Tu sonrisa sin temblar, última novela de Víctor Colden: escribir historias para no morir

Hay escritores que nos agarran de la pechera para que vayamos a rastras por su obra. Son fieros, dislocados y asfixiantes. No nos dan tregua ni cuartel. Víctor Colden no es de los que matan de esta manera, al contrario, nos pone una mano sobre el hombro, susurrándonos al oído palabras cálidas y nos guía con delicadeza hacia el peligroso abismo de la memoria.

Entonces nos empuja, pero nunca nos dejará solos, vamos a lo dulce o a lo amargo en compañía, al llanto o a la risa. En épocas de violencia extrema un gesto delicado viene a desarmarte. De escritura elegante, limpia y clara, Víctor es, como Azorín, un caballero inactual. No entra en vanas polémicas banderizas, es narrador y estilista al mismo tiempo. Lo quiere todo porque todo le interesa. Como Muhammad Ali, mariposa mortífera.

Tened cuidado, es empezar la lectura de Tu sonrisa sin temblar y te la lía, vaya si te la lía, no te has dado ni cuenta y ya es amo y señor del cuadrilátero.

Viene a confundirnos el tiempo y el espacio, no es posible hacer previsiones mirando de reojo el montón ofendido, rencoroso, de lecturas pendientes. Hay que detenerse, demorarse en un párrafo, delectarse en una anécdota, alzar la copa y mirarla al trasluz, paladear el licor Colden y entregarse a la evocación. A veces es mejor seguir con la lectura en un rato o al día siguiente y disfrutar de los arabescos que dibujan en el aire las volutas de humo que se desprenden de este libro maravilloso.

Conjuga magistralmente sus ficciones con nuestra memoria, nuestras ensoñaciones con su realidad se enlazan hasta llegar a ser otra cosa y la misma. Su arte no es apto para quien se deja arrastrar por el vértigo de estos tiempos acelerados y forma parte cómplice y feliz de su vacío. No es novela para cagaprisas. Hay que salirse de la turbia, apresurada, época presente y sus imposiciones. Hay que dejar a un lado el tren de alta velocidad y montar en aquellas bicicletas melancólicas de los personajes frágiles, como jirones de niebla, que habitaban el jardín derrotado de los Finzi-Contini.

Pasar veloz por Tu sonrisa sin temblar, publicada por Pre-Textos, es perderse muchas cosas, es no pasar, despropósito mayúsculo, como quien hace un crucero de esos en los que se te permite pasear escasas horas por cada ciudad, a corre prisa, en ansiosos grupos, grey fatigada, y te conducen por media Europa haciéndote creer que has visto Europa entera. Y no has visto casi nada. Nada, al menos, de lo esencial. Cuatro monumentos fugaces y tres calles casi olvidadas a la hora del próximo embarque. Eso no es la Gran Belleza, tan solo una dádiva mísera, insuficiente, que nos deja más mohínos que felices.

Colden es un maestro de la memoria, nos hace divagar, retroceder, inventar, recordar, completar… copa en mano ante la chimenea, sin prisa, oyendo lejanas las horas que va marcando el gran reloj, horas que poco importan pues lo que realmente importa no entiende de horas. Madrid, Argüelles, pero también nuestras ciudades y barrios; principios de los ochenta, en mi caso principios de los noventa; el paso violento, como de río bravo, de la niñez a la adolescencia. Las primeras elecciones personales, las que para bien o para mal nos acompañarán toda la vida, la música como salvaguarda, los libros como bastón de ciego, el amor platónico, el deseo, la amistad y las traiciones, los atentados de ETA y las rancias confabulaciones de franquistas trasnochados con ansias golpistas en los primeros años de la transición…

En una vida corriente casi siempre suele estar escondido lo más íntimo y común, que suele ser también lo más sorprendente y extraordinario. Dicen que hay historias que no pueden ni deben morir por eso hay que contarlas y escribirlas. Esta es una de esas historias.

Lean Tu sonrisa sin temblar, les invitaré a una cerveza o a un café si al final del libro no les ha temblado o sonreído el alma ni una sola vez, si no han recordado nada de lo que el personaje de esta novela, ¿Michi o Víctor?, recuerda tan a su medida que resulta ser también la nuestra.

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