Zahuindanda

Tuvimos que matar a Zahuindanda. Tuvimos que engañar a todo un pueblo, no había de otra. La ignorancia de un servidor público obliga a la gente a tapar los hoyos, a inventar historias para poder, sin violencia, salir caminando de un pueblo negro, aislado en medio de la sierra.
No había recurso para pagar a productores de maíz y los pueblos exigían pagos sin saber realmente a quién se le debía. Había que resolver el problema de apoyos, de subsidios. Se fue avanzando con los pueblos, se les fue convenciendo de que había gente que no era productora y que estaba cobrando, y todos fueron aceptando, unos sí, otros no, otros iban reconociendo que habían inflado las cifras. Secuestraron a un servidor público y lo obligaron a firmar un acuerdo, y éste, con tal de salir del problema, firmó el acuerdo con un cobro superior al presupuesto aceptado. Así terminamos en este enredo.

Estando en asamblea, se les dijo que la persona que firmó el acuerdo había muerto, que lamentábamos mucho su fallecimiento, pero que eso nos obligaba a tomar nuevos acuerdos. No es que no reconociéramos su firma, pero él ya no estaba para aclarar.
El otro funcionario, al verse atrapado en la mentira, tuvo que fortalecerla y pidió un minuto de silencio. Aceptaron nuevos acuerdos, nuevos montos y se liberó el problema. Al siguiente día, se estaban pagando las deudas.
Esa noche, salimos de ahí a decirle al muerto, que estaba en la ciudad, que no contestara el teléfono. Su gente se encargó de no pasarle llamadas. Nos olvidamos totalmente del asunto.
Un año después, un productor del pueblo fue a la ciudad y vió a Zahuindanda bajarse de una camioneta. Quedó blanco del susto. Y el otro no sabía que lo habíamos matado, que hasta una misa le habían dedicado en el pueblo.
Por: Anónimo

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