La filmografía de Lars von Trier: retablo de un cineasta maldito (V)

5.- “Estoy muy orgulloso de ser una persona non grata. Es algo que me queda bastante bien. Me gusta la provocación”. La desternillante El jefe de todo esto y el tríptico de la depresión.

Al ser propiamente una película por encargo, El jefe de todo esto (2006) podría pasar como un filme menor dentro del camino recorrido de su director. Sin embargo, inesperadamente resulta ser una comedia de humor negro donde se le nota relajado, buscando contar una historia sin ninguna pretensión intelectual cargada. Es el caos de una empresa en Dinamarca, con el propio von Trier como narrador, explicando el desarrollo de las acciones, e incluso, mostrándose en el reflejo de una ventana mientras filma sobre una plataforma.

Un incompetente y cobarde empresario danés busca vender su emporio, la cuestión es que desde que lo fundó, ha inventado un presidente corporativo falso a quien culpar cuando las cosas salen mal. De pronto, los posibles interesados en comprar la empresa piden conocer en persona al supuesto dueño, que vive en los Estados Unidos y solo se comunica por correo electrónico; el empresario temeroso no tendrá más remedio que contratar a un actor en decadencia para hacerse pasar por el gran “jefe de todo”. Ese histrión fracasado, se dará cuenta que cualquier decisión que tome será catastrófica, por lo que improvisará sobre la marcha hasta un desenlace que se burla de los despropósitos del capitalismo.

Un bizarro mundo empresarial en el que hay intrigas sexuales, llanto, tensión y osos de peluche que toman el asiento del jefe para cubrir su ausencia; El jefe de todo esto es una farsa envenenada que apunta a la burguesía danesa desde el espíritu Dogma. El cast que arma von Trier, con actrices y actores que ya había utilizado en Dogme #2: Los idiotas, más algunos otros que también participaron en filmes del movimiento, innegablemente ayudan al tufo de Dogma-95 que brota de la película. Nombres como Jens Albinus, Peter Gantzler, Iben Hjejle, Louise Mieritz y Sofie Gråbøl, arman secuencias hilarantes con los habituales movimientos violentos de cámara, cortes sobre planos fuera de foco y una rústica mezcla de sonido, propias del Dogma. Aunque Lars von Trier había anunciado desde Cannes que su siguiente trabajo sería dentro de la vanguardia que él y Vinterberg moldearon, la realidad es que esta comedia disparatada puede sentirse cercana al Dogma, pero no es un filme que entre en ese género, al romper varias de las reglas establecidas en el manifiesto.

El humor en El jefe de todo esto está próximo a The Office (TV Series 2005–2013), con su ambiente jocoso de oficina y las situaciones extravagantes que ahí suceden, solo que bajo la mirada von Trier, se vuelve un espectáculo que cercena a la estupidez de los lideres empresariales y se mofa de la hipocresía de burgueses europeos. No debemos olvidar que el cineasta es en el fondo, un tipo cómico que regularmente se burla de sí mismo; entonces, si ya había pasado por el cine detectivesco, el horror, el drama, el documental y los musicales, era inevitable que en algún punto tocara la comedia desternillante. Lars sigue la constante experimentación en cada filme, equilibrando al cine artístico contra las películas comerciales que infestan carteleras; en esta comedia cíclica, que prácticamente empieza y termina de la misma forma (aunque no por eso es menos delirante), el propio von Trier cierra el relato haciendo una revelación, antes de fundir la pantalla a negros: “la vida es como una película Dogma”.


Los catastróficos componentes que dominan la sociedad, como el individualismo, la falsedad y el narcisismo, se convierten en un caldo de cultivo para la depresión. El ser humano, una vez que inicia el descenso al infierno del abatimiento, se aísla y encierra en sí mismo, prisionero de una melancolía que carcome el alma y los sentidos, iniciando así, una batalla incansable contra la soledad y los miedos más profundos de la conciencia. El combate contra un enemigo imposible de atrapar: uno mismo.

Después de pasar por problemas de alcoholismo y neurosis, Lars von Trier entró en una depresión que tendría como catarsis un tríptico brutal, una ópera en tres actos influenciada fuertemente por el arte pictórico. La conocida Trilogía de la depresión de von Trier es un viaje desesperanzador, sin al menos un instante de alegría, que va de la oscuridad siniestra de Anticristo (2009), pasando por el fin de la humanidad en Melancolía (2011), hasta la sexualidad patológica de Nymphomaniac (2013), mientras de fondo suenan Tristán e Isolda (1859) de Wagner y Lascia ch’io pianga (1705) de Händel.

El experimento sobre los insondables y lúgubres recovecos de la psique humana de von Trier, arranca en 2009 con Anticristo, la historia de un matrimonio que pierde un hijo de forma trágica. Un filme influenciado por la filosofía de Nietzsche y el trabajo pictórico de André Derain y Francisco de Goya, que navega en el terror profundo que detona la fatalidad, con solo dos personajes sin nombre que se encierran en una cabaña donde el dolor y la culpa los irá consumiendo. Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe (magistrales, icónicos) son la atribulada pareja; ellos sostienen relaciones sexuales mientras su hijo cae accidentalmente por la ventana.
Justo cuando ella llega al clímax del acto, el niño estrella su cabeza contra el suelo. Esto sucede en un estilizado prólogo filmado en blanco y negro, musicalizado con la infame Lascia ch’io pianga de Händel, en una de los secuencias iniciales más espléndidas no solo del cine contemporáneo, quizá también de toda la historia del séptimo arte. Una inesperada cámara phantom pareciera detener el tiempo para filmar con paciencia y elegancia las acciones; la triste muerte del niño es presentada con una belleza impactante, contrastando con las consecuencias de ese accidente, que serán mostradas con la violencia y crudeza que emana de una naturaleza humana quebrada y perdida.

La pareja devastada decide ir a refugiarse a una remota cabaña en medio del bosque, donde pasaron las últimas vacaciones con su hijo; el intento por sanar emocional y físicamente se frustra cuando los elementos de la naturaleza que los rodean empiezan a engullir al matrimonio, en una alegoría sórdida de una noche que los devora como su psique misma. Habitual a un estilo ya muy acentuado, von Trier fracciona la estructura de Anticristo en un prólogo, cuatro capítulos y un epílogo, que van deshilvanando el estado depresivo con rumbo al caos y la irracionalidad de la pareja protagonista.

Pero ante todo, el filme es un poema a la feminidad, un ensayo bizarro que expone a un director que, desde su heterosexualidad, es capaz de entender a la mujer; partiendo del patriarcado, von Trier siente una culpa contra las mujeres que ha martirizado en sus filmes, igual a la culpa que experimenta el personaje de Charlotte Gainsbourg por perder a su hijo, una culpa que no deberían sentir. La protagonista no puede superar el sufrimiento al saber que debe seguir viviendo como mujer, cercenando su capacidad del goce. La perspectiva desde donde aborda Lars von Trier el rol femenino en Anticristo es cautivadora, comprendiendo lo femenino con una sensibilidad inaudita.

Cada capítulo tiene sus momentos de poesía visual, que se registran como una compilación de la perversidad óptica del danés, algo parecido a un greatest hits: en la parte 1, Dolor, hay un lento zoom in al agua de un florero que se va pudriendo, como preludio de lo que vendrá para la pareja, además de mostrarse inseguros de entrar a un bosque que los espera con una neblina mística; en el capítulo 2, Sufrimiento, explota el terror psicológico con llantos y sonidos que atormentan, la inquietud de la mente que se resquebraja; en Desesperación, Willem Dafoe entra de forma simbólica en un agujero del que no saldrá completo, con el body horror emergiendo, además de presentar aquí el plano más siniestro del filme: la pareja teniendo sexo a los pies de una deforme masa de cuerpos y raíces negras, en un apabullante dolly back que va dejando ver la monstruosidad, referencia a un cuadro del fauvista francés André Derain; en el capítulo 4, Los tres mendigos, un zorro, un cuervo y un venado acosan a los protagonistas mientras llega la noche y se desata la locura, la culpa se rebela perversa y hay una oda al dolor, con el fuego como elemento purificador.

Lars von Trier deja que su cinefotógrafo, Anthony Dod Mantle, sea el que opere la cámara en Anticristo, consiguiendo con eso una fusión fascinante que va de la Shaky cam estilo Dogma, a los imponentes planos fijos que parecen cuadros tomados de un museo, algunos filmados con la cámara phantom, dando una sensación fantasmagórica, como ese bellísimo plano final en el epílogo, nuevamente a blanco y negro, infestado de simbolismos y que recuerda al primer von Trier de El elemento del crimen.

Aquí, el famoso plano cenital, marca de la casa, se da en el primer acto, con Charlotte Gainsbourg tirada en medio de la hierba verde, elemento natural que se ira oscureciendo hasta aniquilar mente y cuerpo de la mujer. En un flashback cuando ella recuerda el verano pasado junto a su hijo en esa misma cabaña, la madre obliga al niño a usar los zapatos al revés, un reflejo del amor maternal que en cualquier momento es capaz de lastimar a su vástago; un remordimiento que consume, contusiona. La ambivalencia del bien/mal está presente siempre con una turbadora presencia que se manifiesta desde el inicio; se va mostrando paulatinamente hasta aparecer en su totalidad, como el horror del ser humano a su propia naturaleza.

Anticristo está dedicada a Andréi Tarkovski, deidad confesada de un von Trier que lo homenajea también en ciertas secuencias mucho más líricas que narrativas. Sin embargo, el mejor elogio al filme lo dio el director John Waters en 2009, cuando dijo que Anticristo era una de sus películas favoritas del año. Señaló: “Si Ingmar Bergman se hubiera suicidado, ido al infierno, y vuelto a la tierra para dirigir una película de exploitation/arte y ensayo para autocines, Anticristo es la película que habría hecho”. Certero, Waters desglosa las virtudes de un trabajo que además de catártico, es aterrador e incómodo, un filme que debe ser revisado varias veces para reflexionar sobre la enorme cantidad de símbolos que carga y el choque entre ellos.

Las famosas secuencias sexuales de autoflagelación de clítoris y eyaculación de sangre, son solo parte de un ensayo fílmico que en conjunto, resulta mucho más complejo y profundo. Es la forma en la que el director desnuda al ser humano, la destrucción del hombre por el hombre (o la mujer por la mujer), con la tragedia como motivo de la acción, la culpa, el dolor, pero también la violencia, la sexualidad y sobre todo, la feminidad en medio de la vorágine depresiva.

Con sus 109 minutos de duración Anticristo seguramente tiene un récord como el filme que más personas ha obligado a salir del cine. Si al inicio los primerísimos primeros planos de sexo explícito no son suficientes, el body horror y la atmósfera apesadumbrada seguro ayudan. Se estrenó el 18 de mayo de 2009 en el Festival de cine de Cannes, con un Lars von Trier presentando la película junto a Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe; como era de esperarse, el filme dividió opiniones y ante los abucheos y la prensa “especializada” que lo increpó, el director dijo contundente: “Soy el mejor director del mundo”.

Ya se mostraba desde este año que las conferencias de prensa en Cannes no dejarían nada bueno en el futuro. En Dinamarca, Anticristo fue un éxito entre público y crítica al que llamaron “una obra maestra de lo grotesco”. En Cannes compitió por la Palma de Oro y ganó un premio como mejor actriz para Gainsbourg; en los Premios del Cine Europeo fue presea para Anthony Dod Mantle por mejor fotografía; en total, la cinta consiguió más de 21 premios y 33 nominaciones por varios festivales del mundo.

Con el paso del tiempo, Anticristo se ha ganado un lugar importante dentro de la filmografía del director, siendo considerada por algunos críticos como su trabajo más depurado, y por el que será recordado en el futuro, aunque en el camino haya traumatizado a más de uno. Su audacia estilística y la universalidad de los temas que toca, la vuelven un experimento poderoso dentro del género al que von Trier gusta de rozar continuamente: el terror, y principalmente, el horror de la naturaleza del ser humano. Anticristo es además, una travesía terapéutica, no debemos olvidar que el cineasta danés atraviesa por un proceso de depresión del cual está buscando sanar por medio del arte, y este, es solo el principio.


Ya hemos hablado de la ocupación del director danés al fungir como contrapeso entre las películas comerciales y el cine con intensiones artísticas, equilibrando la balanza cinematográfica. Hay también una intensión, inconsciente quizás, de pervertir a ese cine de entretenimiento puro a la menor oportunidad. Si en Spider-Man (2022) de Sam Raimi von Trier se “roba” a Kirsten Dunst y Willem Dafoe, en Thor (2011) de Kenneth Branagh será a Stellan Skarsgård, quien justo en el mismo año, será parte de Melancolía (2011). Cierto que con Dafoe y el sueco Skarsgård ya había trabajado Lars (y se convertirán definitivamente en actores vontrerianos), pero queda la impresión de cierta terquedad por depravar a sus histriones fetiche, de “regresarlos” del mainstream al arte. Lo más relevante y bizarro, es ver a Kirsten Dunst transformarse de la angelical Mary Jane Watson a la depresiva Justine.

Melancolía es el blockbuster inesperado de Lars von Trier, su película sobre el fin del mundo. Atípica, es la respuesta al cine de desastre que se hacía en aquella época, como El día después de mañana (2004) o 2012 (2009) ambas del alemán amante de la parafernalia Roland Emmerich. Con un presupuesto de 52,500,000 coronas danesas (equivalentes a 7,584,777.00 dólares aproximadamente) Melancolía es un filme de alto presupuesto para von Trier, y se arma de un cast a la medida que, nuevamente, eriza la piel: Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt, Alexander Skarsgård, Udo Kier y los ya mencionados Kirsten Dunst y Stellan Skarsgård. Tras la cámara, la novedad es el cinefotógrafo chileno-danés Manuel Alberto Claro, quien consigue una fotografía hermosa, cargada de colores que buscan emular el arte pictórico en cada encuadre, usando poderosas cámaras Arri Alexa y un dron Phantom en imponentes y alucinantes planos oníricos, dando como resultado, uno de los filmes más bellos jamás filmados.

Justine (Kirsten Dunst) y Michael (Alexander Skarsgård) celebran su unión matrimonial en la ostentosa mansión de la hermana de Justine, Claire (Charlotte Gainsbourg) y su esposo John (Kiefer Sutherland). Una novia dudosa del matrimonio y tensiones familiares, serán el inicio de una serie de eventos catastróficos que se entrelazarán con la depresiva atmósfera, hasta un final apoteósico de destrucción masiva. Lars von Trier destruye a todo el mundo ante la depresión que lo corroe, siendo su reflejo la apesadumbrada Justine, quien en una entrañable secuencia, hojea libros de arte con pinturas de William Blake, Caravaggio y Goya, buscando curar su alma por medio del arte, de la misma forma que el director busca sanar, creando su propia versión de arte cinematográfico.

Dividida en un prólogo y dos partes bien definidas (Justine y Claire), Melancolía fusiona drama y ciencia ficción en un ejercicio elegante y atractivo; no hay cabida para un epílogo porque el fin de los tiempos llega absoluto en un plano final que destella luz y un diseño sonoro que intimida y estremece. El planeta Melancholia se estrella contra la tierra después de haber dado un poco de esperanza, transitando a un lado, solo para tomar más fuerza y colisionar sin piedad. El factor cíclico vuelve a estar presente en el universo von Trier: el arranque del prólogo pesaroso musicalizado con Tristán e Isolda, se ve repetido rumbo a los últimos minutos del metraje, cuando la banda sonora vuelva a la estridencia del imponente himno wagneriano, hasta un colofón que requiere unos minutos de reflexión ante la experiencia cinematográfica que acaba de vivirse.

Puede considerarse, que hay un vínculo entre Melancolía y el cuadro El grito (Skrik) (1893) del expresionista Edvard Munch, pintor noruego: el momento de profunda angustia y desesperación existencial de la figura andrógina de la pintura, es el mismo que resiente Justine durante gran parte del metraje, rindiéndose a la depresión que no le permite ni siquiera realizar acciones básicas de higiene y supervivencia. Cuando finalmente entiende que va a morir, junto a su hermana y sobrino, una calma insólita la invade, lejos ya de la pesadilla expresionista de Munch.

El contraste en Melancolía es alucinante: mientras la belleza plástica de sus imágenes hipnotiza, la devastadora soledad y desesperanza que se respira entre los personajes se vuelve insoportable. Otra referencia pictórica es el célebre plano cenital que homenajea al cuadro Ofelia (1851-1852), del pintor inglés John Everett Millais, donde los verdes intensos del agua y las plantas acuáticas contrastan con el vestido blanco del personaje de Kirsten Dunst, encerrándola al centro del encuadre, provocando un punto de fuga hipnótico en los ojos de Justine. La luz, se muestra como un elemento importantísimo de ambas artes: mientras el cine perfila, encuadra y juega con la luz, en el arte pictórico el artista busca con su trazo y combinación de color darle agilidad y sensación de movimiento al cuadro.

Melancolía se descubre como una extraña combinación entre La celebración de Vinterberg, 4:44 Last Day on Earth (2011) (con Willem Dafoe, por cierto) de Abel Ferrara y Armageddon (1998) de Michael Bay, un híbrido apocalíptico y depresivo donde están los temas que interesan a Lars von Trier: la feminidad como eje central, con ambas hermanas temiendo por su vida y su muerte, la fragilidad de la vida y lo efímero del ser humano; la sexualidad, la tragedia y la violencia como elementos que trastocan las decisiones los personajes y la influencia del arte en la existencia misma. En sus 135 minutos, Melancolía es la película más bella de la filmografía de von Trier, con más de 95 nominaciones y 35 premios ganados alrededor de los festivales del mundo, incluido el reconocimiento como mejor actriz en el Festival de Cannes para Kirsten Dunst.

Justo ahora que se menciona La Croisette, es digno señalar que no nos detendremos mucho en las lamentables palabras dichas por el director danés el 19 de mayo de 2011, en plena conferencia de prensa, ante la incomodidad evidente de su cast. Lars von Trier dijo entender a Hitler y una serie de comentarios que al mezclarse con el bizarro sentido del humor que maneja, provocaron un escándalo mediático que terminó con su expulsión del festival y el calificativo de Persona non grata.

Aunque ese mismo día se disculpó, el daño llegó demasiado lejos. Dos años más tarde, von Trier haría mofa de su rompimiento con Cannes al presentar Nymphomaniac (2013) en el Festival de Berlín, portando una playera con la leyenda Persona non grata official selection. Polémico y provocador aun en medio de la depresión, Lars culpó a su compatriota Nicolas Winding Refn de no haberlo defendido luego de los eventos en Cannes, remarcando con ironía el haber tenido que huir 3 años de la policía francesa. “No soy un nazi”, fue uno de los muchos alegatos durante los meses siguientes.

Filmada en Suecia, al sur de la ciudad de Gotemburgo, en el Castillo de Tjolöholm, Melancolía en un principio había sido escrita para la actriz española Penélope Cruz en el papel de Justine, sin embargo, abandonó el barco para subirse a otro, la lamentable Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides (2011) del director Rob Marshall, terrible secuela de una franquicia explotada hasta el hartazgo. Seguramente Cruz se arrepintió de tal decisión.

El cataclismo cósmico de Melancolía, queda para siempre en la retina del espectador, con su tétrico y apacible manejo de un fin del mundo lejos del caos visto en el cine comercial. Se trata de un filme que explota al máximo las posibilidades de una cinefotografía que embelesa la mirada igual que al entrar a un museo. La universalidad de los asuntos que aborda Melancolía exhiben a un cineasta brutalmente personal. El segundo episodio de su tríptico de la depresión, trasciende por el miedo irremediable del ser humano ante la muerte. Cuando el fin del mundo como se conoce llegue, no habrá tiempo de nada. Solo quizás, esperar el impacto, la luz cegadora y el sonido ensordecedor. Después, el vacío, mientras se escucha Gymnopédie No.1 de Erik Satie en los créditos finales de la humanidad.


La constante presencia del número 3 en la filmografía de von Trier, alcanza a estas alturas una importancia enorme. Si tomamos como enganche analítico los tres planos cenitales de la trilogía de la depresión y las tres etapas del estado depresivo sugeridas (origen, aceptación y caída), hay una concatenación entre los tres filmes que revienta hacia una sola vertiente: el dolor femenino y sus oscuros reflejos en la psique.
Si en Anticristo y Melancolía la naturaleza engulle al centro del encuadre a sus protagonistas, en Nymphomaniac la pequeña Joe tampoco podrá escapar a unas amenazantes hierbas que oscilan como preludio al momento depresivo que experimentará en el futuro. El último eslabón de este tríptico resulta un filme menos ambiguo, más cercano a una redención comercial después del escándalo en Cannes, sin embargo, es coherente en su propuesta arriesgada de desmenuzar el rol de la mujer en su universo. Aquí, estamos ante un estudio profundo sobre la sexualidad femenina, con un director que decide cambiar la placidez de Wagner, por la furia de la banda alemana Rammstein.

Nymphomaniac es un remolino de información, con referencias artísticas y psicoanalíticas que van del Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (1926) del Marqués de Sade, hasta Sigmund Freud y la perversión polimorfa del infante, pasando por las pinturas de los artistas polacos Balthus y Zygmunt Andrychiewicz en sus obras Thérèse (1938) y The Dying Artist (1901) respectivamente, con el erotismo y la sordidez bañados por la luz y los tonos claros. Simbolismos, auto referencias, diálogos filosóficos y mucho sexo, para establecer la idea de la sexualidad como la fuerza más poderosa del ser humano. Nymphomaniac es la crónica de una mujer ninfómana contada por ella misma; el ascenso y caída de una vida que se maneja por la obsesión sexual y lo catártico de su acto.

Extraña aleación de cine porno, drama y los fantasmas de Tarkovski y Pasolini, Nymphomaniac narra la historia de Joe (Charlotte Gainsbourg, Stacy Martin) comenzando en su infancia y despertar sexual, hasta aparecer tirada y golpeada en un callejón, transitando igual por las vicisitudes propias de sus múltiples aventuras sexuales con otros seres humanos. Inconsciente en el húmedo pasillo, Joe será auxiliada por el viejo Seligman (Stellan Skarsgård), quien la lleva a su hogar, donde la cura y alimenta para enseguida sentirse curioso por la historia de la mujer.

Joe comienza entonces a confesarse ante un anfitrión que increpa, debate y aporta sus conocimientos a lo que va escuchando, por momentos mostrándose estupefacto y en otros, enternecido. Cuando Joe habla de su niñez, llegan las referencias a Freud; en la adolescencia, el fin de la castidad y los primeros juegos sexuales; ya adulta, narra los encuentros ocasionales con hombres de diferentes edades, algunos casados y los conflictos de las infidelidades que se generan; finalmente, Joe habla de sus días recientes y la razón de haber aparecido lastimada en la calle. Al final, el instinto sexual aparece y sobre negros, un balazo, algunos pasos y una puerta que se cierra.

Lars von Trier expone en Nymphomaniac el dolor de una mujer que sufre al llevar una vida donde el sexo es el núcleo de su existencia, con una sociedad que la rechaza y le reclama su deseo. Nada tan incómodo como esa secuencia donde Joe tiene que soportar el suplicio de una mujer (Uma Thurman) y sus hijos reclamándole por destruir sus vidas al robarle a su marido. Joe se sabe mujer, se sabe adicta al sexo y eso la lleva a la culpa, por las consecuencias de lo que para ella es satisfacer un deseo que desde niña la carcome. El discurso oculto del filme, como un dulce envenenado, es el de una auto liberación sexual en la mujer, dueña de sus actos y capaz de curar su estado depresivo con el sexo, como una alegoría del arte que sana y lleva al éxtasis. Nymphomaniac es un filme sobre el milagro de ser mujer, con sus placeres y contradicciones, en un mundo dominado por un patriarcado miserable.

Para Lars von Trier, la depresión se conecta con el spleen de Baudelaire, lo bello y lírico del dolor. Una especie de masoquismo que celebra el esplendor de la aflicción. Dice el director: “Es como el lobo aullando a la luna llena. Es como el blues en la música y la sal en la cocina. La mayoría de gente inteligente pasa por una depresión en algún momento. Es imposible observar las estrellas sin sentirse aterrado por el vacío, por el frío y por las fuerzas de la naturaleza. Para mí, mirar al cielo es como observar la boca de un tiburón”. Estamos ante un cineasta que sigue atravesando un momento muy oscuro en su vida, que lo ha llevado, incluso, a escribir sobrio los guiones de su tríptico depresivo; pero pareciera que von Trier no está buscando consuelo, quiere paladear el dolor, disfrutar el caos del desaliento y la melancolía, con toda la angustia y el encanto que eso conlleva.

Filmada entre el 28 de agosto y el 9 de noviembre de 2012, con locaciones en Alemania y Bélgica, Nymphomaniac se presentó en dos volúmenes (117 y 123 minutos) con una duración total de 240 minutos y dos versiones, una comercial y otra con contenido explicito. La primera parte llegó a los cines de Dinamarca justo el día de navidad del 2013. El volumen 1 se dividió en 5 capítulos y la protagonista es Stacy Martin como la joven Joe; volumen 2, se fraccionó en 3 episodios y la reina absoluta es Charlotte Gainsbourg, una actriz recurrente en el universo del director que aquí se muestra muy contenida. En la fotografía vuelve Manuel Alberto Claro, con su extraña amalgama de elegante manejo de la luz, encuadres preciosistas y bruscos movimientos de cámara y jump-cuts que nos remiten al Dogma.

Nymphomaniac tuvo una ingeniosa campaña de publicidad que incluyó posters del cast en actitud extasiada y al propio von Trier en una imagen con cinta adhesiva cubriendo su boca; durante todo el 2013, se fueron liberando pequeños aperitivos en diarios y portales de video que revelaban poco a poco lo que mostraría el filme. Algunos de esos clips tuvieron que ser removidos de los sitios por mostrar contenido explícito. En un evento inesperado y de humor involuntario, en noviembre de 2013 uno de esos avances fue proyectado por error en el Regals Cinema de Pinellas Park de Florida, ante un grupo de niños que acudía a ver Frozen (2013) de Disney. Imposible no pensar en Lars von Trier esbozando una ligera sonrisa ante el incidente, con el perverso humor negro que se le conoce.

La compañía Zentropa respaldó el proyecto y desde la preproducción se buscó provocar con alusiones al sexo explícito que contendría el filme, la idea de dividirla en 2 partes, con intenciones bruscamente comerciales, y la posibilidad de presentarla en el Festival de Cannes, situación que no sucedió. El cineasta fichó a varios nuevos histriones para Nymphomaniac y uno de ellos, Shia LaBeouf, dijo cuando la filmación arrancaba: “La película es lo que crees que es. Es Lars von Trier haciendo una película sobre lo que está haciendo. Por ejemplo, hay una advertencia al comienzo del guion que, básicamente, dice que haremos todo de verdad. Todo lo que sea ilegal lo grabaremos fuera de foco. Aparte de eso, todo está ocurriendo. Von Trier es peligroso. Me asusta. Y solo voy a trabajar ahora que estoy aterrorizado”.

La película erótica, sexual, casi porno de von Trier, es justo todo lo que apunta LaBeouf. Pero quedarse solo en eso, es una infamia. El director realiza en Nymphomaniac una disección de lo femenino y su sexualidad como un retablo que se plaga de elementos de arte, naturaleza, psicología y religión: literatura, teatro, filosofía, pintura, psicoanálisis y hasta anatomía, danzan en un baile donde el sexo es el ingrediente medular.

Hay dos momentos muy interesantes: en el volumen 1, Joe mantiene relaciones sexuales con varios hombres en diferentes momentos, entonces, la pantalla se divide en 3 (nuevamente el 3, presente) para mostrarnos todo el éxtasis de la joven, en una sinfonía excelsa de sudor, deseo y sexo hecho arte. En volumen 2, rumbo a la apoteosis contra su protegida y amante P. (Mia Goth, hoy sublime reina del horror, musa de Ti West), Joe se da cuenta de su fracaso y se deja llevar por la violencia que le explota en las manos; se entrega al estado depresivo y solo saldrá de ahí después de las catárticas pláticas con Seligman, que le permitirán primero, entenderse, y después, avanzar hacia la redención propia.

En su conjunto, Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac, forman un fresco de extraña belleza tétrica. Son los rincones de la psique femenina en la voz de un cineasta que no busca paz, quiere caos y quiere saborearlo. La trilogía de la depresión encierra los que quizá sean los filmes más populares del director danés y para algunos, sus obras maestras. Anticristo y Melancolía aparecen en reiteradas listas como grandes ejercicios dentro de la historia del cine. Lars von Trier experimenta en su trabajo como se experimenta en la vida misma, escudriñando las posibilidades que da la existencia. No siempre se encuentra lo que uno espera, pero algo se descubre.

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