Sabina sigue siendo quien mejor y peor trata a los amigos: Maurilio de Miguel

El periodista español abordó los orígenes del cantautor, evitando los peajes de la madurez, en una biografía recuperada por La Pereza Ediciones.

Allá donde se cruzan los caminos / donde el mar no se puede concebir / donde regresa siempre el fugitivo / pongamos que hablo de Madrid. Maurilio de Miguel relanzó hace poco Joaquín Sabina (La Pereza Ediciones, 2020), donde cuenta en primera persona las vicisitudes de la primera versión del trovador del asfalto. Platiqué con él buscando arrojar cierta luz sobre el personaje actual, sus cambios y cómo interpretó él aquello.

Hay ciertas biografías de Joaquín Sabina, como las de Javier Menéndez Flores o la de Joaquín Carbonell, donde quien las hace es abiertamente admirador del músico. Tú declaras no serlo. Si bien en aquel momento Joaquín no alcanzaba el estatus de mito, ¿cómo fue escribir sobre él adquiriendo cierta distancia?

Disfruté dejándome cautivar por el personaje, descubriendo su mundo interior y exterior. Ciertamente no era yo admirador de Sabina, pero nos unían muchas referencias culturales: lecturas, canciones de terceras personas y éxodos a la Europa civilizada en tiempos de franquismo real o sociológico. La complicidad surgió entre los dos, como no podía ser de otro modo. Después, ya con el libro en la calle, tuve ocasión de engancharme a la troupe que ya comenzaba a formarse en torno a la popularidad que Sabina ganaba, pero también tuve claro que mi trabajo con él había terminado y que, a lo más, podíamos quedar como amigos.

¿Joaquín Sabina es hijo de su tiempo? ¿Era un cantante de protesta que deviene en poeta y trovador del asfalto? ¿O siempre lo fue?

Siempre fue trovador del asfalto antes que cantante de protesta. Joaquín abraza el desarraigo en cuanto sale de su Andalucía natal rumbo a Londres. Allí descubre el rock y ese sentido folk por el que Madrid se acerca geográficamente a Nueva York más que a su provincia vecina de Guadalajara. La primera impronta cultural de la que se empapa Joaquín, tanto en su universidad granadina como en su exilio londinense, está vinculada a los valores de la izquierda política, cuyo primer mandamiento en España viene a ser el antifranquismo.

¿Perdiste, como periodista interesado en una figura y su perfil, interés en el Sabina posterior?

Cuando Sabina comenzaba a ser famoso, su vida privada empezó a blindarse y ceder terreno a la de su personaje público: toda una legión de gacetilleros se le acercaron, espiando cada paso que daba. Y, por lo demás, cada que le llamaba, su teléfono lo cogía el secretario de su secretario. Trabajar a partir de entonces con Joaquín se volvió una especie de sacerdocio, por el que demasiada gente rivalizaba.

Hablas en el libro de la importancia del nexo entre Sabina y Madrid. ¿Ves alguna banda o artista contemporáneo capaz de narrar así la ciudad?

No con su continuidad. Se han escrito canciones alusivas a la ciudad, que incluso derivaron en himnos, caso de La puerta de Alcalá, escrita por el grupo Suburbano, pero nada más.

¿Qué hay, todavía, del primer Sabina en el actual?

El sentido de la improvisación, dotes del encantador de serpientes, exigencia a la hora de pulir versos, la coartada del perdedor por bandera. Sigue siendo quien mejor y peor trata a los amigos.

¿Consideras que el libro perdió vigencia, o ganó la posibilidad de ver un nuevo Sabina en el mito actual del que se han dicho tantas cosas?

El pasado de alguien no cambia, por más que pase el tiempo, y no creo que Sabina quiera ahora arrojar mucha más luz sobre el suyo. El libro detiene sus páginas justo frente a su éxito mayoritario como cantautor; no estaba pensado para escudriñar las aristas del mito, sino para dejar constancia de cómo los ídolos nacen de carne y hueso, crecen sin conocer su destino y procuran cuerdos de atar pasar de jóvenes a viejos, evitando los peajes de la madurez y lo que entiende por sentido común, más acá del sexto sentido.

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