Guillermo Salvador Saldarriaga

Eva

Ella sonrió. Luego me cubrió con sus brazos. En algún momento estuve a punto de caer al retazo de hierbas que estaba justo frente a la catedral. Por fortuna, tuve el equilibrio necesario para quedar en pie.

Fernanda y yo

Luego se hizo un silencio. Un silencio sepulcral, casi perpetuo que me permitía darme cuenta que seguía teniendo el rostro infantil, los ojos vivos, la piel clara y la nariz aguileña de los años de juventud.