El primer Joaquín Sabina

La obra de Maurilio de Miguel aborda el mito de los bares, la noche, el trago y La Mandrágora.

Proliferan biografías sobre Joaquín Sabina: una extensa conversación con el periodista musical Javier Menéndez Flores, la sesuda investigación realizada por Joaquín Carbonell y el último lanzamiento de Juan Puchades. Cada una, diríamos, está orientada a diferentes épocas del artista; sin embargo, es la obra de Maurilio de Miguel, Joaquín Sabina, recuperada por La Pereza Ediciones, la que indaga en el origen y el leit-motiv del cantautor andaluz presumiendo total vitalidad y vigencia. 

La obra de Maurilio de Miguel se centra en el primer Joaquín Sabina, aquel de los bares, la noche, el trago, La Mandrágora y los conciertos con una banda, Viceversa, que se convirtió en parte del mito sabinero. Esta es la época que forja el mito: el Madrid cutre, detonado por La Movida, a la cual artistas como Sabina imbuyeron de identidad. El sol es una estufa de butano / la vida un metro a punto de partir. Quizá el gran atractivo del libro reside en que Maurilio de Miguel no es un biógrafo comprometido en la exaltación del cantante; aclara, incluso, que no era ni siquiera su fanático. Encima, con una voz propia que fluye sin problema, narra lo que es la ciudad, el barrio, La Latina, elementos indisociables -hasta la fecha- de la importancia musical y social de Joaquín Sabina. De Miguel trae a cuenta una frase de Lou Salomé que resume lo anterior: hay que ser fiel a los recuerdos, más que a las personas.

Maurilio de Miguel pasó años en Suiza como músico callejero, mientras que Sabina hizo lo propio en Londres. Quizá esto dota de cierta complicidad al autor y al personaje -hay una frase eminentemente sintomática en este aspecto: yo salía del submundo marginal al que él cantaba, más como personaje en busca de autor que al contrario. El libro se convierte en esa oportunidad de revisitar el Sabina más contestatario, bajo la bandera de cantante de protesta aunque enemigo de la idea del artista como defensor de causa alguna. Sabina es contestatario a partir del ideal propio. Es una suerte de Bob Dylan madrileño en el que resuena aquella reflexión que lanza Charly García: tener un enemigo, en mi caso la dictadura, obliga al artista a darle la vuelta al reclamo, entonces buscas la metáfora. No es difícil hallar aquello en ‘Adivina, adivinanza’, por ejemplo, obra del primer Sabina que encuentra al humor de su compañero, Javier Krahe, como principal influencia.

Tras ‘La Mandrágora’, un proyecto que desmitificaba y aminoraba la solemnidad que presume la canción de autor, Sabina decide electrificarse -aquí podríamos trazar el obvio paralelismo con Bob Dylan, cuando da la espalda a su público country y en el Festival de Newport, en 1965, conecta la guitarra al amplificador. A partir de canciones como ‘Eh, Sabina’ genera un mito personal, un personaje, cuyo círculo parecerá haber cerrado treintaitrés años después con ‘Lo Niego Todo’. 

Maurilio de Miguel aclara que el éxito de Sabina ya no era mi viaje. El libro solamente abarca los primeros álbumes del cantante y aclara en el prólogo actualizado que no busca más. Es suficiente. Ahí está la raíz. Decía Bryce Echenique -gran amigo de Joaquín, dicho sea de paso- que el buen lector terminará acudiendo a las obras clásicas tras comprender que los conflictos del ser humano siempre han sido los mismos: no por acudir a las obras contemporáneas uno hallará necesariamente mayor identificación. En los primeros discos de Sabina parece estar el gérmen de lo que vendría después. Máxime en el directo, con Viceversa. La carrera de Sabina está cimentada en el directo; bien dice De Miguel en el libro que los discos son un instante en la vida creativa del músico.

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