, desempleados y reclutados por el terrorismo yihadista. Barrios como Molenbeek, uno de los diecinueve municipios de la Región de Bruselas-Capital, lleva más de un lustro abandonada y estigmatizada como semillero de células terroristas tras los ataques de París, en 2015, y en la propia Bruselas, en 2016. Las manifestaciones violentas que vimos por televisión no son provocadas en exclusiva por un partido de fútbol de fase de grupos, sino también por la indiferencia de los gobiernos europeos, que han sido incapaces de proponer soluciones que no sean abonar al descrédito de la periferia, construir guetos y patentar otro tipo de mecanismos segregacionistas. Esto, desde luego, no justifica ningún acto vandálico, pero cuesta creer que se sigan pasando por alto tantas señales de alarma. 

Por otro lado, a propósito de estigmas terroristas, no deja de ser llamativo el cariz político que ha tomado la participación de Irán en el torneo. Es cierto que ha servido para visibilizar las dignísimas luchas sociales de las mujeres iraníes contra el régimen teocrático, simbolizadas bajo el manto de la revolución del velo. El problema es que en Occidente se sigue teniendo una imagen distorsionada de lo que es Irán —la antigua Persia— en términos culturales e históricos. Parecería una obviedad, pero no sobra decir que la república islámica instaurada tras la revolución de 1979 no representa los valores culturales ni identitarios de Irán. Ni, mucho menos, a su gente. Encima a Irán le tocó compartir grupo con las dos potencias occidentales por excelencia, en buena parte responsables de abonar a las narrativas sintetizadoras de Medio Oriente.

En fin, el Mundial de fútbol es un manantial de historias por donde se le mire. Antes de dedicarle nuestro tiempo y esfuerzo intelectual a inflar el ego de la comentocracia deportiva, brindémonos un espacio para reflexionar y utilizar un evento internacional de esta magnitud no solo para entretenernos, sino para tomarle el pulso al mundo que habitamos. 

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