En Velocidad de los jardines, el escritor madrileño Eloy Tizón firmó un prólogo inolvidable bajo el título de «Zoótropo», en el que, entre otras cosas, dio cuenta de la tiranía impuesta por los libros frente a sus autores: «Lo escribió un poeta: “Un libro que tú has escrito, y como todos los tuyos, jamás dejará de vengarse de ti”. Tu primer último libro».
A propósito de venganzas perpetradas por los libros —obviando deliberadamente a aquel niño repulsivamente deforme que perseguía al alter ego de Don DeLillo en Mao II como una siniestra metáfora sobre los libros en proceso de escritura—, cuesta no empatizar con el calvario del escritor, profesor y académico español Javier Jiménez Belmonte en Un texto un camino, la historia de un plagio involuntario descubierto en las fauces de una extinta librería independiente ubicada en el Centro Histórico de Querétaro.
Como ya es costumbre en los títulos publicados bajo la colección Editor de Gris Tormenta, el prólogo escritor por el periodista chileno Gonzalo Maier va ofreciendo con sobrada lucidez algunas pistas sobre la circunstancia de Jiménez Belmonte, que en realidad es la circunstancia de cualquier escritor inédito, esos seres casi siempre solitarios y melancólicos, especialistas en el arte de enviar correos a editores desconocidos y esperar respuestas que no llegan.
Algunos tramos del libro funcionan, en efecto, como una bitácora de los desencantos inherentes al duro oficio de escritor novel, pero las ambiciones del ensayo van más allá. En medio de una sucesión de proclamas exculpatorias, se asoma un debate filosófico sobre lo auténtico y lo original en la literatura. Todo esto a raíz de la tragedia que le sobreviene al propio autor, quien descubre que su ópera prima, la novela Desentierro, bebe, inconsciente, dolorosa y descaradamente, de una colección de cuentos publicada por el escritor brasileño Raduan Nassar, inmortalizada bajo el título Una niña en camino. Es ahí donde Jiménez Belmonte se cuestiona, no sabemos si a manera de plegaria o de exorcismo, el hecho de que su primera novela sea el plagio de un cuento cuya existencia desconocía.
Tengo la certeza de que este impulso quiere decir algo. No sé todavía qué. Solo me atrevo a afirmar que necesitará un número indeterminado de páginas para hacerlo. Ya las veo apuntar un posible comienzo: su origen en otras páginas, mi primera novela, cuando esta todavía no sospechaba que en su envés, como una marca de agua, llevaría impreso otro relato. Uno de plagios, desazón y fe vacilante en la escritura.
Javier Jiménez Belmonte
Del mismo modo, Un texto en camino esté estrechamente y sentimentalmente vinculado con Fallar otra vez, de Alan Pauls, también enmarcado en la colección Editor, un ensayo que precisamente versa sobre la búsqueda de la originalidad en la escritura, siniestramente deslizado en una versión preliminar y cuasiclandestina por un librero prescriptor en el interior de El libro vacío, de Josefina Vicens. De modo que la anécdota, que bien podría ser la más grande fantasía para cualquier juntaletras autoficcional, funciona como la génesis del libro, pero también del miedo que encarna la falta de originalidad.
No es sorpresa que en una charla posterior a la publicación del libro en México, Jiménez Belmonte distinguía la escritura a partir de dos prismas claramente contrastados: la literatura, con sus variantes y posibilidades infinitas, y la escritura académica, en donde «el guion está claro, las expectativas están claras, la estructura está clara».
Precisamente de eso va, también, el libro de Jiménez Belmonte: de las contradicciones de un escritor que mira de soslayo la rigidez de la academia y de un académico que fiscaliza las ínfulas de originalidad de un escritor. ¿Acaso no es esa la discordancia más evidente entre la literatura y la academia? Mientras una se transforma en un naufragio ineludible, la otra es una ruta perfectamente delimitada, sin sobresaltos y, al mismo tiempo, sin la recompensa de lo impredecible.