¿Qué es el amor? ¿Un minuto de paz en medio de una eternidad sinrazón? ¿Un acto de generosidad enmascarado de narcisismo? Entre viñedos y olivos todos los turistas parecíamos formularnos estas preguntas en el pueblo italiano de Gradara, ubicado en provincia de Pesaro Urbino, entre las regiones de Emilia Romaña y Las Marcas. Custodiado por un castillo en una colina a 142 metros sobre el nivel del mar, este era el supuesto escenario de la historia de amor de Paolo Malatesta y Francesca de Rimini, narrada por Dante en la Divina Comedia en el canto V del infierno.
Dice la historia que estos personajes, siendo cuñados, al enamorarse y ser descubiertos en un beso adúltero, mientras leían juntos las aventuras de Ginebra y Lancerot, fueron asesinados entre 1283 y 1286 por Gianciotto Malatesta, esposo de Francesca y hermano de Paolo. Por ello, fueron condenados al infierno, castigados a ser arrastrados sin rumbo por una violenta tormenta en el segundo círculo del infierno: el de los lujuriosos. Este poema dantesco ha inspirado numerosas obras durante el siglo XIX y principios del XX, de parte de pintores como Ingres (Paolo y Francesca, 1819), Rodin (El Beso, 1889) o Rossetti (Paolo y Francesca da Rimini, 1855), de poetas como Gabriele D’Annunzio o de compositores como Tchaikovski y Zandonai.
Nos contaban que el interior de ese castillo, conocido también como “Rocca di Gradara” albergaba catorce salas donde se desarrollaba la vida de la nobleza de la época, desde la Habitación del Cardenal o la Sala del Consejo, hasta la Sala de Torturas, ubicada en la Torre Maestra. Sin embargo, la protagonista indiscutible parecía ser la habitación de Francesca, lugar donde supuestamente se cometió el crimen pasional. Allí, comentaban, ya nadie se asoma a la ventana para enternecer su corazón mirando hacia el infinito. Desde aquel día de 1289, la habitación parece refugiarse en la penumbra; como lo hacen nuestros sentimientos cuando se ven despersonalizados. En ella, se podían entrever los frescos en los muros, la gran cama y el legendario atril sobre el que se apoyaba el libro Galeotto, en el que se narraban los amores prohibidos de Ginebra y Lancerot:
“ […] Y ella me respondió: « No hay dolor más grande que el recordar los tiempos felices en la desgracia; y bien sabe esto tu Maestro. Pero si tanto deseas saber el primer origen de nuestro amor, haré como al que al propio tiempo llora y habla. Leíamos un día por entretenimiento en la historia de Lanzarote, cómo le aprisionó el Amor. Estábamos solos y sin recelo alguno. Más de una vez sucedió en aquella lectura que nuestros ojos se buscasen con afán, y que se inmutara el color de nuestros semblantes; pero un solo punto dio en tierra con nuestro recato. Al leer cómo el gentilísimo amante apagó con ardiente beso una sonrisa incitativa, éste, que jamás se separará de mí, trémulo de pasión, me imprimió otro en la boca. Galeoto fue para nosotros el libro, como era quien lo escribió. Aquel día ya no leímos más »
Mientras el espíritu de ella decía esto, el otro se lamentaba de tal manera, que de lástima estuve a punto de fallecer; y caí desplomado, como cae un cuerpo muerto”
La Divina Comedia. El Infierno. Canto V.
Ubicados en el quinto canto del infierno, puede que los visitantes esperaran algo más “siniestro”, un lugar triste, quizás inerte, un poco oscuro. Pero lo cierto es que en el recorrido de las murallas, denominado como Caminos de Ronda, el vapor de ese tiempo presente, de alguna manera fértil, se podía casi tocar, en un paseo donde celebrar a Dante 700 años después de su nacimiento era como una bendición. Una explosión de luz y color donde el paisaje natural se combinaba a la perfección con el creado por el hombre. Se trataba de una arquitectura sobria pero elegante, de tonos tierra, que hacía aún más resaltar el verde de los prados. Unos prados que parecían querer abrazarse con el Adriático.
Pasear por el antiguo pueblo medieval, donde se ha dado vida a uno de los romances más celebrados de la literatura y el arte, permanece aún en nuestra memoria, con la emoción de quien escucha o lee una historia por primera vez y que no vuelve a ser la misma cuando se relee. La poesía de Dante nos hacía más comprensible, cercano, y sobre todo, nuestro, un tiempo extraño y lejano. Gradara, quizás por supervivencia, se ha convertido en uno de esos muchos pueblos que explotan su pasado y su historia para contentar a los visitantes, sin los cuales no podrían vivir. Porque ahora, de alguna manera, lo que no se ve no existe. Caminando por las calles empedradas de su casco antiguo, que conserva intacta su atmósfera medieval, nos movíamos como un torbellino rugiente arrastrándonos de un lado a otro, sin abrigar nunca la esperanza de un momento de reposo. Lo que desconocíamos es que el sendero de los amantes conducía inevitablemente al monte de las mentiras.