A mi librería

En una lógica similar a la que imaginara Borges con la biblioteca de Alejandría, todo editor es un deudor de Los Editores.

Por: Santiago Hernández Zarauz

Hoy es un día nublado. Triste. Cerró Los Editores.

Con una razón indiscutible afirmó Joan Margarit que la libertad es una librería y, precisamente, que se cierre una de las más entrañables me hace pensar mucho en el mundo en el que caminaremos. Un mundo menos libre. Hemos perdido, en un abrir y cerrar de ojos, una utopía palpable.

Los Editores es—por que me niego a conjugar en pretérito—una apuesta tan arriesgada como espléndida. Una librería que organiza los libros de su hogar a partir de las editoriales que la habitan. Aunque en el escaparate descansa una mesa de novedades a la vanguardia y muy bien pensada con los lectores asiduos, los anaqueles de Los Editores presentan un ejercicio curatorial redondo, en donde es muy sencillo percibir los discursos ideológicos y estéticos de las colecciones que urde cada editorial. Un paisaje multiculor que crea la sensación de estar en un templo por el vitral que se dibuja al fondo.

Al entrar, al lado derecho, un manifiesto reza los puntos principales de la ruta de navegación de esta magnífico Pequod librero. El texto nos da la bienvenida a un navío en el que es evidente que se diluye el tiempo apenas se entra. Sin embargo el hechizo del recinto se cumple en el momento en el que uno conoce quien dirige la deriva de este barco: Pilar, Philippine y Manuela son maravillosas lectoras que en una conversación amable, siempre encuentran qué recomendar a quienes las visitamos, como quien busca un remedio en la botica.

Apenas terminé de leer el Quijote fui a Los Editores para preguntar a Pilar qué se podía hacer después de haber estado meses cabalgando con Quijano y Sancho. “Te recomendaría que leyeras algo contemporáneo”, me dijo Pilar con una sonrisa en su rostro, mientras un disco de Chabela Vargas flotaba entre las paredes de la librería, “¿conoces la editorial Niños Gratis?”

Talleres de escritura creativa, presentaciones de libro, pequeños conciertos, ciclos de cine y lecturas de poesía, fueron solo algunos de los territorios que construyeron las dos sabias que dan fondo y forma a esta maravillosa isla. Culaquier persona que quiera dedicarse a hacer libros—si pretende editarlos, con mucho mayor razón—tiene una responsabilidad con espacios como este. En una lógica similar a la que imaginara Borges con la biblioteca de Alejandría, todo editor es un deudor de Los Editores.

Habiendo regresado de la tercer cabalgata, el Quijote, decide entrar en una supuesta “razón”. En un lance de última locura invita a Sancho a vivir una nueva vida como pastores, en la que ya imagina un nuevo mote para él y su fiel escudero. Los ojos de Sancho Panza vuelven a iluminarse al escuchar, una vez más, otra promesa literaria. Pero al poco tiempo, la estocada del caballero de la media luna aquilata su peso, hiriendo de cordura a Quijano y metiéndolo en la cama. 

El abrupto momento en el que finaliza la novela me hizo querer ir en ese instante a la tumba de Cervantes para reclamar que me hubiera arrebatado, así sin más, a un mejor amigo. Y así me siento hoy. Vuelvo a la página en blanco para intentar, como Sancho, convencer a Pilar y a Manuela de que es posible una salida más de la venta. Que nos subamos al caballo y cabalguemos por el paisaje de la Mancha por última ocasión…

Cierro los ojos y miro el día que fui con Camilo a platicar—echar chisme y tirar rulo—en la librería. Sin darnos cuenta estábamos, al mismo tiempo, en Bogotá, Madrid y la Ciudad de México. Gabo, Verónica Gerber, Mutis, Fernanda Melchor, Antonio Muñoz Molina y otras amistades nos miraban desde el librero. También busco las fotos que nos tomamos Valeria y yo cuando no dábamos crédito de estar juntos allí. Con un mar Atlántico en los ojos pego al paladar el recuerdo en el que estoy junto con mi padre en la puerta y lo escucho diciéndome “Bienvenido al paraíso”. Sueño que estoy dentro y veo que mi hermano me espera con Orwell en la mesita de la calle Gurtubay, haciéndome señales de que me tome todo el tiempo del mundo para poder, algún día, traer un libro de Minerva acá.

Hoy es un día triste y me da miedo salir a caminar un mundo donde ya no está Los Editores. “Vale”. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *