Dibujo: Ania Otaola.

Fase de crecimiento y contemplación

Si fijo mi mirada en algo concreto puedo observar como crece, se alarga y florece.

Durante mi periodo pandémico casero, creo haber llegado a la fase cero (sospecho que ese es el número de la fase que estoy atravesando, sin decimales: puro 0). Digo cero porque suena a génesis, el número por el que se empieza de nuevo. En mi caso soy yo la única gobernadora de este territorio que decreta el número de la fase, y elegí cero como si de una tierra hostil se tratase, aunque más bien lo que me gustaría transmitir es el reseteo, resetear, y volver a empezar, re- empezar. Ya sabemos que con esto de las fases hay poco atino y mucho mamoneo, no es eso exactamente lo  que quiero, más bien puse nombre a la incursión, en plena pandemia, dentro de un terreno un tanto desconocido.  

Lo que yo estoy experimentando es que esta es una fase contemplativa y de observación, he bajado cuatro velocidades mis marchas y me detengo a mirar las cosas, como si de un superpoder se tratara. Si fijo mi mirada en algo concreto puedo observar como crece, se alarga y florece. Últimamente  veo que se extienden los días como un chicles en la boca de un niñito. Ya no son días sino años, meses o sexenios. Todo es igual: un perpetuo domingo. El tiempo es relativo, va y viene, en circulos, y casualmente ahora que me detengo veo todo extenderse y alargarse de una forma que me tiene ojiplática. He podido observar como crecen las uñas de mis pies a una velocidad sobrehumana, ahora poseo garras felinas que me ayudan a rascarme la cabeza con los pies sin cambiar de postura, también las paredes de mi casa se han alargado, ahora parecen los muros de una trinchera. He visto en estos siglos de cuarentena como salía rápidamente el bigote de Manuel como si de una lechuga se tratara, y a pesar de la velocidad con la que han florecido, he podido contar sus canas plateadas, aunque tuve que apuntarlas. 

Me ha crecido la lengua con la que puedo saborear el café hasta el final de la taza, y también la barriga, donde puedo apoyar mis brazos en pose meditativa. Estos días he hablado y he comido mucho y he desplegado el hedonismo y me he bañado en vino (todas por igual). No me creció la boca, aunque siempre he sido muy bocazas, ya no se puede ser más. El caso es que no tiene más espacio facial, pero de mi larga lengua han salido hiladas palabras como si los mejores versos se hablaran, y de mi barriga algo no tan ideal, digamos que algunos aromas que no encuentras en ninguna perfumería, ni centro comercial.  

El pasto del jardín ha crecido tanto que se pueden apreciar loros y colores como la más única de las selvas. La fase cero nos trajo un jardín tropical que ha crecido hasta aparecer en el mapa como reserva natural. También en las décadas de los días han crecido algo las dudas, algunos miedos y también alguna pequeña arruga, por suerte, de sonreír. He desarrollado algo de paciencia y mucha quietud, junto los pelos de mis piernas, gracias a los cuales me he confeccionado una manta, para acurrucarme en estas hermosas virtudes, que todo me resbale por mis cabellos largos, que se multipliquen las moscas y los escarabajos, y que la prisa no me mate, que me de igual la suciedad, el dinero, la moral. Y si no sabemos que pasará mañana no pasa nada, mañana otro siglo vendrá, o restableceremos un nuevo orden mundial más benévolo, equitativo, más humano y menos material. 

He podido observar los cielos y las nubes por horas en la misma esquina. ¡Ah!, los cielos. El cielo me mantiene conectada, con este parón no quiero ni pretendo romantizar, ni maquillar esta pandemia, ni esta crisis,  ya que también he visto florecer por minutos las flores de mi patio a la vez que crecían la manipulación, la mentira, la información malversada y la falsedad. Pura hipocresía, un espectáculo del que todos formamos parte encerrados o en plena calle, y del que no nos podemos desligar. También me he visto perjudicada, lejana y algo solitaria, pero me brotó sacar algo relativamente amable de este parón y encarcelamiento oficial, quise sustraer algo al ver ( y perder) el tiempo en silencio todos los días por la mañana. Yo misma, gracias a esta fase cero, fase esencial de crecimiento y contemplación personal, también estoy creciendo, mis raíces están prosperando, sin darme cuenta las sembré en dos continentes distintos y ( y casi opuestos), miró al cielo y si aquí es de noche allá es de día, pero de eso hablaremos otro día.

Estoy creciendo como plantita en forma de enredadera, ya noto como se me salen los pies por las esquinas y como mis hojas quieren tocar el cielo,  me estoy atreviendo a mirar hacia arriba, a ese el cielo que ahora contemplo en mi fase cero, con mucho cariño y muchos suspiros. Ese tejado azul que siempre estuvo ahí sobre mi cabeza y no pude ver tan bien (crecer). 

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