Cállate, gatito

Arrancar el nombre, estrujar la mandarina, acariciar el cuerpo, agarrar al pájaro, asumir.

Por: Paula Moreno.

No podré preguntarte por qué no hemos encontrado el antídoto para esta insípida mezcla que se ha convertido en inyección; no existe vacuna y sin embargo yo tengo una pequeña inflamación en el brazo a causa del

líquido.

Después de las exploraciones cutáneas
no hemos llegado a tocar músculo
ahí es donde más duele la aguja
no hemos llegado a rajar hueso
pero sí quizás has abierto un poco de carne
quizás un tendón desgarrado
bajo la cuchilla de afeitar
quizás un páramo genital;
las apariencias no engañan,
no me llames más
para decirme que
en el fondo está todo bien.

Mi identidad es ahora un exódo-una lavadora en modo centrifugado-un susurro. Desde que me fui del país he perdido mi nacionalidad y toda mi ropa de verano y eso me ha llevado a recordar quién era yo antes de ser gatito.

Mi identidad es ——
un mal recuerdo que se quedó atrapado en un portal
una apuesta por el todo o nada de un jugador de póker borracho
una moneda atrapada en la máquina tragaperras;
es lógico, después de las apuestas llegan las decepciones,
tú perdiste todo tu dinero y me culpaste de tus desgracias.
No pasa nada porque

el gatito y su dueño salen muy guapos en las fotos.

Ahora no podré preguntarte por qué se quedó la fe debajo de la rueda de un coche
o por qué el cariño se fue escurriendo por el desagüe como agua sucia después de fregar los platos;
el afecto se me quedó incrustado entre costilla y costilla y tuvieron que extirparlo como
una canica intrusa
que nunca salió en las radiografías pero que podía sentirse redonda y suave en el costado. “Cállate, gatito, a nadie le importa” me dijiste una vez cuando la mandíbula me empezó a sangrar como una cascada de incontinencia [esta es la última vez que nos metemos MDMA]
que siga la fiesta, gatito
aquí se bebe hasta que uno de los dos se atreva a hablar.

Llegué a la disyuntiva entre
estrujar la mandarina y empaparme las manos del zumo o dejarla en la cesta
abrir la mandarina conlleva sus consecuencias pero el olor es dulce
y te dije //ahora mismo soy como una vela de cumpleaños partida por tres lugares; la cera se destintegra pero queda la cuerda//
La cuerda no resiste al fuego, gatito.
La fe tampoco.

Me dijiste que había dejado de sonreír
y yo pensé que todos mis dientes
se iban cayendo poco a poco
y pudriéndose en rincones de la casa;
al final sólo quedaron dientes
y alguna otra cosa:
en la puerta,
bolsas de basura acumulándose
y en el arenero,
toda la mierda de gato
que jamás recogiste
y que se iban comiendo las hormigas.

“Cállate, gatito, que cada día te estás pareciendo más a la pieza de fruta oxidada que se ha quedado en un plato triste en mitad de la mesa”.

La historia de una catástrofe es muy pequeña tan pequeña que no puede verse a no ser que se utilice un microscopio y eso es lo que estoy haciendo yo: una microscópica crónica de un momento dado, una diminuta disección de los eventos sin importancia que me han llevado hasta esta decisión de escribirte a ti, gato doméstico-espejo sucio-recuerdo imperecedero. Quise preguntarte algunas cosas pero me dijiste “cállate, gatito” y entonces llegó el silencio y no me atreví a hablar así que escribí lo escribí todo///

He hecho todo lo que me dijeron que no hiciera. He estropeado mi salud y he vivido por encima de mis posibilidades; al menos ahora me queda cordura suficiente para abrazar la ausencia.

Ahora que no soy gatito me pregunto sólo a mí misma

¿dónde empezó la destrucción?

Yo he vivido metida en letargos y siempre me han dicho que estaba ensimismada
pero
no es cierto porque
he sido gatito
he sido propensa a la propiedad
he sido manzana mordida

¿dónde quedó la cura?
¿dónde me quedé yo?

Arrancar el nombre, estrujar la mandarina, acariciar el cuerpo, agarrar al pájaro, asumir. Lo primero de todo: matar al gatito.

Fuimos víctimas de morfina
y a la vez
animales salvajes
una estructura cromosómica atrofiada
un murmullo de ignorancia
la diferencia no es que yo fuera ciervo y tú fueras flecha
la diferencia no es que yo fuera cuerpo y tú fueras cuerpo
la diferencia no es que yo fuera cuerda y tú fueras cristal
la enfermedad—al final—es siempre la misma.

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