Foto: La Tercera.

La reflexión sobre pasado y presente confluye en las escritoras chilenas del yo: Lorena Amaro Castro

Para su irrupción como sello independiente en 2022, luego de iniciar como una librería especializada en sellos independientes latinoamericanos, Polilla Editorial lanzó dos libros; uno de ellos es la novela Kintsugi, de la narradora chilena María José Navía. De igual modo, uno de los dos primeros títulos con los que abrió boca la editorial independiente Esplín Tropical fue el libro de cuentos del escritor chileno Juan Pablo Roncone, Hermano ciervo. Un año antes, la narradora, ensayista y académica Diamela Eltit fue la merecedora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, evento central de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Justo antes y justo después de la pandemia, aparecieron las ediciones mexicanas, a cargo del Fondo de Cultura Económica, de dos novelas fundamentales de la literatura chilena reciente: Space Invaders y Mapocho, ambos de Nona Fernández, quien en 2017 se alzó con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, otro de los puntos altos de la FIL Guadalajara. Volviendo a estos días, está apareciendo la novedad de la colección Editor del sello queretano Gris Tormenta: se trata del ensayo Un cuento de navidad, del escritor chileno afincado en la ciudad de México y partícipe de un sinnúmero de eventos literarios Alejandro Zambra.

No es necesario remontarse al siglo XX para entender la fuerza que la presencia de la literatura chilena tiene en nuestro país. Si bien nombres capitales -o que deberían serlo- de las letras chilenas como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, José Donoso, Poli Delano y Roberto Bolaño están relacionados con México y el ambiente literario del siglo que nos precede, en la actualidad del nuevo siglo hay suficientes ejemplos de que dicha relación continúa y lo hace de la mano de las transformaciones que ambas literaturas han experimentado a partir de los visibles cambios en la situación política, social y cultural de los años recientes. El 50 aniversario del Golpe de Estado que marcó no solamente a las generaciones que lo vivieron, sino también a las de nuestros días, ha sido pretexto para revisar los distintos aspectos de la vida chilena. Y su literatura, sobre todo aquella que de una u otra forma alude al tema, no es la excepción.

En la pasada FIL Guadalajara, la delegación chilena contó con Lorena Amaro Castro, notable crítica e investigadora sobre literatura chilena y latinoamericana. Especialista en literatura de la memoria, la Dra. Amaro aprovechó su estancia en México para abundar sobre el tema, recalcando la importancia que ha cobrado la autoficción dentro de las literaturas del yo y la pertinencia que para ella tiene precisamente en el marco de una conmemoración de un hecho histórico definitivo para su país.

“A las puertas de los 50 años del Golpe Militar, es un año de mucha reflexión sobre el testimonio, sobre qué sí y qué no puede hacer la literatura en relación con la justicia social y el rescate de las memorias. Es un tema muy sensible y muy presente”. Puntualiza: “en Latinoamérica cada vez hablamos más de autoficción. Me interesa mucho el género pensando en la escritura de las mujeres: las autoficciones permiten posicionar ciertas imágenes autoriales y plantear ciertas críticas a las formas canónicas de hacer literatura. Muchas autoras han aprovechado esa posibilidad.”

Amaro coincide con la investigadora española Ana Casas, quien “dice que la autoficción es una forma de abordar el yo y la subjetividad para las mujeres que por mucho tiempo se vieron silenciadas, que están tratando de construir desde muchas ruinas, desde muchos fragmentos, un discurso”. La autora de los ensayos reunidos en La pose autobiográfica asegura que prefiere esa forma de expresión a la de la autobiografía, género que, afirma, ya no está siendo escrita por escritores, sino por personajes del mundo de la política o el espectáculo. Al contrario de la autobiografía, “la autoficción permite la fluidez, la fragmentación, el abordar algo sin esa coherencia, sin esa cronología exigidas. Y, sobre todo, permite considerar el archivo.”

Si algo apasiona a Lorena Amaro es hablar sobre el archivo en la literatura. Obviamente, la literatura chilena está plena de ejemplos sobre sus diversos usos y entendimientos. Para ella, más que ser una constatación de la historia o un documento fidedigno que permita la reconstrucción de algo, el archivo es más bien un objeto de presente, un objeto que en su marca y su huella porta una historia en sí mismo. “Esa reflexión sobre pasado y presente confluye en las escritoras del yo”, dice.

 Como ejemplo evoca a dos elogiadas autoras chilenas de su generación: “Alejandra Costamagna sigue trabajando sobre temas que tienen que ver con la memoria y con la violencia política en Chile de forma muy tenue y muy inteligente. Tanto ella como Nona Fernández trabajan esos archivos, esas historias, con un tono, una forma y una retórica en la que el silencio y la oscuridad están presentes y eso hace más impactantes sus propuestas. Me sorprende el impacto que tiene una escritora como Nona en Italia, ¿por qué los italianos empatizan tanto con estas historias? por la fortaleza de las imágenes que ella va construyendo en torno a la dictadura: el jugar con seres que vienen del espacio, los Space Invaders,  para hablar de una generación que vivió sumergida en una especie  de pieza oscura, de subterráneo, que fue vivir bajo dictadura durante 17 años.

Los nombres de Nona y Alejandra no son ajenos en nuestro país. Publicadas por casas como Anagrama -en donde Costamagna tiene la novela finalista del Herralde 2018, El sistema del tacto– y Penguin Random House -en donde Fernández tiene el ensayo Voyager y la novela La dimensión desconocida -por la cual ganó el Sor Juana 2017-. Ellas, junto con Lina Meruane -publicada también por PRH con libros como las novelas Sangre en el ojo y Sistema nervioso– son las autoras contemporáneas que más asoman al momento de hablar de literatura chilena. Como ya se mencionó, Nona está siendo publicada en nuestro país por el Fondo de Cultura Económica al igual que en su momento lo fue la novela de Lina, Fruta Podrida. Alejandra tiene el libro de relatos Imposible salir de la tierra en Almadía.

Otros autores chilenos editados por sellos mexicanos en este nuevo siglo, amén de los ya aludidos, son Alberto Fuguetcon la antología de cuentos Juntos y solos en Almadía, Cynthia Rimsky con las novelas híbridas Ramal en el FCE y Poste restante en Libros Sampleados, Sergio Missana con las novelas Movimiento falso y Las muertes paralelas en Era, María José Ferrada con la novela Kramp en Dharma Books, Claudia Apablaza con su novela híbrida Diario de las especies en Jus,  Emilio Gordillo con el texto híbrido Indios Verdes -que consigna la estancia en México del autor e investigador- en Malaletra, Arelis Uribe con los cuentos de Quiltras en Paraíso Perdido. La UNAM y el FCE publicaron, respectivamente, Vaca sagrada y Tres novelas (Los vigilantes, El cuarto mundo y Mano de obra) de la ya mencionada Diamela Eltit. 

Al cuestionar a Amaro si es la de Chile la literatura de la memoria y el archivo por excelencia, la Dra. no lo descarta, pero prefiere ver en éstos géneros una expresión transversal que abarca toda América Latina. Y se lanza a destacar el caso de Cristina Rivera Garza, que en su premiado libro El invencible verano de Liliana “utiliza el archivo personal: el diario, los cuadernos de la hermana, los fajos judiciales” y recuerda que en esa misma línea está la escritora argentina Belén López Peiró con su libro Porque volvías cada verano. Menciona también a las mexicanas Sara Uribe, “que también utiliza voces colectivas o elementos que están en reportajes” y Verónica Gerber, “que también trabaja literaria y visualmente con materiales diversos”. Todas ellas, dice, al trabajar con archivos, “traen otras voces, las voces que no se habían podido representar desde la literatura”. Y recuerda al guatemalteco Rodrigo Rey Rosa: “El material humano es una novela no tan reciente, pero ya está ahí la cuestión del archivo policial. Veo el uso del archivo muy en relación con la violencia y la necesidad de restablecer una memoria y eso es algo que nos pasa a todos los latinoamericanos, en la medida en que somos sociedades tan desiguales, tan injustas en todos sentidos.”

Al preguntarle qué autores chilenos actuales deberíamos estar leyendo en México, piensa en varios, pero opta por dos: “Daniela Catrileo, es poeta, tiene el libro de relatos Piñén y escribe ensayo sobre artes visuales. Piñén ya no es literatura de los hijos, sino literatura de los nietos: ella encarna una generación que escribe sobre la posdictadura, la llamada transición chilena, la decepción y el desencanto que se vivieron en Chile en esos años. Ella lo escribe desde una perspectiva muy social que está muy en sintonía con lo que ocurrió con el estallido social chileno. Y también hace un rescate de la lengua: introduce palabras en lengua mapudungun sin explicarlas, como cuando insertamos palabras en inglés y no consideramos necesario explicarlas. Su trabajo con el lenguaje es poético y delicado.”

También habla sobre Nicolás Meneses: “él tiene un libro muy curioso que se llama Panadero y otros libros más recientes que abordan el mundo del trabajo, mundos que salen un poco del pensar la escritura, la literatura, las figuras autoriales. Me interesa mucho porque exploran y tratan de entender críticamente lo que ocurre en un país como Chile, eso que a veces es difícil de explicar hacia afuera. A veces es a través de las imágenes donde podemos encontrar las comunidades de escritura y las coincidencias con lo que puede ocurrir en Argentina, Uruguay, Colombia o México.”

A su manera, desde la trinchera de un nuevo siglo de cambios y retrocesos radicales, éstos autores también trabajan sobre la memoria y ejercen un uso particular del archivo. Y es que, como bien lo sabe Lorena Amaro Castro, “donde ha habido violencia, donde hay la necesidad de restablecer la memoria y la necesidad de restablecer la justicia y de alguna manera hacer justicia a los que han desaparecido, a los que han muerto, el archivo siempre puede ser una forma de hacerlos revivir, de tenerlos presentes, de, como dice Cristina Rivera Garza, escribir para los muertos.”

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