Fernando Pessoa y el día del desasosiego

Más de una noche de vinho verde besé su figura y le confesé mi admiración literaria, total y absoluta.

Fernando Pessoa ha sido para mí el descubrimiento de la poesía y la literatura, un flechazo de amor literario. Podrán atravesarme el pecho miles de autoras y autores, pero a él no me lo sacaré jamás.

Nacía Pessoa el 13 de junio 1888, bajo el signo de Géminis, irónico, ya que es este es el signo de la dualidad, y ese día no sólo nacería él, ese día nacía el germen que daría a luz también a tantas otras vidas. Ese día nacían infinitas personalidades, todas ellas contenidas en una sola con persona, que llegó a la existencia sediento de consumar posibilidades. 

Respecto a mí y mi historia, y por qué quise escribir estas palabras en su honor, es por que tuvo cierta influencia en mi vida, pues tan obsesionada me hallaba con su figura, que uno de los impulsos para mudarme a la capital portuguesa, fue él. Una vez allí, me sentaba en sus bancos y miraba a las fachadas, emocionada con la idea de que ambos vimos lo mismo y vivimos la misma ciudad. Lisboa ante mí, aunque ya no estaba él, quedaba su memoria; me regocijaba en sus calles y sus locales, sus plazas y miradores imaginando como la pensaba él en sus múltiples miradas; me hacía feliz saber que él había pisado esas calles, y alguna que otra noche me lo encontraba en sus estatuas, como en la plaza de Luis de Camoēs. Más de una noche de vinho verde besé su figura y le confesé mi admiración literaria, total y absoluta; y también a la luz del día, después del café.  

Indagué sobre su personalidad. Me fascinaba su personalidad; aunque fue un hombre solitario —mucho—, excéntrico, aunque fue un hombre sencillo, con su reconocible atuendo, podría pasar desapercibido. Apenas hablaba con otras personas, no se relacionaba, bebía cantidades ingentes de alcohol, y fumaba a todas horas. Viviendo en Portugal, pude comprender también mejor ese carácter huraño y esa vida solitaria, y ese bucolismo que, no le perteneció sólo a él, le perteneció a otras o a todas las voces de su obra. 

Fernando, como me gusta dirigirme a él, como si de un amigo se tratara, puesto que es así; me gusta imaginar a mis escritorxs como personas conocidas, hablar con ellos desde la lejanía, desde otro mundo, o imaginar qué pensaría él de todo esto, no como una entidad superior si no como un amigx al que le guardo simpatía y cariño. Así me imaginaba por las tardes cuando veía el cielo desde los miradores a Fernando o cualquier de sus heterónimos e identidades, embelesados con aquella estampa. Sin embargo, Pessoa cruzó la vida sin pena ni gloria. Si la medida del paso por esta existencia fuera la fama, apenas pasó; pero en el momento de su muerte, apareció su legado literario, y al morir dio a luz a todos sus heterónimos: su archivo contenía junto con su material epistolar numerosas personalidades, alrededor de trescientas o más, y entre ellas mantenían discusiones sobre la muerte, la política, antropología, la vida, teología o esoterismo. También desarrollaban relaciones y amoríos, conflictos, crisis, depresiones, todos aquellos seres imaginarios, con su determinada y pulida postura existencial, todos ellos tenían fecha y lugar de nacimiento, adhesiones a partidos políticos, gustos culinarios, horóscopo; eran personajes ultracomplejos con sus sentimientos y sus formas, sus anhelos particulares y únicos, tan sumamente bien estructurados que resultaba enfermizo que todo ellos estuvieran encerrados en la misma persona.  Ese hallazgo dejó a todos perplejos: ¿cómo un simple empleado que apenas se relacionaba pudo dejar ese legado literario tan sumamente profundo? Pessoa vivió en disparatado contraste entre su mundo interior, tumultuoso y su vida cotidiana, oculta, sus escasas relaciones, una de ellas, Ofelia, su fugaz amor.  

Entre los heterónimos que destacaron está el famoso banquero anarquista, Ricardo Reis, o el humilde pastor, con el que Pessoa profundizó en la metafísica de la naturaleza, Alberto Caeiro, y Álvaro de Campos, el epítome del pensamiento pessoano y el que más se acercaba a su vida “real”. Todos ellos tenían una fecha y un lugar de nacimiento que los condicionaría de por vida, como decía Pessoa, “Existen dos fechas relevantes en la vida de un hombre, la fecha de su nacimiento y la de su muerte, lo que existe entre ambas es mío”. ¿No es acaso un azar el lugar en el que venimos al mundo? Y esa casualidad determina todo el curso de nuestra existencia.

Pessoa era un obsesionado de las posibilidades que se esconden en todas las vidas que no pudo vivir, y esa ansiedad de tratar de comprenderlas a todas le empujó, muchas veces, a actuar en contradicción con sus creencias o ideología. Pessoa disputó contra sí mismo, puesto que, a su pesar, había dentro de él miles de vidas contradictorias, odiosas, ficticias, sufridas, mal afortunadas, ligeras, envidiadas, además de la vida que uno asume como la suya, al aparecer muy sencilla y solitaria; y sin embargo en su imaginación vivió todas las vidas del mundo, una sola vida se le quedaba pequeña, de ahí uno de sus versos: “Tengo en mí todos los sueños del mundo”

Entre sus creaciones me llama la atención Ricardo Reis, un banquero, monárquico que se nutre de la literatura occidental y se gana el salario con sus labores en favor del Capital; y sin embargo en su más profundo ser no cree en nada de eso, sólo cree en la tarea de vivir apoyado en las corrientes anarquistas, rompe con la simetría de su personaje con ese detalle. También está mi favorito Alberto Caeiro, un pastor, un hombre de campo, ¿Podría ser este pastor de ovejas la personalidad más sensible del mundo? 

El gran motor de la obra de Pessoa fue la alteridad, la heteronomía y la dicotomía, exponiendo ante todo la suya propia. Nuestro foro interno es un debate constante, que de algún modo relata nuestra falsedad, encerrada en nosotros mismos, puesto que, de todas las posibilidades, elegimos una para cada ocasión, la que mas nos acerca a la aceptación. Así ejerció su magisterio el maestro portugués, y desde su hermética y asocial personalidad vivó todas las vidas del mundo, en su pequeña ciudad Lisboa, de la que apenas salió y sin embargó declaró “Soy del tamaño de lo que veo no de mi estatura”

Para resaltar una palabra con aporte literario y humanístico entre la diversidad de voces de la obra de Pessoa podemos nombrar el desasosiego al que le dedicó una obra entera (El libro del desasosiego) y una vida escrita. Podemos suponer que ese sentimiento le acompañó siempre, como un anhelo de sumergirse — en primera persona— en todas las personalidades existentes, sin abandonar la complicación de asumir la propia.

Su propósito fue no posicionarse en una única forma; junto a ese desasosiego de no encerrase en una única identidad había en él en una condición mental, sensible, frágil. Una de las lecturas que hago a día de hoy de Fernando y que conservaré siempre, es su capacidad para ser una gran puerta al mundo y a la empatía humana. Su obra literaria y metafísica está enfocada desde tantos prismas que desde mi punto de vista ( valga la redundancia después de decir todo esto), viene a constituir una especie de prueba  poética de que cada uno de nosotros podemos ser todos; no hay circunstancia, exclusión social o  política, problema de salud mental, xenofobia, racismo, pobreza y una largo etcétera de las infinitas facetas que conforman nuestra humanidad que no anide en cada uno de nosotros; cargamos dentro de nosotros a las multitudes que se nos presentan fuera, y no debemos olvidar que cualquiera de esas personalidades o personajes que nos parecen tan extraños, podríamos ser nosotros; aunque sea durante el tiempo que dura un verso, como proclamó mi amigo Fernando y yo hoy repito aquí: “Vivir es ser otro”.

1 thought on “Fernando Pessoa y el día del desasosiego

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *