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Conversando sobre Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades

En un ejercicio de abstracción como el filme mismo, que nace como una lluvia de ideas que fluyen, chocan y se complementan, Anahí Vargas Carbajal y Armando Navarro conversan sobre Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), del director Alejandro González Iñárritu, película que después de estrenarse en salas, llega a la plataforma Netflix.

Armando Navarro: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022) es una película sensitiva, mucho más lírica que narrativa. El mismo Iñárritu lo dijo: no hay que preocuparse por entenderla, hay que sentirla. Hay una introspección muy fuerte, que revienta y exige ser contada de esa forma.

Está, además, la continuidad en los temas que obsesionan a Iñárritu: la migración, aleatoriedad, familia y violencia. En Carne y arena (2017), su trabajo anterior, la experiencia era totalmente catártica, estremecedora, pero sobre todo, inmersiva. En Bardo parece que se intenta introducir al espectador al interior del plano desde el primer minuto, cuando la pantalla brota de negros al desierto infinito.

Anahí Vargas Carbajal: Me gustaría acotar que lo dicho por mí viene desde alguien que no es fan de Alejandro González Iñárritu en lo absoluto, pero eso no me limita a reconocer la congruencia y la honestidad que casi pude palpar al ver Bardo, comenzando desde su título secundario: falsa crónica de unas cuantas verdades. Esta película es justamente una autoinmersión de Alejandro González Iñárritu a las verdades inquilinas en su memoria y a su psique para la contemplación pública y su narración poética, siendo él mismo el bardo que nos la narra.

Esta falsa crónica es lo que podría considerar el roast yourself perfecto y, a la vez, el colmo de la autoindulgencia. Iñárritu hace un movimiento inteligentísimo al burlarse de sí mismo y autocuestionarse desde el principio, a través de un sentido del humor bastante sesudo. Se pone al centro de la jugada, como le gusta, para justificarse como alguien que se considera un genio incomprendido, sin robarle la oportunidad a los demás de que se lo critiquen, pero todo en un círculo de crítica bastante divertido, sin dejar de lado lo emocional. Bardo es cínica, no busca la empatía facilona, sino exorcizarse a sí mismo mientras lo contemplamos, por lo que resulta hasta incómoda para estos momentos en los que todo parece tener que estar hecho a modo para no perturbar las supuestas aguas mansas.

AN: Guillermo del Toro hace unos días dijo sobre Bardo: “La película es sin duda una de las cosas más poderosas que he visto en términos de cine, cine puro. Para cualquiera que esté confundido sobre la trama y de qué se trata, mis condolencias. El hecho es que la película se llama Bardo, que significa limbo, y comienza con un tipo que intenta volar, pero el camino lo agobia y termina con él finalmente volando, ¿y no lo entienden? Estoy impresionado”. Del Toro la defiende desde la trinchera del cine puro, reprochando que se ha hablado de todo, menos del cine mismo que el filme es. Además, creo que si la película ha sido menospreciada en el extranjero es justo por la enorme cantidad de símbolos que despliega en cada fotograma. Muchos sólo funcionan en el público mexicano.

AVC: Exacto, y dentro del mismo México puede llegar a ocurrir un fenómeno similar, ya que desde la experiencia propia casi podría afirmar que no la ve ni la siente igual una persona de la Ciudad de México que una persona de Morelia, como es nuestro caso. Precisamente ahí la incomprensión que ha tenido en otros lugares, precisamente ahí la incomprensión de la que Iñárritu hace alarde como autoconcepto, pero bien fundamentado.

AN: El humor y la introspección como eje narrativo se debe al trabajo en el guion de Iñárritu y Nicolás Giacobone, con quien ya había trabajado en Biutiful (2010) y Birdman (2014).

AVC: Qué bueno que mencionas Birdman, porque no pude evitar pensarla en paralelo con Bardo. Me parecen dos piezas fundamentales de un todo que tiene nombre, apellido, y mote, quien pone al frente de una historia a dos hombres pertenecientes al mundo del arte consumidos por la autoexigencia, vapuleados por la crítica, pero aplaudidos por un segmento que no necesariamente es el que ellos (él) quisieran. Uno migró del mundo comercial de los superhéroes al mundo elevado de Broadway, mientras que el otro migró de un país a otro; ninguno de los dos es aceptado en sus nuevos ‘‘hogares’’.

AN: Es de una emoción apabullante ver así de lúgubre y desconcertante las calles y el zócalo del Centro Histórico de la Ciudad de México. La fotografía de Darius Khonji es de una belleza plástica que solo un extranjero podría resaltar así, con esa mirada tan peculiar. A diferencia de Amores Perros (2000) y la fotografía de Rodrigo Prieto, de una ciudad violenta y muy real, en Bardo es atemorizante la pesadez onírica de una atmosfera que parece engullir al protagonista y su propia psique.

Daniel Giménez Cacho como un alter ego desorbitado, que saluda y camina igual que nosotros, sin entender muy bien lo que pasa en su entorno, pero fascinado de seguir andando entre la truculencia de sus pensamientos y recuerdos.

AVC: Yo creo que eso tiene que ver también con la evolución, y glamorización, del propio Alejandro. Me ha parecido interesantísimo comparar esos dos retratos que hace la misma persona de la misma ciudad: una cruda y callejera y la otra casi de ensueño, pero ambas con la violencia de fondo. La fotografía de Darius Khonji es verdaderamente sublime y esos primeros planos que llegan casi a deformar los rostros y distorsionar sus atmosferas, básicamente están jugando con la percepción de los personajes y espectadores, dándole aún más sentido a lo de “falsa crónica”, ya que lo que estamos viendo puede que esté pasando o no, que sea real o no, reforzando esa esencia onírica y sensitiva que bien has mencionado. De igual forma, esa cercanía casi distorsionada con los rostros la asocio con el plasmar visualmente los pensamientos precisamente difusos de los personajes, principalmente de Silverio, con quien Iñárritu no se vio nada disperso al contar con el que, probablemente, es considerado el mejor actor mexicano para interpretarlo. No podía esperarse menos.

AN: Existe en Bardo, como ya había señalado al principio, una obsesión por la vastedad del desierto, la familia y la pérdida constante, los temas que ya había tocado en todos sus filmes anteriores. Pero lo que más resalta, también, es la armonía visual y sonora. Se nota el amor de Iñárritu por la música, principalmente en la eterna secuencia rodada en el California Dancing Club, donde Silverio Gama tiene un profundo momento de introspección musical que sólo puede entender alguien que ama la música empedernidamente. El protagonista se disuelve del mundo, envuelto en la música de David Bowie.

AVC: Según entiendo, él fue diagnosticado con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad) desde su época de estudiante. Lo digo porque Bardo es una película dispersa -no lo digo para mal- que enaltece ese lado del director, ya que Iñárritu vació sus pensamientos casi indiscriminadamente sin buscar un orden perfecto o exacto (ahí la falsa crónica, nuevamente) y es por ello que, al menos a mí, me parece un trabajo sumamente honesto.

Al contrario de la Roma de su compadre Alfonso Cuarón, por ejemplo, en la que se honra a sí mismo a través de aquellas que lo forjaron, y a pesar de que también hay algo de eso en Bardo, aquí Iñárritu se honra a sí mismo de una forma muy autónoma, y esa escena en el California con Bowie musicalizando su liberación, me parece la cumbre del autohomenaje, justamente por ese peso que tiene la música.

AN: La secuencia filmada en el Castillo de Chapultepec es hilarante. Mientras los personajes hablan de temas que sobrepasan lo absurdo, los pseudo niños héroes y sus enemigos pelean con ridículos uniformes y pelucas chuecas en una batalla en la que todo sale mal. Pero Bardo no desvía la mirada a temas actuales como el clasismo, la migración forzada, las desapariciones, los feminicidios, el racismo, la hipocresía del gremio y la estupidez e incapacidad de los gobiernos. Por otro lado, resulta muy emotivo cuando aborda tópicos más personales como la pérdida de un hijo, la ausencia paterna o el adiós inevitable a la madre.

AVC: Esa forma en la que Iñárritu honra a sus padres es algo que me gustó mucho y, para mí, resultó el corazón de la película: su padre es el baño de ese salón de baile al que por fin puede verborrearle lo que se siente, como un discurso añejado por años no en su psique, sino en su corazón, mientras su madre es un confortable hogar que ya muestra el inevitable paso del tiempo, algo que se siente como el preludio de una despedida. A los dos los sentí más representados por lugares que por personas y me hizo pensar en cómo asociamos a nuestros seres queridos más con sensaciones relacionados con olores, sabores, colores, sonidos, lugares, temperaturas.

AN: El cruce de Isabel La Católica y Madero, con todo el simbolismo que carga ese espacio, plagado de cuerpos tirados en el piso y en medio el protagonista aterrado y confuso, pequeño ante la vastedad del entorno. Una siniestra alegoría del terror actual que no da tregua al país. Considero también que lejos de ser una película biográfica, Bardo se esfuerza por plasmar emociones, por transmitir en imágenes ideas y sueños que Alejandro González Iñárritu ha dicho le exigían ser cristalizados en un filme que se toma su tiempo para hacerlo. En la apoteosis, la plasticidad del plano sí está muy cercana a la poesía visual de Tarkovski y a la introspección profunda del mejor Fellini.

AVC: Algo relacionado a esto y a la honra a terceros que menciono anteriormente, entre ellos a estos autores que lo han formado como cineasta, entiendo el significado principal que hay detrás de la pirámide que lo lleva a Hernán Cortés, pero lo que mi mente interpretó en ese momento fue el cómo nos muestra, de una u otra manera, a todos los que han tenido que pasar para que tú estés en donde estés, porque al final de ello resulta ser una escena que están filmando. Vamos, los escaló a todos ellos para llegar a la cúspide convertido en este director reconocido y poder confrontar a su pasado e incluso a esa misma escalera humana de frente y a la cara.

Mucho se ha etiquetado con ‘‘pretencioso’’ y ‘‘narcisista’’, a lo que yo contesto: ¡Por supuesto!, pero quizás esa es la honestidad de Alejandro y no veo por qué eso sería una sorpresa para nadie. Siempre ha sido un tema sobre la mesa y creo que es precisamente ahí en donde recae su honestidad en esta ocasión particular. Creo que Iñárritu es consciente de absolutamente todo en la película y, ciertamente, tenía razón, como bien comentaste al inicio, al sugerir ‘‘sentirla y no entenderla’’. Además, ¿qué es un artista sin el ego y el histrionismo?, porque si algo es indudable, es que Iñárritu sí es un artista, por donde se le vea. Y bueno, cada quien sabe cómo acomoda sus recuerdos y sus verdades. Cada quien sabe cómo se cuenta a sí mismo y su forma de hacerlo con Bardo me parece la más congruente del mundo.

AN: La película transmite nostalgia, la incertidumbre de la vida y el pasado que siempre trastoca nuestro presente. Después de verla, hay que tomarse un tiempo para reflexionarla. No es una experiencia fácil, tampoco es una película perfecta, pero creo que su belleza plástica se complementa con las contradicciones existenciales de la naturaleza humana. Se agradece el viaje.

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