Foto: Demian García.

Autofagia, o el cuerpo entre la ausencia y el ruido del silencio

Piensa en conversaciones viejas, pero ha ido cambiando las palabras y es imposible recordarlas tal y como sucedieron.

La belleza esconde la semilla de su propia destrucción.

Las flores se mueren. Los niños se convierte en hombres malos.

(…)

Las voces se diluyen y los recuerdos específicos se convierten en generalidades.

Lo que nos atrae puede ser lo mismo que nos destruya.

Perra que come huevos ni aunque le escalden el hocico.

Autofagia; Alaíde Ventura Medina

Fue en Entre los rotos (Random House, 2019) donde se nos disparó una consigna inolvidable: que entre rotos –precisamente– nos reconocemos con facilidad, que somos una especie de “aldea que se fundó junto al volcán, la ciudad que se alzó sorbe terreno inestable”, que tal como está escrito en cualquier libro sacro, cualquier día, a la menor provocación, dadas nuestras condiciones, “se vendrá abajo nuestro pueblo”, es decir, que “de un momento a otro desaparecerá de la faz de la Tierra”. Es probable que ahí entendiéramos que nos hablaría a quienes habitamos un espacio liminal, ajeno al recorrido que se sustenta como natural. O será que ahí terminamos de entenderlo. Ya escribía, también, como anticipándose al delirio, que “el peor de los escenarios es pararse frente a un espejo”. Recuerdo esto sólo para no olvidar.

Dadas las impresiones y las circunstancias naturales de todas estas reverberaciones, pienso –entre algo parecido a la claridad, el delirio y un acto de magia— que los libros de Alaíde Ventura Medina (Xalapa, Veracruz, 1985) son de esos que se leen con todo el cuerpo. Que el arrojo a su mundo es tal que, al rato de entrar en sus imágenes y sus personajes, estamos completamente sumergidos, brazos y piernas, todo el resto de carne y huesos. Por ello, pienso –también– que es probable que la breve hipnosis y las revelaciones a posteriori no nos abandonen pronto cuando cerramos el libro para ponerlo sobre el librero. La autora pone el punto final en la última sentencia, pero las evocaciones y los fantasmas exigen permanencia. 

En Autofagia (Random House, 2023), la nueva novela de la autora xalapeña, de nueva cuenta a través de un ejercicio ficcional –que ahora prescinde de la primera persona del singular de la novela anterior para sostenerse en la tercera– se reconfirman los intereses antes mostrados en los mundos propios del dolor, la persecución inexorable del pasado ante el presente… con todo y todo, sus consignas y (sin)sentidos. Invasión entera de cuerpo y mente. Comerse a sí mismo para sobrevivir.

La libertad y el abandono se confunden

La lectura como un viaje sin aparente retorno. Cuando lo único que se escucha es el silencio dentro de todo el estruendo que supone vivir una vida llena de voces parece ser que no hay vuelta hacia atrás dentro de la ruina propia. Descender a tal grado, disolverse en pensamientos, rumiando entre fantasmas y rincones agrietados, cáscaras de materia orgánica, gritos sumidos en desesperación, una muestra de la vida que se esfuma entre las manos. Como una competencia donde se sobrevive para decir que se ha sobrevivido sólo porque eso es mejor que desaparecer. O eso es lo que se cree. Porque no hay certeza alguna de un pensamiento propio ante el ambiguo andar de una cita con la nada. Desaparecer es la única de las posibilidades de la materialización de un cuerpo que respira hondo y no se llena, sino que se consume con más facilidad, que se sumerge indescifrable entre un espiral que de a poco se llena y asfixia. Renunciar a morir. Agarrarse. Observar nuestra desaparición hasta confesarse indispuesta a volverse polvo. Resarcir el propio daño. Esconderse del mundo que nos quiere tragar. Vivas o muertas. Resiliencia dentro de una atmósfera que ahoga. Todo siempre los hombres. Y para qué.

El tiempo en esa habitación de ansiedades y trastornos físicos y mentales imposibilita distinguir entre realidad y delirio. Todo parece un reflejo borroso. Puntos suspendidos en el aire. Un padecimiento. Los recuerdos no se compadecen de la vulnerabilidad. Las voces flotan indistinguibles entre mente, cuerpo y espacio que se habita. Las presencias alivian o estorban. Los puntos medios no existen. La vida empieza a sacar sus propias conclusiones. Las presencias se entrelazan y se atropellan. La muerte sólo es.

Una vez leí que el silencio es una despedida…

Quizás Autofagia, ejercicio catártico innegable, no sirva para recomponer una estructura que ha fallado o que ha orillado a tomar decisiones ininteligibles que atentan contra la propia composición corporal. Sí, por otro camino que aparece a un lado, materializa complejamente al fantasma en la habitación, intenta dibujar con trazos cuidados, pero abrumadores y toscos, lo que se sabe de antemano pero no puede explicarse porque no hay palabras que alcancen. 

Así, con una naturalidad envidiable, la autora d-escribe un complejo padecer de ansiedades y trastornos alimenticios, mentales y sociales, consigue crear un escenario de incendios, paredes que sirven de diarios, colchones sin base, cuerpos vacíos, comida en exceso, días enteros sin comer, botellas vacías, costumbres que arruinan, recuerdos que se borran con facilidad y que aparecen luego rejuvenecidos y falsos, miradas que parecen juzgar mientras cuidan, cuerpos que apenas pueden sostenerse. Espacios y habitaciones donde el ruido del silencio es el único testigo vivo. Donde la protección, tan particularmente sostenida sobre una estructura reprimida, es tan endeble, trémula. Pero resiste los embates sin importar el dolor, los espantos, la pesadez y la lumbre. Lo inanimado cobra vida. Se han sumado los fantasmas al festín del derrumbe. Cuestión de apagar la luz para apagar el recuerdo.

Autofagia, Alaíde Ventura Medina, Random House, 2023, Ciudad de México, Novela, 208 pp.

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