Hola, me llamo Juan Pablo y mis hijas son suiftis

Y en ese instante recordé por qué me gusta tanto la música que llevo conmigo y por qué he dicho tantas veces que no hay necesidad de producir más: nadie va a repetir estas sensaciones.

Esta no es una canción de amor; Abril Posas.

Ante la pregunta directa que realicé viendo el retrovisor a las dos adolescentes que me acompañaban en el trayecto, la respuesta fue igual, directa y contundente: Sí, somos suiftis.

Habría que definir, antes que nada, un término que no existía hasta hace unos años ¿Podríamos considerarlo neologismo? Sí, podemos. La palabra Swiftie (habrá quien desconozca)se asigna a todos/todas/todes seguidores o fans recalcitrantes de la cantante norteamericana Taylor Swift (West Reading, Pensilvania, EUA, 1989). Bueno, pues eso, mis hijas, #LaFrijol y #Pelotxas, clasifican (y sobre todo, se consideran) como tales.

La cantante/compositora/productora visitó la CDMX a finales del mes de agosto pasado para presentarse en el Foro Sol durante cuatro noches seguidas, congregando alrededor de 180 mil asistentes. Se estima que la derrama económica en ese fin de semana en la capital mexicana fue mayor a los mil millones de pesos. Sí, también se corrió la maratón (30 mil participantes), pero el fenómeno musical y sociológico fue el centro de atención (y posiblemente la charla) de los capitalinos y personas que viajaron a la capital por ese motivo. The Harvard Gazzette (cualquier cosa) publicó en agosto de este mismo año un artículo al respecto, escuchando opiniones en composición en el plano emotivo y el impacto económico que representa. 

El ascenso de la cantante a nivel masivo empieza tras su migración del género country al pop. En 2008 se convirtió en la ganadora más joven del premio Grammy al álbum del año. Tras editar su quinto álbum, 1989, es la primera artista en tener tres producciones que venden más de un millón de copias en una semana. Primera mujer que tras llegar a ser un número uno con un sencillo destrona la posición con otro corte del mismo álbum. Cualquier cosa. Esto a pesar de lo devaluado que puedan estar los premios. Vamos, los premios son subjetivos. Como ejemplo basta ver que en el fútbol el Balón de Oro se lo llevó… Messi. 

Aquí es donde hago una pausa y paso a confesar que me gustó (y mucho) la primera canción escrita por Taylor Swift que escuché: All you had to do was stay. Ahora, no era ella quien cantaba. En 2014, Ryan Adams (Jacksonville, Florida, EUA, 1984) reinterpretó (en toda la acepción de la palabra) el quinto álbum de la cantante, 1989. Y lo hizo muy bien. Al indagar un poco más sobre la melodía fue que descubrí el origen de la misma (y todo ese álbum que escuchaba plácidamente era de un Swiftie: el mismo Adams). Esto fue, quizá, para mí, un golpe de integridad al ego, convicciones y prejuicios musicales.

Jordi Busquet (profesor titular de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals en la Fundación Blanquerna-Universitat Ramon Llull) afirma que cualquier fenómeno fan, especialmente uno musical encabezado por una chica como Taylor Swift, “puede estar bajo sospecha” de este estereotipo. “En el mundo del fútbol también lo hay, pero como históricamente es masculino y de personas adultas, pues no hay este estigma social”. Ralph Jaccodine, profesor asistente de gestión y negocios musicales del Berklee College of Music, afirma: “Ha dejado una huella en sus fans de tal manera que quieren todo sobre ella. Se aferran a cada palabra de sus publicaciones en las redes sociales y miran todas las imágenes. Lo comparten; hablan de ello; Tienen grupos. Eso es realmente difícil de lograr”. Este vínculo generado en su base de fans (millenials y Generación Z en su mayoría) ha surgido a través de la identificación (emocional) con la cantante. Muchos de ellos/ellas han crecido junto con Swift, han vivido la transición a la edad adulta con ella y los medios e información que generan han sido facilitadores de esa visualización. Las historias que yo podía mascar de mis referencias eran prácticamente leyendas urbanas o anécdotas de boca en boca que crecían con el tiempo. El escrutinio de una vida en tiempo real, supongo, se ha convertido en el precio que pague cualquier persona que se destaque en algún ámbito de la vida pública.

Limitar el éxito de la estadounidense al fenómeno e impulso de las redes sociales, sería, creo yo, sesgado e ingenuo. ¿Influyen? Claro, el mundo hoy día no se entendería sin la hiperconectividad e inmediatez a la que nos vemos expuestos; ahora, la capacidad de crear historias que deben ser contadas (cantadas) en espacios de tiempo muy cortos y que genere algún tipo de sentimiento a su audiencia, no es tarea (tan) sencilla. El conocimiento, uso del lenguaje y la métrica son absolutamente necesarias (así como el manejo consiente y exacto en el marketing). El poder que tiene una canción es mesurable hoy día a través de distintos mecanismos; el número de reproducciones en plataformas digitales es una de ellas. Poseer más de tres canciones con reproducciones que abarcan diez dígitos es, sin duda, una declaración. Veremos si con el tiempo este periodo de la historia trasciende a otras generaciones como lo han hecho gente del tamaño de los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan -y ojo, no comparo en ningún sentido, son solo unidades de medida-. Quizá, y solo entonces, podamos ponderar su legado, pero que la mujer conoce su(s) oficio(s) a la perfección, nadie puede negarlo. 

Así que aquella tarde en la que en mi automóvil se escuchaba Taylor Swift -mis hijas tienen el control de la música durante las idas y yo en los regresos a cualquier sitio- y pude ver (escuchar y sentir) lo que esas adolescentes les transmitían los acordes y las letras, no tuve más remedio que sonreír por lo que significa para sus recuerdos y lazos afectivos. Porque ellas no lo saben aún, pero, en el futuro, esa misma les provocará una punzada extraña que las hará sonreír por todo aquello que les significó en aquel lejano 2023.

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