Hablemos de la infancia, de una niñez que estuvo particularmente marcada por tragos amargos, la cual revive cada vez que un lector abre un libro que por título tiene el nombre de Jane Eyre.
Solemos pensar que la felicidad viene integrada en un niño, pues la inocencia de esta etapa nos deja vivir con despreocupación y fantasía cualquier situación que en la adultez se vuelve compleja, pesarosa, triste o aburrida.
El caso de Jane, de Charlotte Brontë, es una particular referencia de la literatura clásica a una infancia desdichada.
Si lo has leído, estarás de acuerdo conmigo en que es muy probable que ninguna de tus pesadumbres se asemeje a lo que vivió esta mujer, tanto de niña como de adulta. Así que convendría pensar dos veces antes de soltar una queja al aire y decirse “¡Ni que fuera Jane Eyre!”.
El discurso de esta novela es tan triste, pues son las palabras que envuelven el sentimiento profundo de una niña que sufre sin saber la razón del porqué tiene que hacerlo. ¿Qué niño podría no disfrutar su infancia si le dieran todas las herramientas para serlo?
Ella no es feliz porque así lo ha decidido su tía y primos con los cuales vive, porque la mancillaron con malos tratos, privaciones, golpes e hirientes palabras que le quitaron a Jane su ilusión de niña.
“¡Qué alboroto en mi cerebro y qué desgobierno en mi corazón! Y sin embargo era una batalla mental que se estaba librando a ocultas y a ciegas, en el seno de la más densa ignorancia. No encontraba respuesta a aquella insistente pregunta larvada en mi interior ¿Por qué tengo sufrir de esta manera?”
Aunque la vida de Jane Eyre va tornándose menos gris o, más bien, con gratos momentos de tranquilidad, o como diría ella, “Su vida con ráfagas de sol”, y la historia comience a ser de un contexto romántico al estilo Jane Austen, el foco principal del libro seguirá siendo lo desgarradora que resulta su narración cuando es una infanta.
Porque una tristeza infantil es reconocida con pucheros y lágrimas, no con grandes palabras ni agravios; se reconoce con un fuerte llanto que se mitiga con una bola de dulce, pero la desdicha de Jane es profunda y consciente en cuanto al sentimiento, mas no de la razón, que crece al punto de convertir su pesar en un drama maravillosamente trágico que no termina con el comienzo de su adultez , sino que pondera para mantener la esencia de una mujer que fue particularmente desafortunada.