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La experiencia del amor, o el amor como experiencia

Son los tiempos revueltos y relativos los que me llevan a esta titulación. Un desafío, el intento de hablar del amor, de su presunta existencia y persistencia, en circunstancias globales y planetarias de guerra; en este impacible escalamiento y amplias muestras de destrucción, dolor y muerte. Es la atmósfera actual que nos rodea. Y en ese clima preguntarnos si algún tipo de amor sobrevive.


Endebles pasos tras el anagrama de Roma; Elvira Hernández 

Siempre es complejo hablar del amor. Parece que estuviera, las más de las veces, condicionado por lo que la gente está dispuesta a escuchar. Somos complacientes con los conceptos, se retrae la verdadera sensación. El pensamiento que nos perseguía termina ocultándose hasta el fondo, y entonces queda preguntarse qué sigue, hacia dónde, incluso por qué. Es en ese andar a tumbos, mientras el pensamiento es no más que una revoltura de probables inconsistencias, que libros como La experiencia del amor (Gris Tormenta) esclarecen y devuelven, desde las infinitas posibilidades del lenguaje y la literatura, la pérdida inicial: las ganas de siquiera pensar en el amor.

Dice María Zambrano (Málaga, 1904-Madrid, 1991): “No es que el amor no exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida en la propia mente y aun en la propia alma de quien es visitado por él”. Y este fragmento está fuera del libro, porque la filósofa española murió muchos años antes de su concepción, pero sirve como puntapié para interpelar las posturas (propias), todas esas experiencias (personales y leídas). Sirve, entonces, para fijar un punto de partida importante: el amor existe pero a veces no sabemos hallarlo, quizá porque el espacio que tiene para posarse no es claro y se difumina. Sin embargo, los ensayos, misivas, aparatos y disecciones halladas en la colección son una invitación a reconfigurar el pensamiento que tanto tiempo ha predominado en el pensamiento humano.

Es probable que otra apresurada conclusión sea que el amor son sobre todo preguntas. Lo es, al menos, en sus raíces más astutas. El abordaje desde la duda –que no el desconcierto– es una respuesta (casi) natural. Es por ello que, en la cuarta de forros, más que contarnos de qué se trata –porque además es complicado–, se plantean una serie de cuestionamientos, de los que me interesa rescatar unos conceptos para ensayar, quizás torpemente, sobre la experiencia de lectura de estos breves estudios sobre el amor.

Inventario conceptual

Sépase lo que advierte el libro en su inicio: la definición y la noción del amor nunca es la misma. Se mueve con el tiempo. Transita una metamorfosis según nos atraviesan cuestiones ajenas y propias. Según se vive es como se cuenta. No se trata entonces de una teoría legítima, sino de giros supeditados por la experiencia individual que, en el afán de compartir, alcanzan un punto consistente en el espacio y el tiempo. 

Por ello los recorridos son tan variables y enriquecedores: ninguna autora ni autor tiene la intención de universalizar la experiencia. Aquello hace que este catálogo físico de “tentativas y miradas a lo largo de una vida” deje irresuelto el espectro mágico y humano que les reúne: basta con auscultar en lo hondo, desarrollar sensaciones, partir de espacios inimaginables. Basta hacer caso, aunque sea inicialmente, a la invitación de bell hooks: “Debemos hacer frente a la confusión y la decepción que provoca el hecho de descubrir que mucho de lo que se nos ha enseñado sobre la naturaleza del amor no tiene sentido cuando se aplica a la vida cotidiana”.

Para encontrar las huellas que han formado las concepciones y los sentimientos hay que volver. Como lo hace Eduardo Milán, quien disecciona, poniendo a la poesía y al amor en rumbos paralelos y complementarios, desde un momento vivo, al límite: “La poesía y el amor pelean por el dominio del sentido, no por antagónicos”. Ahí cerca, el romántico infatigable de la poesía chilena, Raúl Zurita, obnubilado por su característica radicalidad: “Frente a la imagen de un Dios todopoderoso, prefiero infinitamente la de un Dios que es débil por amor. Que es capaz de ir contra sus propias leyes por amor”. Una evocación eterna de aquello que se pierde. “Entre la poesía y el amor no mediarán, entonces, palabras”.

Más tarde, en una coordenada dispuesta por un verso de Silvina Ocampo –es decir, la poesía otra vez–, Carmen Boullosa se responde a sí mismo una pregunta que no tiene fondo: “¿Dónde, entonces, estar para hablar del amor?, ¿desde dónde hablar del amor? Me dicen que hay algo cercano al amor: el pájaro rojo del alba”. Un ave, cuyo canto es imposible de imitar, que “vuela bajo, por lo que da la ilusión de cubrir el arriba y el abajo”, ese “amor-pasión”. Amor sin deber, “que no es pájaro en mano”, sino una entrega total, impostergable, aquello “inútil”.

En el entretanto, una carta sin enviar, que se desgarra en cada rostro de esta figura geométrica que se muestra sin precedentes ante una duda y un arrojo sin tregua. Es por ello, quizá, que Nélida Piñón no escatima en aproximaciones transparentemente viscerales: estar dispuesta a arrancarse el corazón para escuchar luego los latidos “de un órgano que me hizo amarte desde el alba hasta el anochecer”.

Finalmente, o casi, porque esto no tiene propiamente un final, la escritora Natalia Ginzburg ensaya, a través de un breve pero consistente repaso, los puntos dispares que se tocan, esas diferencias que han hecho que esa relación de pareja circule, encuentre su propio camino por entre lo opuesto, las remarcadas esferas que miran hacia puntos ajenos. Como si la acumulación tuviera mucho que decirnos y nada que contarnos. Quizás al revés. Para sumar, es decir, para terminar este compendio de sucesiones variopintas, Julian Barnes recupera, para poner la última línea a este diagrama disforme y lúcido, un encuentro con la pérdida, aquello que persiste, que morir puede significar no estar, pero no dejar de existir.

Y aquí concluye el vuelo. No queda mucho más remedio que seguir al pie de la letra aquello que escribió Annie Ernaux en Perderse y que yo parafraseo con la libertad de un pájaro cualquiera: cuanto más mayores hemos de hacernos, más hay que entregarnos al amor.

Por Demian García

Lector permanente. Devoto de la poesía y el fútbol. Escribo, hablo y habito en Revista Purgante, Interferencia IMER y Diario 24 Horas.

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