Joker: la humanización

La risa es utilizada como un mero tic del personaje, motivado por su enfermedad: es involuntaria.

Joker, la nueva gran película del vituperado género de superhéroes, representa un apoteósico evento en la filmografía de Todd Phillips. El hombre detrás de la forzada –aunque entrañablemente compadril, si uno decide adoptarla– Hangover, la no malograda pero bastante ignorada War Dogs y otros productos más como Old School, Due Date o School for Scoundrels que ofrecen dos o tres carcajadas por película y cameos inolvidables, fue elegido para dirigir la esperada biopic de uno de los villanos más consentidos por el público. Las opiniones son variadas.

A estas alturas sería ridículo menospreciar el trabajo de Joaquin Phoenix como Arthur Fleck, el hombre detrás del mote y maquillaje tenebroso. En una transformación física digna del mejor Christian Bale. El protagonista de Her,presume haber tardado cerca de seis meses en dilucidar la risa del personaje, en uno de los atractivos más grandes que tiene la cinta y ha explotado desde el punto de vista publicitario. Sin embargo, es precisamente este elemento uno de los más cuestionables en la versión de Todd Phillips –recordemos que el Guasón no ha contado jamás con una biografía oficial, por lo que toda historia es responsabilidad del autor en turno–: la risa es utilizada como un mero tic del personaje, motivado por su enfermedad. Es involuntaria. El Guasón es despojado parcialmente de su identidad socarrona, introduciendo a un individuo, Arthur Fleck, víctima de una sociedad que lo condena y un espectro estatal que lo ha olvidado –la enfermedad del personaje crece por los recortes presupuestales del gobierno que le impiden mantenerse medicado mediante un programa de salud–.

Lo anterior puede ser ventaja o desventaja según el espectador lo mire: habrá quien celebre la humanización de uno de los villanos más glorificados por el público, mientras que otros lo verán despojado de una de sus características principales. Como bien relata Fernanda Solórzano en su crítica Cine Aparte, el atractivo del personaje puede disminuir al hurgar tanto en su pasado; es víctima de una sobreexplicación de sus razones para devenir en sociópata. ¿Los medicamentos habrían evitado la explosión de Arthur Fleck? El mal que no puede explicarse, dice Solórzano, es aquel que no puede controlarse. Viene a mi mente Tiburón, la gran película de Steven Spielberg, cuya decisión en pos de potenciar el miedo infundido por la bestia protagónica fue, precisamente, no mostrarlo sino hasta el clímax. Tememos lo que no conocemos.

Todd Phillips homenajea personajes scorsesianos como Travis Baker y Rupert Pupkin en evidentes guiños a Taxi Driver y The King of Comedy, respectivamente. Presenta un soundtrack histérico; forzado cuando al gesto de Joaquin Phoenix lo acompañan violines tristones que lucían poco necesarios. El personaje de Phillips es rico en matices, de ninguna manera glorifica la violencia –es irrisorio que se haya generado un debate en torno al tema– y deconstruye al Guasón como una víctima de la sociedad. Una víctima normal, común y corriente. La cosa es determinar si el público desea vislumbrar al personaje así, o prefiere manejarlo como un villano cuyo pasado es una incógnita y cuenta con mayor rango de acción. Así fue el de Heath Ledger: en mi opinión mejor escrito y, por ende, mejor interpretado.

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