Evelyn Moreno y el juego poético con la pérdida

Apenas hay alguna experiencia más dolorosa para un niño que perder a su mascota, aunque se trate de un animal tan independiente, misterioso, ágil, hábil y hasta errabundo como un gato, cuyas excursiones, especialmente las nocturnas, siempre tienen conclusiones inesperadas, entre las que puede estar la ausencia definitiva.

La ausencia de uno de esos felinos ha sido utilizada por Evelyn Moreno para hilar su poemario para niños Gato, ¿estás ahí? (Fondo de Cultura Económica, 2021), en el que una niña emprende una vasta búsqueda de su compañero, por la que viaja desde el sueño hasta el cosmos, entre animales y mares, invocándolo con conjuros y hechizos procurando su vuelta. Si no es así, “acuérdate de mí, minino, si de este viaje no vuelves”.

Sobre esa obra conversamos con Moreno (Ciudad de México, 1979), licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha sido bibliotecaria en la Biblioteca Vasconcelos de la Ciudad de México y con Gato, ¿estás ahí? obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2020.

¿Por qué un libro como el tuyo, de poesía para niños, en el que la ausencia de un gato nos sirve para imaginar sobre muchos otros temas?

En este libro quería no sólo hablar del gato sino hacer un pequeño hilo conductor sobre la pérdida. Planteo desde el principio que esta niña pierde a su gato, lo está buscando en diferentes escenarios y él anda por todos lados: por el cosmos, por las matemáticas, en un remedio casero…

Me interesaba mucho jugar con las posibilidades de dónde podemos encontrar un gato, y quise volarme la cabeza y decir: pues puede estar en cualquier lugar, hasta en un remedio casero.

Finalmente, también jugar con la pérdida definitiva del gatito, que ya no volvió, pero no como una tragedia; no quería eso, sino poner en el mismo nivel el primer verso de la niña, cuando dice: “Gato, ¿dónde estás?”, con la parte en que, del mismo modo, se pregunta con esa naturalidad: “Gato, ¿estás muerto?”.

El asunto es un buen pretexto para una exploración por el mundo y más allá, pues hablas de los diversos lugares en los que puede estar el gato: el mar, la ciudad, la bóveda celeste. ¿Qué hay de esa intención viajera de tu libro de poesía?

La hay, por ejemplo, hasta en los conjuros, en los que yo quería sentir que uno puede tener el poder de convocar lo que sea. He percibido que ahora los niños lo han visto: he tenido oportunidad de leerles y ellos sienten que se apropian de esta magia que tiene un conjuro, esas palabras que son para convocar y que les permiten sentir que son el hechicero, el mago, porque les gusta jugar también a eso. Eso ocurro especialmente con dos poemas: he observado que los niños se entregan a gritarlos detrás de mí, con la convicción de que algo va a pasar.

Quise jugar no sólo con las posibilidades de dónde puede estar el gato sino también con su personalidad, sus características, que por lo menos a mí me sorprenden mucho porque me parece que es diferente a un perro y yo quería explorar ese aspecto. Esto me dio mucha curiosidad porque yo no había convivido con gatos sino hasta recientemente. El libro surge también a partir de ella, del asombro que me produjo vivir con un gatito.

Le dedicas un poema a esa confrontación que haces entre el gato y el perro y mencionas muchos otros animales. ¿Por qué escogiste un gato?, ¿qué posibilidades de expresión te dio?

Me encantan los perros; crecí con ellos, y lo que hablo de la pérdida también es porque perdí a mis perritos. Pero creí que, dramáticamente, el gato me daba muchos más elementos porque es un animal misterioso, enigmático, mítico, que me proporcionaba muchas más herramientas, no porque el perrito no me las diera (seguro que sí, también) sino que fue a raíz del asombro que sentí cuando adopté un gatito.
Esa convivencia ha sido para mí sorprendente, y lo sigue siendo: mantengo conversaciones con él y me contesta. Es muy platicador y creo que tenemos un vínculo, como el que tuve con mis perritos, aunque, sin duda, es diferente. Pero más bien va desde el asombro y la novedad que me dio convivir con un gatito.

El aspecto onírico está muy presente en el libro: la niña y su gato sueñan, con lo cual expanden su universo.

Traté que la propuesta fuera de la imaginación, y lo onírico permite ir más allá de ella y aun hacerla más absurda. Recuerdo donde dice que la jirafa es un “flaco felino”, lo que fue llevarla al límite, hasta cuando menciono que tiene las manchitas del tigre, y puede serlo.

Lo que traté de hacer es llevar los poemas al absurdo, por ejemplo, en alguno de los remedios caseros, o de conducirlo incluso un poco al cinismo al decir que si mojas la cama le echas la culpa al gatito, lo que es como decirle al niño que se salga con la suya.

Yo creo que a los niños les gusta eso; a lo mejor eso no es muy aleccionador, pero creo que les empodera de algún modo sentir que pueden salirse con la suya porque siempre están ahí el papá y la mamá supervisando y vigilando que no hagan travesuras. Entonces es un triunfo cuando un niño se sale con la suya.

El gato también tiene una imagen negativa, de maldad, vinculado con las brujas o al estilo de “El gato negro” de Poe. Aquí tú le das una vuelta a ella, aunque sigue siendo un personaje de hechizos, de conjuros, además de que refieres su parte mítica.

Es verdad que decimos que es de mala suerte si te encuentras un gato negro, pero lo que quise es darle la vuelta a eso y decir que tener un gato te va a dar suerte. En los conjuros y en los hechizos pensé en que yo no quiero que mi gatito ande de vago, porque luego nos tiene con el pendiente: si no regresó en la noche, ¿cuándo va a volver?

Los conjuros son sólo convocar con el lenguaje y con las imágenes: en la descripción que hago del gatito tiene bigotes de trigo, colmillos de arroz y lengua de erizo. Me puse a estudiar cómo podría hacer comparaciones para la fisonomía del gato y que, además, fueran consignas, las que hemos gritado con los niños: “¡Bigotes de trigo, colmillos de arroz, lengua de erizo!”, y en la parte final del conjuro. que dice “que el aire te abrace como lo hace la bruma”, bajamos la voz como en un susurro, y en “que no me olvides nunca, nunca”, se va apagando.

Las tonalidades que le dimos al poema en la práctica fueron desde el grito, que se fue apagando, diluyendo, hasta el susurro, en una especie de oración: “No me olvides, no me olvides”.
Estoy maravillada de cómo han reaccionado los niños, especialmente con esos poemas.

Me gustó mucho el final, la última intervención del gato: “Hay agua dulce en la orilla del cielo”. ¿Qué nos dices de este aspecto que atraviesa todos los poemas: la ausencia y la pérdida?

Debo decirte que ese último poema fue de los que más me costó porque ya era el enfrentamiento con la pérdida. En algún momento me planteé: pues este gatito se fue de vago, pero va a volver; sin embargo, dije: no, ya no va a volver porque es verdad que a veces ya no lo hacen. Lo que no quería decir que está totalmente muerto: está en varios espacios, puede estar en el cielo porque sigue contestando desde ese lugar. Es como la conversación que seguimos teniendo con los seres queridos que ya no tenemos: podemos seguir charlando con ellos desde el lugar en el que nosotros creemos que están, y ese diálogo puede no terminar.

Al final el gatito no responde la pregunta: ¿gato, estás muerto?, y hace latente que ese silencio es un sí. Pero eso no significa que no va a responder: sigue en varios espacios y sigue dialogando con esta niña.

Este poema nació de mi necesidad de seguir dialogando con mis mascotas que perdí en el camino y que sé que están en algún sitio. A veces las sueño, y el sueño también es una forma de verlas y de dialogar con ellas.

¿Cómo fue el trabajo con el ilustrador, Joan Negrescolor?

Es increíble su trabajo, pero no tuve contacto con el ilustrador; él trabajó a solas y no me enseñó nada, lo cual creo que fue un acierto. La editorial lo decidió así, y a mí me pareció que fue lo indicado porque yo no hubiera podido hacer ninguna propuesta porque yo no me imaginaba nada. Cuando me enseñaron la maqueta del libro y vi las ilustraciones, los colores, dije: ¡guau, está increíble! Yo no podría haber hecho una propuesta mejor porque el ilustrador pudo compaginar bien el texto y su propuesta visual, y a mí y a los niños nos han fascinado las ilustraciones.

Para desarrollar tu escritura para niños, ¿cómo te ha servido tu trabajo como bibliotecaria y como tallerista?

Como bibliotecaria, por la lectura de libros dirigidos a niños: en ellos vi que los escritores abordan temas muy complejos de una forma muy sutil, con un lenguaje muy fino para los niños, sin caer en lo aleccionador, en lo moralino, en lo cursi. Eso me sorprendió mucho cuando empecé a leer la literatura infantil y, guiada por eso, yo también quise explorar este género: sentía que era complejo, nada fácil, aunque a veces lo desdeñamos y hay gente que cree que es fácil escribir para niños.

Trabajar con los niños también me permitió saber con qué lenguaje me iba yo a dirigir a ellos, que no me ganara mi mirada adulta. Escribo desde la adulta que soy, pero sin olvidar que mi lector quiere leer en voz alta y jugar con el sonido, y quiero que se sienta seducido.

Eso es lo que tenía en mente cuando empecé a escribir el libro: que debía estar siempre presente el juego y que no me ganara lo abstracto, lo adulto, pero tampoco que fuera tan simple y que tuviera su grado de complejidad.

Entre los géneros literarios la poesía ocupa un tercer lugar, por debajo de la novela (la preferida de las editoriales) y el cuento. En esa dirección, ¿cuál es el panorama de la poesía para niños en México?

No se hace tanta y no se le apuesta, es cierto. Hay editoriales en las que a mí me han dicho: “Es que no publicamos poesía para niños. Si tienes un cuento o una novela, mándamela”. Son pocas las editoriales que sí la consideran, y son las menos.

También me pregunto: ¿de dónde viene la creencia de que es mejor que los niños tengan cuentos? No lo sé. Me parece que la poesía es muy noble porque, a diferencia de la narrativa, no pide ser explicada, no necesitamos definir ni explicar el poema como sí se hace en un cuento, en el que si uno no lo agarra al principio ya se perdió la historia. La poesía tiene esa nobleza de entregarse al sonido y ya: no pide más.

Creo que el desdén va en que hay que leerla en voz alta y hay que saber hacerlo; en ese sentido, no sé cómo estén los maestros para que a los niños les guste. Para empezar, le tiene que gustar al maestro o al papá, y ensayar para darle la intención y que no se pierda el sonido, porque no se puede leer como narrativa; de otra forma, ya perdimos todo. La poesía implica también abrir el espacio para leerla acompañado del niño.

Repito: no sé de dónde viene lo de que los niños prefieren los cuentos, pero allí está la poesía, y hay muy buenos poetas que escriben para niños textos maravillosos y con propuestas muy interesantes. Creo que ahora ya se están abriéndose más los espacios, y yo voy a tratar, desde mi lugar, de llevar poesía a los niños.

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