La lista de películas que sobrevienen estas líneas no pretenden ser un especial a lo mejor del cine mexicano, sino más bien recomendaciones que pueden servir para imponerse con cierta dignidad a la retahíla de lugares comunes que atormentan la industria nacional. O no. Todo depende.
Alucarda, la hija de las tinieblas (1978, Juan López Moctezuma)
Luego de una brillante presentación como productor cinematográfico en Fando y Lis (1968) y El Topo (1970) del cineasta chileno Alejandro Jodorowsky, el mexicano Juan López Moctezuma —bautizado como un poeta maldito por Guillermo del Toro— se convirtió en referente de la extrañeza y el abordaje del horror con Alucarda, la hija de las tinieblas (1978), su película basada libre pero evidentemente en Carmilla, de Sheridan de Le Fanu —con algunos dejos de la Justine del Marqués de Sade. Dentro de un convento católico que funge como orfanato, se aloja a Alucarda (una brillante Tina Romero), una joven de quince años que ha vivido completa su corta vida en el convento, en donde se encuentra con Justine (Susana Kamini) luego de que llega por la muerte de sus padres. Ese encuentro, como superpuesto, desata una relación estrecha entre ambas adolescentes, ensalzada por una conexión desarrollada entre deseo y descubrimiento que permite explotar (y explorar) el asesinato, la posesión infernal, el exorcismo, el lesbianismo como un viaje estridente e insano, como reflejo de una libertad ilimitada auspiciada por cierto extremismo. Al tornarse una película compuesta por elementos que escapaban a la naturaleza del cine mexicano de la época, la película de Moctezuma estuvo relegada por algunos años, sólo para convertirse luego en referente magnánimo del horror gótico y una cinta de culto, comparada, por la cercanía de la época, con The Exorcist (1973), de William Friedkin, y The Devil (1971), de Ken Russell. Desde los inicios se avizoraba la incomprensión y el relegamiento para con el cineasta, pues se hablaba de él como un ser ininteligible y adelantado a su época. Quizás a eso se atribuya su completa destrucción al final de sus días, pero que nunca dejó de ser progresiva; y debido al alzheimer, su excentricidad y su ingenio ilimitado. De inspirar a Polanski para Le locataire (1976), a ente que heredó el derecho de sus películas a sus más grandes fanáticos, Manolo y Eduardo, sus alucardos, luego de haberse quedado sin nada en el manicomio propio de su memoria. Transgresor como era conocido, ahora se guarda, muy seguramente, en una eternidad lúgubre y su genio en una orfandad propia que suponemos en algún infierno, probablemente en compañía de sus obsesiones.
El castillo de la pureza (1972, Arturo Ripstein)
Un hilo dramático tejido a mano por José Emilio Pacheco y Arturo Ripstein se convierte en una pieza tan fina como atroz basada en un hecho real que conmovió a México en 1959. Ambos investigaron profundamente el caso de una familia que estuvo secuestrada durante años en su propia casa, víctimas de violencia física y psicológica, bajo el control y dominio del padre de familia, Rafael Pérez Hernández. El castillo de la pureza es una película donde los protagonistas no son Claudio Brook, Rita Macedo, Diana Bracho, Arturo Beristáin ni Gladys Bermejo, sino la tiranía, la represión, el incesto, la culpa, la humillación y las amenazas constantes. Goethe, Ellis, y algunas profecías de Nostradamus son parte de la educación que reciben los hijos que habitan una casona vieja y descuidada. La disciplina, el castigo y el aislamiento construyen la paradoja del encierro. Jaulas de pájaros llenas de ratas, espátulas, morteros, frascos, un taller de raticidas, un patio fúnebre, salitre, humedad, latas oxidadas, barrotes, candados, mechones de pelo atesorados en una caja metálica, velas, alambrado de gallinero, una escalera de madera que no llega a ninguna parte, un auto viejo, un portón de madera impenetrable, un juego de llaves y un sótano con tres celdas de castigo, tan sólo son la cubierta del castillo de la pureza. Una lluvia constante, el único contacto con la vida y el exterior, se convierte en el clima emocional de toda la película. La rutina y el castigo son parte de la cotidianidad de un doble encierro. La iluminación y la fotografía danzan como gotas de lluvia rítmicas en imágenes que pueden ser tan poéticas como detestables, que sin cuestionarse dan espacio a lo aberrante, a la normalidad. Hasta que un día la normalidad acaba, el castillo se derrumba y el padre, por fin, es víctima de todo lo que construyó.
El callejón de los milagros (1994, Jorge Fons)
Contaba Guillermo Arriaga en una entrevista que la comparación de Amores perros con Pulp Fiction le parecía «una torpeza crítica», puesto que el guión que escribió para la película de Alejandro González Iñárritu se reconocía en otro tipo de propuestas narrativas, como El sonido y la furia, de William Faulkner, o El callejón de los milagros, de Jorge Fons. En esta última cinta mexicana de 1994, basada en la novela homónima del premio Nobel egipcio Naguib Mahfuz, el detonador de las historias aparentemente fragmentadas es una partida de dominó en una vieja cantina del centro histórico, regenteada por el inolvidable don Rutilio, cuyo aguijoneo homosexual provoca una hecatombe en su núcleo familiar. Aquella perturbadora escena que protagoniza en las regaderas con un jovencísimo Esteban Soberanes no ambiciona las cuotas poéticas del beso entre Roberto Cobo y Gonzalo Vega en El lugar sin límites, sino que se propone deliberadamente exponer al despreciable personaje que subyuga como lo que es: un criminal. Por otro lado, el reparto es más que digno: irreprochable. Es cierto que el debut de Salma Hayek está llenos de fallos interpretativos, pero a Salma no se le puede recriminar nada. Y hablando de personajes a quienes no se les puede recriminar nada, me cuesta entender las motivaciones que orillaron al maestro Jorge Ayala Blanco a condenar la sobrestimación en torno a la figura del Vicente Leñero guionista.
Cindy La Regia (2020, Catalina Aguilar Mastretta)
En su vituperado texto ‘Cindy baila sola’, Fernanda Solórzano alababa la capacidad de Cindy La Regia para escapar del «modelo cultural caduco» que parece primar en el género cómico-romántico: una pareja sortea cualquier cantidad de obstáculos en pos del consabido final feliz. Esto ha mutado con el paso de los años: el apuestísimo galán que conquista a la frágil dama, el torpe sujeto mundano que enamora a la mujer inalcanzable o, últimamente, las películas repletas de chistes irreverentes que fungen solamente como desvío efímero y acaban en el mismo punto culminante. Algo así como tomar la carretera libre en vez de la de cuota. Cindy La Regia, en cambio, es otra cosa. O podría serlo. En su momento la ya olvidada serie sobre el Caso Paulette, producida y lanzada por Netflix, encontró más valor en lo que perfiló que en lo que acabó siendo: la posibilidad, aunque fuese solamente un boceto, de crear una buena serie policiaca sin que el producto abandonase el espectro mainstream. Cindy La Regia es algo parecido: un intento por sacar a colación temas que llevan años estando ahí (sin ir más lejos: la relación homosexual de Regina Blandón que para Cindy –y para tantísima gente- es tema tabú) y ubicarlos bajo el reflector. Cindy La Regia puede ser una ruptura ante el argumento del quiero darle al público lo que sé que va a funcionar, porque el entretenimiento no busca aleccionar. Seguimos viendo como tema aleccionador cosas que deberían ser parte de una nueva narración tradicional. Esta película no será un punto de inflexión en el cine mexicano, pero sí puede representar un elemento que perfile nuevas narrativas donde crear un personaje homosexual no sea condescendiente, un intento por llegar a más público o un guiño a las nuevas generaciones (vomitivo y reiterado argumento), sino que represente una mera característica más del susodicho. Por último, Cindy La Regia tiene detrás el mismo cuerpo creativo que generó Mirreyes contra Godínez, estando profundamente mejor lograda en términos cómicos.
Gángsters contra charros (1948, Juan Orol)
Ser director de cine es complicado. Ahora, ser director, productor, guionista, actor, pareja de la coprotagonista, boxeador, beisbolista, mecánico, piloto de carreras, periodista, actor de teatro, torero y agente de la policía, debe tener un grado más alto de dificultad. Juan Rogelio García García nació en Galicia, España, a finales del siglo XIX, y se convirtió en una leyenda de la siguiente centuria renombrado como Juan Orol al otro lado del Atlántico. Su película Gangsters contra Charros (1948) es, quizá, una de las más valiosas (y menos reconocidas) joyas de la cinematografía mundial. Un cenit que nos enseña que lo naíf y lo mal hecho (¿el logotipo del nuevo aeropuerto?) pueden trascender a través del tiempo. El “argumento” de la película – que nunca aclara cabalmente qué hacían los gangsters en Jalisco (¿?) o los charros en una atmósfera al más puro estilo de Cappone- es sencillo, pero de igual manera confuso, y gira en torno al amor (cómo no) que profesa el malévolo-no-tan-mal-gangster, Johnny Carmenta (el nombre vale por sí solo), por Rosa (o Rebeca), papel interpretado por su musa, Rosa Carmina, enfrentando al antiguo amante de la rumbera, Pancho Domínguez, ‘el Charro de arrabal’ (José Pulido). Todo gira alrededor de la lucha por ocupar el corazón de la diosa del baile y por supuesto en en el ambiente gansteril que tanto encantaba al español. Decir que las escenas o situaciones (lo que usted prefiera) son inverosímiles es limitarse a no apreciar lo mágico (e irrepetible) que este director era. Su obsesión a que cada escena debía filmarse en una sola toma trajo de la mano momentos de culto. Lo burdo de sus historias aún produce no solo un humor involuntario, sino la mitificación del estilo oroliano (guiones absurdos, endiosamiento del mundo de la mafia, mujeres voluptuosas, caderas rítmicas, fallos garrafales en la continuidad) y ese es, precisamente, el tesoro tan poco apreciado por los entendidos del cine que Juan Orol nos dejó en su paso por en la industria fílmica nacional. Esta película es la joya de su filmografía y, como tal, debe rendírsele tributo.
El ángel exterminador (1962, Luis Buñuel)
El ángel exterminador se propone exponer las contradicciones y defectos en torno la burguesía, a la que Luis Buñuel trataba con desprecio e ironía. Por ello es que la exploración de personajes es profunda y onírica —ocupando elementos del surrealismo. Vemos en sus actos más violentos lo que realmente son: bestias insaciables de poder y lujuria. Es un círculo que se repite constantemente, una epidemia de la cual no hay cura, porque es el juicio final. El infierno no está debajo ni arriba de nosotros, está dentro de nuestra realidad. Hemos habitado en él toda la vida. El infierno es hambre, hipocresía, convivencia con el prójimo, honestidad, prejuicio, orgullo, poder, deseo y adulterio. Valorar El ángel exterminador como una de las mejores películas realizadas por Buñuel es insertar una baraja grande, considerando la dimensión de su filmografía en sus estancias en Francia y España. El caso es que la película protagonizada por Silvia Pinal demuestra la exquisitez de un lenguaje seductor y reduccionista que sólo Buñuel sabía manejar. La epidemia no tiene cura, la burguesía sigue estando en el mundo. Sangre, fuego, impostura… cada elemento conviviendo en un lugar tan falso, como lo llega a ser una casa adinerada o una iglesia, son el resultado de un patrón de su inmundicia inmoral.
La vida inmoral de la pareja ideal (2016, Manolo Caro)
Deleuze alguna vez escribió: “Las cosas exteriores cambian, pero sus momentos sólo se suceden para una conciencia que los rememora”. Es por eso que al comienzo de La vida inmoral de la pareja ideal, la memoria se codifica con la narrativa, gracias a la magia con la que Soda Stereo irrumpe durante la primera secuencia. Desde ese momento, sabemos que estamos en el terreno de lo que fue. Al parecer, hemos comenzado por el final de una historia de amor. De ahí mi gusto por el film de Manolo Caro. A diferencia de otros relatos, aquí todo ocurre en épocas distintas. Sin embargo, es en el desierto del presente donde concluye. Ya lo decía Marx: “El mundo pensado es como tal la única realidad”. Afirmación que, sin duda, comparten Martina y Lucio, dos protagonistas que viven atrapados en el recuerdo, pensando que el amor se vive como si fuera eterno. Y justo esta pulsión vital es la que quiebra la cotidianidad. Son como dos fragmentos de un mismo continente, dos cuerpos que viven como uno solo. No hay duda, Platón tenía razón en El Banquete: un amor así desafía a los dioses. Por último, el matiz cómico que sostiene la trama no deja de ser típico, pero cumple su función. Cabe destacar la secuencia de baile que ocurre cuando recuerdan la fiesta de Florentina. Allí, tanto Martina como Lucio rompen el tiempo. Ya no hay futuro, la multiplicidad acontece en un instante. Y es esta función cuántica por la que vale la pena la película, independientemente de los clichés en los que caen varios personajes. Las actuaciones de Ximena Romo, Sebastián Aguirre, Cecilia Suárez y Manuel García-Rulfo representan un giro distinto al aburrido convencionalismo hollywoodense.
Tercera llamada (2013, Francisco Franco)
Francisco Franco es, por mucho, uno de los directores y guionistas más interesantes de México. Lo mismo ha incursionado en el teatro y en el cine que en esta nueva oleada de telenovelas o teleseries, y eso le ha permitido construir una estética muy particular. Uno de los principales atinos, pienso, reside en el casting, pues en todos sus proyectos ha logrado reunir actrices y actores que han logrado darle un gran equilibrio a sus proyectos. Tercera Llamada, creo, reúne las dos grandes pasiones de Francisco: el teatro y el cine, recurriendo a este último para contar a detalle todo lo que pasa antes de que se abra el telón. Y allí está la riqueza de la película, pues lograr mezclar dos tipos de lenguajes para contar una historia que no sólo retrata un proceso, sino que muestra los mini-procesos que cada interprete tiene que pasar para construir un personaje y apropiarse de éste. Una suerte de marcaje personal a la condición humana de una actriz o un actor. La película, además, fue reconocida y presentada en diversos festivales internacionales.